- ¡Vamos hombre! ¡Que no se le pueden poner puertas al campo! -dijo alguien de buena fe.
- Estamos en ello, estamos en ello -dijeron otros a coro y sonriendo, mucho menos bienintencionados.
- ¡Vamos hombre! ¡Que no se le pueden poner puertas al campo! -dijo alguien de buena fe.
- Estamos en ello, estamos en ello -dijeron otros a coro y sonriendo, mucho menos bienintencionados.
Estoy de viajecito por China, asi que no publicare nada por aqui en un tiempecillo. Bien pensado, hace ya tiempecillo que no publico nada de todas formas :). Pero bueno, ahora con mas razon. Hasta pronto!
Te despiertas como hacía tiempo que no lo hacías, temprano, de golpe y totalmente descansado, como si alguien hubiera apretado en alguna parte de tu ser un resorte olvidado, cubierto de telañas y óxido. Sonríes al escuchar justo un minuto después la estridente polifonía del despertador del móvil
¿Por qué has pintao' tus ojeras
la flor de lirio real?
¿Por qué te has puesto de seda?...
..."Ay campanera, ¿por qué será?", completáis a la vez tu abuela en falsete, Joselito digitalizado y tú, que ya estás en pie estirándote mientras te vistes. Saludas a tu familia y desayunas con una estúpida sonrisa en la boca a pesar de que estás viendo un aburrido avance informativo en la tele. Te apetece dar una vuelta, así que te despides y sales a la calle mientras tu abuela continúa cantando
Aunque la gente no crea
Tú eres la mejor de las mujeres
porque te hizo Dios su pregonera...
y piensas que es una gran verdad para la mujer que está cantando, más que para la cantada, seguramente. Al menos para ti. Te encanta oírla cantar, y fue por eso por lo que pusiste esa melodía precisamente en el despertador, más que por su estridencia. Pero ya estás lejos y no oyes el resto. Te deleitas con un maravilloso día, más soleado de lo previsto por los meteorólogos de la tele y con una ciudad menos llena de gente que de costumbre. Saludas a este, sonríes a la otra, esquivas a aquel otro pesado y continúas avanzando por las calles al azar con la mente prácticamente en blanco hasta que sin saber cómo ni cuánto tiempo exactamente ha pasado te das cuenta de que las calles han desaparecido y han sido substituidas por árboles, matojos, piedra y tierra. Llegas a alguna parte apartada de la ciudad y de la gente que resulta de tu agrado y decides ponerte a entrenar un poco, ya que tu cuerpo te pide un poco de movimiento.
Cuando ya estás sudando a chorros y jadeando, te sientas bajo un almendro. No da mucha sombra, pero se agradece su agradable aroma. Acomodado y mirando al cielo, cierras los ojos e inspiras profundamente. No sabes cuál es la razón, pero hoy te sientes especialmente contento. Bueno, las cosas te han ido bien desde que empezó el año. Nada más empezar, una propuesta de viaje que al final se está concretando; nuevos proyectos de futuro en los que se está trabajando. Después, una chica maravillosa. Y ahora cuatro días libres... hacía mucho tiempo que no hacías un puente. Tienes muchas razones para ser feliz, pero hoy hay algo más. Un rato más tarde, crees entender lo que es: la sensación de que todo va a ir mejor aún. Sí, la idea te reconforta y te hace sonreír aún más por su ingenuidad. Ya que tienes que pensar en algo, suele decir tu padre, procura al menos que sea bueno.
Al cabo del rato te levantas para volver a casa. Y entonces se te ocurre. O a alguna parte de ti se le ocurre. Te apetece escribir algo. Aunque sólo sea para demostrarte a ti mismo que se puede escribir sin estar aburrido ni infeliz ni en perpetua búsqueda. Aunque sólo sea porque hace ya más de dos meses que no tienes tiempo ni ganas y ya toca.
No. Más bien porque te apetece, sin más. Se puede abandonar un arte marcial, pero el nunca te abandona a ti; supongo que con esto pasa lo mismo. Uno es lo que es, como aquel escorpión de la fábula. Así que, cómo no, coges boli y papel y lo haces.
Los políticos suelen hablar mucho porque mienten mucho, a la vez que mienten mucho porque hablan mucho. Es la pescadilla que se muerde la cola, aunque ojalá se la mordieran ellos (si llegaran). Un extraño círculo vicioso en el que los perjudicados nunca son ellos, al contrario de lo que suele pasar con otros círculos viciosos. Me preguntaría seriamente cuál es la razón por la que la ciudadanía (en la que me incluyo) no los echa de una patada en el culo, pero no merece la pena preguntárselo en un país en el que se mantiene una familia real meramente decorativa y muy costosa. Dicho esto, prosigamos.
PD: Un círculo vicioso NO es un grupo de prostitutas jugando al coro de la patata. No.
"Este sito es genial, mira, se pueden ver las estrellas perfectamente" dijiste, y aunque sonreí y asentí, sólo estaba de acuerdo a medias contigo. Desde luego el sitio era genial, pero yo sólo veía una única estrella.
Era tremendamente desdichado y por eso siempre estaba triste y gustaba lucir unos labios fruncidos, arrugados en exceso, retraidos y a la defensiva ante el mundo. Pero una mañana, aún medio dormido y frente al espejo del cuarto de baño, me miré a los ojos, y vi algo raro más abajo. Alargué la mano y agarré mi boca por la comisura con dos dedos. Lentamente la fuí despegando con una mezcla de curiosidad y miedo, seguida de una cierta sorpresa y satisfacción al conseguir despegarla del todo. Tenía mi boca en mis manos, pero claro, ahí no me servía de nada. Y entonces me di cuenta del poder que tenía en mis manos. Tenía muchas posibilidades dónde y cómo colocarla, algunas de ellas francamente divertidas. Pero después de descartar ponermela en la cremallera del pantalón y en el hombro izquierdo (lo que hubiera ido genial para insultar al resto de conductores), decidí ponerla en su sitio. Al acabar de lavarme la cara, me sentía mucho mejor. Sería dificil que el día despegara la sonrisa que ni el agua fría había podido despegar. Resulta genial levantarse cada mañana con la posibilidad de cambiar lo que está en tu mano cambiar, sólo alargándola.
