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Bokuden

Y pasaron días, semanas, meses, y a cada nuevo amanecer le acompañaban nuevos desencuentros. La distancia era tan enormemente grande que no podían verse ya ni la sonrisa de aquellos días, borrosa en el recuerdo, y cada vez menos tocarse las manos a través de los cables. Las manos... de eso él aún conservaba intacto el recuerdo, y se preguntaba si ella, allá en alguna parte, también lo conservaba. Me gustan tus manos, había dicho ella alguna vez. Él le había enseñado los callos de la palma, sonriendo irónicamente.

Las mismas manos que ahora movía entre hojas de apuntes, aburrida y esperanzada Penélope, tejiendo de día, sin destejer por la noche, esperando quizá que alguien le explicara que no existe explicación, que la espera es la esperanza de los que saben guardarla. Lo tomas o lo dejas.

Pero la decisión ya estaba tomada mucho antes de que la elección surgiera, y ahora que el rumor de las olas no sólo era audible en su Ítaca particular sinó que además el salitre empezaba a perfundir vía intravenosa y la marea amenazaba con seguir subiendo, únicamente le quedaba en su maleta El Recuerdo -El Hermoso Recuerdo- para seguir navegando.

El resto, como había leido en alguna parte, el resto es silencio.

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