Subido en un taburete, el niño balanceaba en el aire sus pies mientras observaba atentamente como el anciano mojaba la pluma en el tintero y escribía de forma lenta pero inexorable, a un ritmo constante que le recordaba al movimiento del péndulo del reloj de pared que adornaba la sala. Llevaba mucho tiempo observándole, no sabría decir cuánto exactamente, pero sólo ahora se daba cuenta de lo poco que faltaba para que las hojas se agotaran. Siempre había visto a aquel viejo así, encorvado sobre el libro y escribiendo sin parar. Sin duda, su obra lo tenía absorbido. El niño paró los pies y el anciano desvió un instante su mirada del libro, sin parar de escribir. Sonrió. Sabía reconocer esa expresión entre atontada y asombrada de los niños, con la boca semi abierta, la cara que ponen cuando están a punto de hacer una pregunta o una ronda de ellas. Claro que la reconocía. Él mismo había sido niño no hace tanto. Ah, el tiempo es un farsante, pensó.
- Abelo ¿de qué trata ese libro que escribes?
- Es difícil de decir. Es como la vida misma. Un poco de amor, un poco de odio, algo de heroísmo, tragedia, comedia... Podría decirse que es una crónica. Y recuerda que yo no soy tu abuelo.
- Es enorme, abelo -dijo el niño, que tenía los ojos fijos en el grueso tomo y no parecía haber escuchado nada-. ¿Llevas mucho tiempo escribiéndolo? ¿Cómo es de grande?
- Toda mi vida, renacuajo. Y es tan grande como lo quieras hacer. Pero en términos medios, te podría decir que tiene unas 365 páginas. No son muchas, pero ¿a que parece más grande?
- Lo es. Me gusta mucho. ¿Crees que algún día podría escribir uno igual?
- Uno igual no -sonrío-. Escribirás uno único, el tuyo. Podrías probar si quieres. Ya casi he acabado.
Y segundos después de decir esto, al anciano puso punto y final justo en la última línea de la última página del libro; lo cerró con cuidado y con una caricia lo dejó sobre la mesa. Se levantó de la silla estirándose con las manos en los riñones y fue cojeando hasta el taburete, donde cojió al niño y lo transportó en volandas a la silla donde estaba sentado escribiendo.
- Bien, pequeño. ya puedes empezar a escribir si quieres.
- Pero ¿dónde? no hay más papel.
- Si que lo hay, siempre lo hay. Simplemente pasa página -le dijo mientras le ponía la pluma entre sus deditos.
La primera página estaba en blanco. El niño ojeó el resto de páginas, incluso la última que había visto escribir, pero todas estaban en blanco.
- Es una tinta especial, así como un libro especial -dijo el anciano- no se usa para perdurar, sino sólo para ser por unos instantes. ¿No es maravilloso tener todo un libro que rellenar de esa manera? Si te equivocas, no necesitas rectificar. Cada letra es la única importante en ese instante y tienes todo un libro en blanco para crear. ¿Te animas?
- ¡Claro que sí, abelo! Pero preferiría un boli para escribir. Uno de colores.
- Jaja! Por supuesto que sí. Todos empezamos así. Aquí tienes uno -y al girar la pluma, se convirtió en un boli irisado.
Y cuando ya sonaban las doce en el reloj de pared, el niño comenzó a escribir y dibujar, primero con trazo inseguro pero enseguida con ritmo y gracia, mientras el anciano lo miraba con rostro apacible y sereno, recordando tal vez sus primeros momentos, la grandeza del libro en blanco, las ilusiones, las promesas y los propósitos, seguidos de las aventuras, penas, alegrías y decepciones de sus historias en el libro. Sonriendo al pensar que pese a todo, todo merece la pena. Merece la pena seguir escribiendo sobre superficies borrosas para que nada nos pertenezca, salvo en el recuerdo. Sabiendo a ciencia cierta, ahora que los párpados se le comenzaban a cerrar con la doceava campanada, que merece la pena crear hasta que nos llegue la hora de dar el relevo para que el show continúe. Y ser por fin recuerdo, paz, sueño, nada.
Ah, eres tú. No te había oído entrar. Pasa, pasa. Siéntate y hablemos, hace mucho que no lo hacemos y lo echo de menos, créeme. Sin nadie con quien hablar, cuando todo el mundo se ha ido ya a la cama, muchas noches como esta suelo ponerme a pensar aún sin proponérmelo. Ya sabes que soy de naturaleza reflexiva; y también sabes lo que opino de la reflexión, mal necesario... aunque cada vez lo veo más como algo totalmente accesorio y productor de sufrimiento. Cuando hablo con alguien, sólo hablo con ese alguien. Cuando hago cualquier otra cosa, en la medida de lo posible, hago solamente esa cosa. Pero cuando canta el silencio de la madrugada y no tengo más compañía que el vaso del colacao, mi cabecita empieza a maquinar. En fin, es difícil luchar con uno mismo. Sí, no hace falta que lo preguntes. Si no te he oído llegar es porque estaba Abstraído en Grado Sumo con un par de cosillas. Todo está en la mente.
No, no creas. No son para nada cosas especiales las que ocupan mis pensamientos, soy más práctico de lo que creen muchos que me tienen por pedante pseudo-filósofo de pacotilla... que también lo soy, para que engañarnos. Sin ir más lejos, antes de que llegaras estaba pensando en una noticia que he escuchado por ahí y que me ha indignado profundamente. Verás, resulta que tres niñatos pijos de buena familia, uno de ellos menor, estaban aburridos y, por no alquilarse un juego de play-station, deciden pegar una paliza a una mujer indigente que dormía en un cajero. Sí, esa es la cara que puse, pero aún hay más. No contentos con semejante alarde de caballerosidad y valentía, se van y deciden volver más tarde para quemarla viva. El resultado: una indigente muerta más, unos imbéciles llorando en comisaría arrepentidos, familias destrozadas... y pronto algún menor libre, supongo. O no tan menor. Y luego, pues nada, el siguiente paso es, para mi mente, inevitable: le das vueltas, cambias las escalas y te acuerdas de aquel atraco en que mataron a los joyeros por las bravas, sin necesidad alguna, y encima luego sacaban la lengua a la gente que los abucheaba mientras los sufridos policías los escoltaban al coche patrulla. De aquel Farruquito que ya está bien casado y con carné de conducir (cojones tiene la cosa). De aquellos patriotas de metralla que siguen amenazando y matando cuando pueden por... no se sabe bien por qué, y juraría que ellos tampoco lo saben. De aquellos que hacen lo mismo por otras tantas ideas absurdas, como la religión. De todas aquellas guerras que ni siquiera salen en los telediarios. De aquellos países que viven de las guerras ajenas y promueven nuevas. Etcétera, etcétera. Etcétera.
Callas, ¿verdad? Sí, cuando se entra a evaluar cosas así uno no para, y da incluso miedo. Piensas Joder, me educaron para vivir en un mundo mejor, para hacer un mundo mejor ¿Cómo hemos llegado a esto?. Y te sientes sobrecogido, y en cuanto te repones tratas de hacer algo. Intentas llegar lejos en la vida para poder hacer algo desde arriba... o desde donde estés. Intentas ser mejor persona cada día. Lees, escuchas, buscas cualquier cosa que te aporte una visión nueva de la realidad, algo que te de esperanza. Te conviertes en voluntario o en ayudante anónimo y particular. Pero lo que ves cada día es insensatez y miseria, pobreza y desolación, muerte y sufrimiento, injusticia e impunidad. A veces hasta dan ganas de abandonar, de mandarlo todo a tomar viento. A veces incluso lo haces. Y es que somos tanta gente buscando equidad y justicia que al final hacemos exactamente lo que se espera de todos nosotros: nada de nada.
Sí, quizá. Tal vez te pueda parecer que con pensamientos así no llegaré muy lejos. Y tal vez tengas razón. Pero no me preocupa demasiado, enseguida se me pasa. Con tu visita, por ejemplo. O leyendo a Seung Sahn. O cuando alguien muy especial me recuerda que me aprecia y me quiere sin venir a cuento, que es cuando más a cuento viene, proporcionándome durante meses una buena excusa para seguir adelante, con una gran sonrisa.
Takuan Soho, un monje Zen que tuvo una gran influencia en su época incluso a nivel político, dijo a sus discípulos que el día que muriera lo enterraran en la montaña que había detrás del templo y que volvieran a sus tareas habituales, sin hacer ninguna ceremonia ni recitar ningún sutra, y que continuaran con sus tareas habituales.
Días más tarde, Takuan dedicó sus últimos momentos a pintar el carácter chino que podríamos traducir como "sueño". A continuación, colocó el cepillo, la tinta y la pintura en orden y murió. Los pájaros continuaron cantando. Una suave brisa movía las ramas de los pinos de alrededor del templo. En el río, un par de monjes se refrescaban la cara.
La soledad es sólo una ilusión entre dos encuentros
Pero... ¿Y si los encuentros fueran meras ilusiones en un desierto de soledad?
Lo primero que notó al recuperar la conciencia fue un intenso dolor de cabeza, al que pronto se sumaron otros dolores aún más intensos en el resto del cuerpo. Intentó mover las piernas primero y los brazos después, pero no pudo hacer ni una cosa ni otra debido a las fuertes punzadas que congelaban sus movimientos antes de que surgieran. Resignado, movió el cuello, no sin dificultad, para explorar su entorno. Estaba tumbado sobre el suelo acolchado y nada lo cubría salvo sus ropas; aún así no sentía ni frío ni calor. La habitación era de madera y la poca iluminación que había llegaba a traves de una rendija dejada por lo que parecía una pesada piel en la pared de enfrente, pero se intuía en la semioscuridad la decoración humilde y austera. Todo daba una imagen de funcionalidad. Miró de nuevo al techo, intentando ordenar sus ideas. No tardó en recordar sus ultimos momentos conscientes; primero el alcohol, las risas, las bromas con los amigos, el encargo de aquel tipo y luego aquel condenado calvo que se había negado a morir.
Debía saber dónde estaba y quién lo había llevado hasta allí. Pero al mismo tiempo debía ganar la ventaja de la sorpresa averiguándolo sin que nadie se enterara -por si acaso, asi había sido educado, todo por si acaso- , así que decidió no hablar ni hacer ruido y tuvo que luchar consigo mismo para no soltar un "¿Hola, hay alguien ahi?" que en este momento le parecía de lo más natural del mundo, a la vez que estúpido. Así que intentó ponerse en pie poco a poco, pero fue el dolor quien habló por él. El grito fue espeluznante, e hizo que algo se moviera en la penumbra. Una rata. Era sólo una rata, pensó cuando pudo serenarse por fin. Pero los pasos que se oían tras la piel no eran de rata. Alguien se acercaba con paso lento y constante. Contuvo la respiración cuando se apartaron las pieles. Frente a él, de pie y con un candil en la mano derecha, un hombre de mediana edad, de ropaje andrajoso y polvoriento, botas gastadas y agujereadas y sonrisa serena. Un estúpido monje, pensó. Un estúpido monje calvo.
- Deberías tener cuidado -dijo el monje-. Moverte no es lo más conveniente en tu situación actual. Tienes una clavícula rota, un brazo roto por diferentes sitios, una rodilla luxada y una tibia... rota también, claro. Por no hablar de...
- ¿Te haces el listo conmigo? es normal que sepas lo que tengo, cabrón, por que fuiste tu quien me lo hizo.
- ... por no hablar de las contusiones causadas por los múltiples golpes que tuve que darte para que pararas de atacar. ¿No te han enseñado nunca que a veces es bueno retirarse?.
- Mi padre decía que si en el campo de batalla te rompen un brazo, debes seguir sujetando la espada con el otro, y luchando. Si te rompen una pierna, debes seguir a la pata coja, o tal vez apoyándote sobre un compañero. Si te rompen el otro brazo, debes patear al enemigo.
- ¿Y si te rompen las dos piernas y los dos brazos?
- Entonces debes morder los tobillos, las piernas, los pies y el tendón de aquiles de los enemigos y estorbarles lo máximo posible. Tal vez rodando contra ellos.
Primero el silencio, y después las carcajadas del monje resonaron por toda la habitación. Al herido le resultó una risa de lo más extraña, lejana a las que estaba acostumbrado escuchar. Hay hombres que ríen de la misma manera espectacular cuando les sale bien aquello que se proponen, otros cuando tienen dinero suficiente para pasar la noche bebiendo y rodeados de mujeres. Incluso los hay que se ríen así por jactancia, tal vez por ver aplastado a un enemigo. En aquella risa no había nada de eso. Era simplemente la risa sincera de un amigo que escucha a otro contar un chiste.
- Doy fe de que así ha sido y así has actuado -dijo el monje-. Pero mi pie chocó con tus dientes antes de que pudieras morderlo mientras ahuyentaba a tus amigos. Así que sin querer te deje inconsciente, ya ves tú.
- Y supongo que también sin querer aumentaste el número de huesos en mi cuerpo por el procedimiento de la división.
- Ey, eres muy gracioso. Pero no te quejes. Al fin y al cabo fuiste tú quien me atacó y yo sólo me defendí. Debería darte vergüenza ir por ahí atacando viejos en compañía de otros matones.
- Oh, no te lo tomes a mal, no era algo personal. Era sólo un trabajo, un encargo. Así es la vida, el mundo se mueve por egoísmo y supervivencia. Tu eras mi presa y yo el depredador, de haberte matado habría conseguido comer y llevar comida a casa. Pero como has conseguido sobrevivir haciéndome daño, tu comeras y llevaras comida a casa... dejando a mi familia sin nada que comer. Ambos perseguíamos un objetivo a través de la violencia... así que lo siento, monje. No somos tan diferentes. Lo que no entiendo es por qué no me mataste.
- No me sorprende -sonrió el monje-. Tal vez entiendas eso algo mejor si te explico que nuestra diferencia reside en que tu luchabas para matarme y yo para vivir. Pero aún hay más. Luchaba para vivir no sólo por mi propio interés egoista, sino que lo hacía por tí y por tu familia y la mía, por tus amigos y los míos.
- Eso es absurdo.
- No lo es. Verás. Si mi pacifismo me hubiera llevado a dejarme matar sin defenderme, yo estaría muerto, y eso sería malo para mi, para mis amigos y para mi família. Pero casualmente, estos son muy influyentes... y vengativos. Así que te habrían encontrado y sin duda habrían matado a tus amigos y a tu família delante tuyo, lentamente, para después matarte a tí. Y la justicia perseguiría junto lo que quedara de tu família y amigos a mi gente... y bla bla bla. Un ciclo de odio y muerte difícil de parar. Y todo por una tontería como puede ser mi muerte. ¿Vas entendiendo?
- No. Entiendo que mi família no comerá hoy.
- Bueno, no es preocupante. Tienes mucho tiempo para pensar. De hecho no podrás hacer otra cosa. Empieza pensando que tal vez tu família no comerá hoy... pero a cambio tendrá la oportunidad de comer mañana. En lugar de ser ellos comida, para los gusanos.
Y cuando el monje salió de la habitación, empezó a pensar. Primero con dificultades, como los motores viejos cuando están fríos. Cuando por fin arrancó, su primer pensamiento fue el recuerdo de lo que le dijo en cierta ocasión su padre. Un soldado que empieza a pensar, empieza a dejar de ser soldado.
These mist covered mountains
Are a home now for me
But my home is the lowlands
And always will be
Some day you'll return to
Your valleys and your farms
And you'll no longer burn
To be brothers in arms
Through these fields of destruction
Baptism of fire
I've watched all your suffering
As the battles raged higher
And though they did hurt me so bad
In the fear and alarm
You did not desert me
My brothers in arms
There's so many different worlds
So many different suns
And we have just one world
But we live in different ones
Now the sun's gone to hell
And the moon's riding high
Let me bid you farewell
Every man has to die
But it's written in the starlight
And every line on your palm
We're fools to make war
On our brothers in arms.
Brothers in arms. Dire Straits.
Aprovecho la ocasión para felicitar a todos los habitantes del estado español. ¡Enhorabuena! no se es padre/madre todos los días. Y es que no sé vosotros, pero yo hoy me siento padre de esta tal Leonor, orgullo de la Casa Real Española y de todos nosotros, alegres plebeyos, humildes vasallos; al menos eso dicen los media, nos desvivimos por cada nuevo parási... digooo miembro de la dinastía Borbónica que sale a la palestra; mis disculpas, que es que se me va la lengua con tanta emoción contenida, que ya sabeis que soy muy comedido y tal pero tanta emoción me puede. Y más si es tan seguida, porque esta gente procrea que da gusto; será la poca faena o lo que sea, pero se dan a los placeres carnales cosa mala. Incluso alguno de ellos ha tenido ya un tabardillo de tanto gusto al hincar, dicen las malas lenguas.
Y ha venido con esfuerzo al mundo ¿eh? Qué sufrida la Leti... Mira, de algo ha servido el parto, siempre me había preguntado cómo diablos iba a salir un niño de un títere flaquito. ¡Por cesárea, claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? Bueno, espero que esto último no se lo tomen a mal. Que yo sea republicano no quita que no me alegre por la llegada de una nueva vida al mundo. ¿Cómo no sentirse feliz por esta gente tan humilde, que tiene más de cien coches de lo humildes que son, según una revista de coches que leía el otro día? ¿Cómo no sentirse padre de un retoño al que vas a mantener el resto de su por otra parte poco envidiable vida?
¿Cómo podemos ser tan gilipollas?
Subió las escaleras y entró sin llamar. Siempre le llamaba la atención aquella habitación, oscura a pesar de tener las ventanas abiertas y las persianas subidas todo el día. Era como si la luz, tímida, quisiera quedarse fuera contemplando desde el balcón sin molestar al habitante que allí dormía, que pasaba los días contemplando a su vez el baile de los reflejos del sol fuera, pensando quién sabe qué. Todo se había convertido ya en "fuera" para aquel hombre postrado en la cama y en la penumbra, oscura mortaja de la que ya no era capaz de desprenderse.
Era triste verlo así, tan seco que ya apenas se hundía el colchón bajo su peso, arrebujado bajo las mantas y los edredones cuando hasta no hace tanto no había pasado un sólo día en que no fuera el primero en levantarse. Y a veces el último en acostarse. Pero así son las cosas, la hora nos llega a todos. Y aunque llevara tanto tiempo muriéndose que hasta él mismo pensara que seguiría muriendose eternamente, la hora había llegado. Bajo aquellas capas de oscuridad, lana y edredones moría más que nunca, y sin duda por última vez, su padre.
-¿Papá?
dijo, pero no le contesto. Lo primero que pensó fue que tal vez había llegado demasiado tarde, que de nada habían servido las prisas tras la llamada, los vuelos apresurados ni la conducción temeraria. El dejarlo todo no conmueve a esa bella pero fría dama que es la Muerte, que sabe que tenemos tiempo siempre de despedirnos antes de que llegue el último momento... aunque desconoce -o prefiere obviar- que nunca lo hacemos mientras no existe la certeza de que nunca más nos veremos, tal vez por dejadez, tal vez por esperanza, tal vez por falsa confianza. Tal vez porque duele. Pero había tanto que decir...
-¿Padre?
Acarició su ya escaso cabello con la mano y poco a poco asomaron unos ojos de un azul tan intenso como el que había conocido en sus mejores años, cuando iban juntos a pescar a la playa. Tardó un instante en reconocerle, pero cuando lo hizo sonrió como mejor pudo y lentamente movió los labios hasta despegar la pátina que los cubría. Lentamente salieron de su boca las palabras, con un tono bajo pero sin titubeos.
-Hijo, te he estado esperando. Tenía miedo de que no llegaras antes que la muerte. Está a punto de llegar, todos lo sabemos. Tal vez incluso esté detrás de la puerta esperando que acabes tu visita. Hay algo que quiero preguntarte... algo que me atormenta por las noches.
-¿De que se trata, papá?
-Mi tiempo se ha acabado, pero el tuyo acaba de comenzar, comienza a cada momento. Siempre he vivido alejado de tí, no he podido estar contigo tanto como desearía. Por eso no sé a ciencia cierta en qué clase de hombre te has convertido. Me atormentaba la idea de no haber podido darte lo mejor de mi mismo, de que por mi culpa... suena estúpido, lo sé. Eres ya un hombre casado y tienes una familia propia, pero me daba miedo de que por mi culpa, por mi egoismo, tu te convirtieras en lo mismo que yo.
-Pero que tonteria estas diciendo, tú...
-¡El tiempo se acaba! -grito, de tal forma que el hijo se quedo paralizado y el canto de los pájaros cesó- Yo sabía que no tenía tiempo de saberlo en está última escena de mi vida, pues has de saber que eso es lo que es. Pero anoche, tuve un sueño. Y ella me dió la respuesta. Ella me dijo como podía saber qué tipo de persona eres.
-¿Quién es...?
-Dime, hijo -le interrumpió- Y contesta sinceramente si es que quieres hacer feliz a tu padre, es tu única oportunidad. Dime ¿estás dispuesto a morir por tus ideales?
Había tantísimo que decir, y sin embargo eso. Se preguntaba a qué venía esa pregunta, qué se supone que debía contestar para hacer feliz a su padre en el último momento... porque sabía que era el último momento. Había percibido con el rabillo del ojo la sombra entrando por la puerta, sentía su presencia cada vez más cerca. Sintió frío, y recordó a su mujer y su cabello del color del trigo, su hija y su graciosa sonrisa cuando hacía alguna travesura. No había tiempo.
-No, padre. Estoy dispuesto a vivir por ellos.
-Y es que hijo, la muerte pone a cada uno en su sitio- sonrió, y ninguna sombra pudo ocultar el brillo de sus dientes.
"Estaba descalza, llevaba un sencillo vestido de lino. Portaba también una guirnalda de margaritas trenzadas encima de los largos cabellos rubios que le caían libremente sobre los hombros y el pecho.
-Hola -dijo él.
Alzó hacia él unos fríos ojos celestes, no respondió.
Él advirtió que no estaba morena. Resultaba extraño que, ahora, al final del verano, cuando las mozas de las aldeas estaban normalmente quemadas por el sol, el rostro y los hombros de la muchacha tuvieran un ligero color dorado.
-¿Has traído flores?
Ella sonrió, bajó las pestañas. Él percibió frío. Le pasó sin decir palabra, se agachó a los pies del menhir, tocó con la mano la piedra.
-Yo no traigo flores -dijo, levantando la cabeza-. Pero éstas que están aquí son para mí.
Geralt la miró. Estaba agachada de tal modo que ocultaba a su vista el último nombre esculpido en la piedra del menhir. Sobre el fondo oscuro de la roca ella resaltaba luminosa, innatural y radiante de tan luminosa.
-¿Quién eres?-preguntó él muy despacio.
Ella sonrió, sopló un viento frío.
-¿No lo sabes?
Lo sé, pensó, mientras miraba al frío celeste de sus ojos. Sí, resulta que lo sé. Estaba sereno. No sabía estar de otro modo. Ya no.
-Siempre quise saber qué aspecto tenías, señora.
-No tienes que titularme así -dijo en voz baja-. Al fin y al cabo nos conocemos desde hace años.
-Nos conocemos -confirmó él-. Dicen que me sigues paso a paso.
-Te sigo. Pero tú nunca miraste detrás de ti. Hasta hoy. Hoy miraste atrás por primera vez.
Él guardó silencio. No tenía nada que decir. Estaba cansado.
-¿Cómo... Cómo va a ser? -preguntó por fin fríamente y sin emociones.
-Te tomaré de la mano -dijo, mirándole a los ojos-. Te tomaré de la mano y te llevaré a una pradera. Entre la niebla, el frío y la humedad.
-¿Y después? ¿Qué hay después de esa niebla?
-Nada -sonrió-. Después ya no hay nada más.
-Me seguías, paso a paso -dijo-. Pero atrapaste a otros, a aquellos que encontraba en mi camino. ¿Por qué? ¿Se trataba de que me quedara sólo, verdad? ¿De que por fin comenzara a tener miedo? Te reconozco la verdad. Yo siempre te tuve miedo, siempre. No miraba detrás de mí porque tenía miedo. Porque estaba aterrado de que te vería ir tras de mí. Siempre te tuve miedo, mi vida la he vivido aterrado... hasta hoy.
-¿Hasta hoy?
-Sí. Hasta hoy. Estamos de pie, cara a cara, y yo no siento aprensión alguna. Me has quitado todo. Me has quitado hasta el miedo.
(...)
-Terminemos con esto- dijo él con énfasis-. Tómame...tómame de la mano.
Se levantó, se acercó a él, sintió el frío que exhalaba, un frío penetrante y agudo.
-No hoy -dijo ella- Algún día. Pero no hoy.
-Me has quitado todo...
-No -le interrumpió-. Yo no quito nada. Yo sólo tomo de la mano. Para que nadie esté solo en ese momento. Sólo entre la niebla."
Andrzej Sapkowski. La espada del destino (extracto).
De vez en cuando nos miramos mientras trabajamos y nos sonreímos. No se qué es lo que piensas mientras lo haces, y creo que nunca lo sabré. Yo sencillamente sonrío porque me gusta tu sonrisa, sencilla, directa e inocente, que deja entrever la niña que fuiste y que aún sigues siendo, pese a que lo intenten negar tu cigarrillo perenne, tus ligues de una noche y tu pose de mujer emancipada. Tus labios se comban, tus dientes relucen y no eliminan nada de eso, sencillamente lo eclipsan. Tal vez sea lo más bonito de un eclipse, saber que todo sigue estando en su sitio mientras ocurre, pero el hecho de que ocurra todo a la vez luz, sombra, omisión, presencia- es un pequeño milagro que no se puede ver todos los días. Sólo que yo sí puedo.
Es asombroso lo rápido que puede uno acostumbrarse a que lo sobrenatural forme parte de su vida cotidiana. Ocurre y el corazón te da un brinco, todo tu ser palpita de felicidad al borde de un coma endorfínico; el resto de la tarde te la pasas preguntándote qué ha pasado, pero sobretodo si volverá a pasar. Y vuelve a pasar, una y otra vez. Uno puede quedarse ciego si observa demasiado tiempo estos fenómenos, dicen. Y con razón. Tan estúpido como para olvidar que nada es eterno, preferí acostumbrarme a tu presencia distante, tan cerca que podíamos sonreírnos, tan lejos que no podía ni tan sólo tocarte, tal vez por miedo a que la ilusión desapareciera tal como vino. Tan tonto que prefería mirarte a escondidas mientras reponías de espaldas a mí, que hacía ver que arreglaba papeles. Tan ciego que prefería pensar que siempre podría verte.
De vez en cuando nos miramos mientras trabajamos y sonreímos, pero hoy no me miras mientras lo haces. No se qué piensas cuando contemplas todo lo que dejas atrás y se que nunca lo sabré. Hoy, tu último día en este trabajo, eres más mujer emancipada que nunca. Empiezas una nueva vida lejos de aquí y eres la reina por un día, la niña mimada de todos nosotros en estas últimas horas. Además de la ilusión creo adivinar miedo en tu mirada perdida. Te cuento un chiste para aligerar tensiones y lo celebras como siempre, con esa manera tan graciosa que tienes de decir ¡qué malo! mientras convulsionas de risa. Repartida entre todos, no vuelves a prestarme atención hasta que descubres que conozco y canto la letra de la canción que suena en la radio -esta cobardía de mi amor por ella/ hace que la vea igual que a una estrella/ tan lejos, tan lejos, en la eternidad/ que no espero nunca poderla alcanzar- y te sorprende. Tengo buena memoria para las canciones, te digo. Sobretodo para las apropiadas, me callo. Y la tarde pasa en un suspiro, como siempre que no debe demasiado deprisa. Recogemos y todos te esperamos fuera mientras te dan el finiquito.
Sales como en las películas, con una caja llena de tus cosas, dejando vacío de ti el sitio. Bromas, sí, pero sobretodo lagrimillas. Es lo que tiene trabajar con tantas mujeres. Hago lo posible por tragarme las mías. Cuando llega mi turno cojo la caja, te la quito de las manos y la dejo en el suelo. Me preguntas que qué hago y te respondo que me molestaba para abrazarte. Y cuando lo hago se que el lunes te seguiré viendo colocando cosas en las estanterías mientras yo hago como que ordeno papeles. Se que, aunque lo estemos haciendo en puestos de trabajo diferentes, tu estarás sonriendo (sabiendo que te observo a escondidas, como siempre hacías) y yo también ( sabiendo que lo sabías). Marchas calle arriba bajo las farolas, seguramente pensando en tu nuevo ciclo, o tal vez en lo que dejas atrás. Marcho calle abajo a oscuras, pensando en lo mismo, en lo mucho que me joden las despedidas y en cierto cuento en el que el sol y la luna se enamoraban, un cuento en el que siempre había futuro para la esperanza. Porque sigue habiendo momentos en los que se pueden encontrar, y siempre los habrá. Al menos mientras sucedan eclipses.
La vida es también un león, y sus colmillos son los segundos. Hoy, ya miércoles de madrugada, encuentro (por fin) un hueco entre mis ocupaciones, mis obligaciones, mis aficiones y mi astenia otoñal. Y aquí estoy de nuevo, tras una breve ausencia (sustituya breve por su concepción temporal deseada). Muchos se preguntarán ¿por qué vuelves? Algunos, incluso lo harán llorando y desesperados, lo se. Y a veces yo también me lo pregunto. Creo que ya he hablado de esto antes.
Tal vez sea mi manera de decir cosas que de otra manera se quedarían dentro y me provocarían una úlcera o algo peor, aunque supongo que nunca he hablado de mi hermética naturaleza. Una buena amiga me lo decía el otro día, precisamente. Nunca hablas de ti mismo. Escuchas, observas, analizas, ayudas (¿¡!?) a veces a tus amigos, pero nunca hablas de ti. Mira si eres de esa manera que ni tan solo eres capaz de hacerlo en algo tan impersonal y anónimo como un weblog. Querida L, tienes razón, por supuesto. Para algo eres psicóloga. Soy así habitualmente, un ser acorazado, pocas veces hablo de mi... Por contrapartida, debes saber que el hecho de que me abra a alguien significa mucho. Es, por así decirlo, mi manera de decirte que eres de los míos. Tú, que después de leer esto ya deberías saber en que lugar estás, si es que tenías alguna duda, también sabes que no es del todo cierta la segunda parte de la observación. Puede que pocas veces hable directamente de mi vida en este sitio. Pero indirectamente, cada cosa que escribo habla de mi y de mis circunstancias. Da igual que el personaje sea pepito, fulanito o menganito, que describa el tiempo o que escoja un texto de tal autor. Cada letra forma parte de mi mundo, de tal forma que mi mundo, mi vida y yo somos también estas letras unidas con más o menos tino. Pero claro, eso tú ya lo sabes por tener también un mundo propio (del que tampoco escribes mucho, ejem), y yo se que lo dices sólo para picarme. Un aplauso para L, estupenda escritora que curiosamente es mucho más Grande que alta.
Esto ya parece a estas alturas una editorial. O tal vez un programa de radio, al más puro estilo Chris Stevens de la K-OSO de aquella serie tan estupenda que daban a estas estupendas horas también, Doctor en Alaska. Estamos aquí tu y yo solos, sea la hora a la que leas esto. Voy equipado con unos magníficos pantalones cortos, una camiseta de South Park y unas zapatillas de esas con forma de tigre. Me duelen los pies de la ostia después de diez kilómetros corriendo esta mañana, un día entero de trabajo de pie y la clase de salsa, para remate. Y sin embargo, me muevo, al menos interiormente. Porque me lo piden los dedos, me lo pide la mente. Tengo ganas de mover el boli, el teclado o cualquier cosa que sirva para dejar impronta de lo que quiera que deba salir de mi. Porque la noche nos invita a la magia; el día nos invita a soñar. Porque a la gente como tú y yo nos gusta vivir todos los mundos en los mundos escritos, y de vez en cuando escribir nuevos. Porque tú y yo sabemos que no hay nada mas hermoso que hablar de tú a tú pensando que no conoces, pero sabes de esa persona. Aunque sea a través de un escrito. Así que pasen y vean.
Me gusta pensar que merece la pena. Por lo menos a mi me la merece.
- Y bien, aquí me tienes. ¿Qué deseas?
- No quiero nada de lo que tu me puedas dar. He escuchado lo que dicen por ahi de ti, y pareces más un demonio que un genio. Los genios conceden deseos. Tu creas necesidades en la gente.
Sólo eran dos perfiles con el cielo rojizo de fondo en la cima de aquella montaña al anochecer, y uno de ellos ni siquiera daba sombra. Era arriesgado subir allí sólo, pero subir sabiendo lo que contaban del lugar los habitantes del pueblo más cercano era propio de un estúpido.
- Genio, demonio... clasificaciones. Digamos que soy alguien con un don. Tengo el don de saber lo que la gente necesita. Y se lo doy.
- Aun si esa necesidad convierte a la gente en desdichada, quieres decir.
- La gente es desdichada por naturaleza, nunca tienen bastante. Cuanto más desea alguien, más desdichado es. Yo sencillamente, les doy lo que en el fondo desean, así tienen una cosa menos que desear, de la que preocuparse. Visto desde ese punto de vista, no soy un demonio sino un santo. Te he preguntado ya sobre qué deseas. ¿O me vas a decir que has subido aquí sólo para filosofar conmigo? ¿Tal vez para admirar la puesta de sol?
Enseguida se dio cuenta de que su sonrisa era tan falsa como él, pero su estocada era certera. No había hecho todo ese camino sólo por curiosidad, ni para hablar con el ser extraño y maligno del que todo el pueblo le había hablado. Ni siquiera como héroe que acabaría con su existencia para vengar todo el daño causado. No.
- Tienes razón, mi motivo es egoista. No soy mejor de los otros que suben aquí. Veo que tenían razón cuando decían que conoces... o lees muy bien el pensamiento humano. He subido para ponerme a prueba, para perfeccionarme. Quiero que me ofrezcas algo que no pueda rechazar.
El ser sin sombra clavó sus ojos verdes en un punto más allá del hombre, casi traspasando con la mirada una zona indefinida entre el hombro izquierdo y el esternón mientras sonreía con una intensidad variable. Al cabo de unos minutos, soltó una carcajada que sólo podría describirse como gélida. Agito sus manos en un complicado movimiento y el aire y el polvo más cercano se condensaron hasta dar forma a un pequeño objeto que fue volando hacia el hombre y aterrizó en sus manos. Enseguida adivinó lo que era, pero tardó un poco más en darse cuenta de la malignidad que latía en su interior.
- ¿Una goma de borrar?
- Sí, pero como ya te has dado cuenta no una cualquiera. He mirado en ti. Sé tal vez más que tú sobre ti mismo. Sé cuál es la razón por la que emprendiste tu viaje. Y tu sabes que la redención es inutil, nadie puede cambiar lo que está hecho. Conocerte a ti mismo no te ayudará a liberarte de tu culpa. Pero sí esa goma mágica. Porque esa goma puede hacer algo que siempre has deseado. Puede borrar cualquier parte de tu vida. Como si nunca hubiera existido. ¿No es maravillosa? Mucha gente mataría por algo así.
Y era cierto. Cuántas veces había soñado eliminar todo lo que pasó, hacer desaparecer el dolor y las pesadillas. Y ahora la solución estaba ahí, tan facil, tan poderosa, tan tentadora... Sólo que el ser seguía sonriendo de aquella manera prepotente, condescendiente. Falsa. Podía tomar esa solución entre sus manos y utilizarla una y otra vez hasta que todo estuviera bien. Sólo que no estaría bien. Sólo que la solución no era la solución.
Aferró la goma entre sus dedos índice y pulgar y se dispuso a usarla. Guiñó el ojo izquierdo y con la mano derecha empezó a borrar agitando la goma arriba y abajo, a la izquierda y la derecha alternativamente. Empezó borrandole las manos. El ser aulló.
- Vaya, así que tenemos un héroe. No podías conformarte con llevarte tu premio, tenías que jugármela de la manera tradicional y usando mis propias armas. No ganas nada, sabes que soy un ser mágico. Apareceré de nuevo donde la gente me requiera y tu te habras quedado sin nada.
- En eso te equivocas ¿ves? Por norma no haría caso a alguien como tú, así que mi elección estaba bastante clara. Pero ademas... he pensado. Alguien dijo una vez que uno es uno y sus circunstancias. Borrar mis circunstancias tambien eliminaría una parte de lo que soy ahora mismo. Me eliminaría a mi.
Borró sus piernas poco a poco. El ser estaba extrañamente quieto, no hizo intento alguno por defenderse. Mientras borraba concienzudamente, aquello seguía sonriendo. Un escalofrió recorrió su columna y dejo de golpe de borrar. Y entonces comprendió. Dirigió la goma a la boca.
- Ahora entiendo. al fin y al cabo, tu no dejas de ser una más de mis circunstancias ya formas parte de mi vida, y si te borro, parte de mi desaparecerá. Si te borro, venir aquí no habrá servido de nada.
Y entonces hizo un rapido movimiento con la mano, dejó la goma en el suelo, y se alejo caminando por donde había venido, dejando tras de sí a lo que quedaba del ser, con la sonrisa borrada. Y nunca mejor dicho.
Así, como hoy, me sucedía a menudo. Me sentía Penélope, salvando distancias. Pero yo no sabía lo que esperaba. Cada día era igual al siguiente en la rutina del hogar. Tejía palabras durante el día que por la noche deshilachaba con tal de ganar un poco de tiempo, unos días más, dándole una oportunidad al destino o lo que quiera que hubiera de llegar. Y no llegaba. Por más que le cambiara de nombre y apellidos, de rostro y de voz, de señas, ideas y aromas, nada llegaba. Porque era yo quien debía ir en su busca, sin duda. Así que lo hice.
Hay quien diría que ahí empezó mi viaje, y no creo que estuviera equivocado a su entender. De la misma manera que hay quien decía de cierto escritor que jamás había viajado a los parajes exóticos que describía en sus novelas de aventuras y no puedo estar más en desacuerdo. Porque ¿no es acaso más bello pensar que no hubo principio que podamos recordar de nuestros respectivos viajes, ni final que podamos atisbar ni intuir siquiera más allá del horizonte? Éramos algo antes de ser lo que somos, y seremos algo después. Sin importar ni una cosa ni otra ¿qué más da? Hemos podido ser lava y roca, sal y corales, polvo de estrellas, Leónidas o alguno de sus trescientos, Teseo y Perseo, Aquiles y Héctor, Tom y Jerry, Jerjes, Atila, Hitler y sus seguidores; agua y sombra, caracol escalando un tallo, beso de enamorados y así innumerables; pero lo importante es que hemos sido algos viajeros, y seguiremos siendo y errando, nómadas del viento y los otros elementos, nómadas del vacío y del recuerdo de quienes nos sobrevivan. Así, sin la influencia limitante del tiempo, todo parece más sencillo, pero por suerte no lo es en absoluto. ¿O acaso esperamos un viaje sin aventuras? Por eso, más que iniciarlo, simplemente continué el camino desde el rojo cielo del este al ocaso, atravesando montañas brumosas , rupturas sentimentales, selvas plagadas de peligros y de plantas aromáticas, pérdidas de amistades de siempre y encuentros de otras para siempre, desiertos agónicos donde el agua vale más que la vida, pequeños triunfos profesionales y grandes derrotas espirituales, bellas praderas en las que el verde se mece al ritmo de la suave brisa de Junio... Y si algún día me sentía perdido, levantaba la vista al cielo y escogía al azar una estrella y la seguía. Y daba igual si escogía una del cinturón de Orión o de la cola del escorpión, en el fondo intuía que había acertado. Estoy seguro que muchos de vosotros sabéis exactamentelo que quiero decir. Y, aunque disfrutaba de veras el viaje, mi corazón anhelaba que acabara lo que creía un medio, no un fin en sí mismo. Me sentía Ulises, salvando distancias. Sólo que yo no sabía con certeza dónde quería llegar.
Llegó a mí por la mañana temprano. Me había acostado en una cala remota bajo los pinos y me había quedado dormido con el ruido del oleaje. Y sin embargo, me despertó la canción del viento y el mar, la caricia del sol surgiendo poco a poco del horizonte. El juego de sombras y luces de los pinos, la transparencia de aquellas aguas en calma. Nada sobraba en aquella playa, nada faltaba. Pero todo tenía cabida, al mismo tiempo. En aquella playa había lugar para mi vieja maquina de escribir, mi ordenador y mis libros y apuntes, para mis miedos y mis dudas, para mi mochila de viaje y mis viejas botas de cuero, para los mapas que nunca usé, un lugar para mi bata y otro para un tablero de ajedrez. Un punto de encuentro entre Ulises y Penélope. Me acosté en algún punto del Mediterráneo y me levante en Ítaca.
Y todo se fue, como en un sueño. Quien sabe, tal vez lo era. Continúo el viaje a veces sintiéndome Penélope y a veces Odiseo, buscando y esperando. Intuyendo que Ítaca esta más cerca de lo que pienso, que hay un hogar para cada uno de nosotros y está... bueno... seguro que a estas alturas más de uno sabe exactamente lo que quiero decir. Pero sin creérmelo aún del todo. Y sin embargo, hay momentos, pequeños insights... Hoy, mientras trabajaba, la lluvia chocaba contra el vidrio del escaparate y ese ruido... no era un ruido. Era la canción del mar.
Mi padre suele repetir a menudo un dicho sobre la causa y el efecto: muerto el perro, se acabó la rabia.
Viendo el fuego que arrasa la península, me pregunto qué pasaría si hubiera una ley que prohibiera edificar sobre las zonas arrasadas y que obligara a repoblarlas, sin dar ninguna otra posibilidad. ¿Seguirían habiendo tantos incendios?
También me pregunto cómo es que no se le ha ocurrido esta sencilla idea a nuestros amados políticos. Y el que quiera entender...
PD: Felicidades a la NASA y al gobierno de los Estados Unidos por su fantástica campaña de publicidad y dramatismo fingido. Ha sido una excelente forma de hacer que la gente se evada de cosas más preocupantes. Venga, ahora que nadie nos oye... ¿de veras estaba averiado el cacharro?