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Bokuden

Mi reino vivirá/ mientras estén verdes mis recuerdos

A veces el recuerdo surge de repente y te atrapa de tal forma que se transforma en historia. Puede surgir de la nada, de una frase, de una risa... en este caso ha surgido al leer un post de Saf . Y es que guardan curiosas similitudes. Por ello, le dedico mi historia, por devolverme estos recuerdos.

Yo tenía unos 13 años de los de entonces. Digo esto porque hoy en día con 13 años los niños ya no son tan niños, y sus aficiones muchas veces no son tan inocentes. Yo con 13 años era un niño (y aún ahora lo sigo siendo en cierta manera, a mis 25; por cierto, ya hablo como un abuelo, nota mental, que tontería). Y como niño que era, mi único objetivo en la vida era jugar y divertirme. Los días soleados hacía algún deporte callejero, y los de lluvía iba al centro cívico de mi barrio. Estaba/está cerca de mi casa, era/es acogedor y tenían/tienen muchísimos juegos de mesa. Y allí pasaba mis tardes.

Ya se sabe, en los centros cívicos suelen haber unos pocos niños y unos muchos niños octogenarios. Y allí los niños jugabamos al parchís, al cluedo, al quien-es-quién, al hero quest, a varios juegos de rol, etc. Y allí abundaban abuelos jugando a sus distracciones favoritas después de la petanca: al dominó, al mus, a otros juegos de cartas... como se puede comprobar, niños y ancianos no son tan diferentes en cuanto a costumbres, ni en los días soleados ni en los lluviosos. Y claro, se me olvidaba. Habían dos ancianos, sólo dos, que jugaban al ajedrez.

El ajedrez es un Arte. Se que suena pedante y aburrido, pero lo es; o al menos no puedo sentirlo de otra manera. Aprendí a mover las piezas a los nueve años y desde entonces juego siempre que puedo. Por eso me llamaron la atención aquellos dos viejitos arrugados y con aspecto tan intelectual que se pasaban horas allí sentados, cada mañana y parte de la tarde. Los veía marchar a eso de las seis, sin necesidad de que ninguno de los dos dijera que había llegado la hora, y sólo entonces hablaban largo y tendido mientras paseaban, dejando el tablero tal cual había quedado la partida para continuar al día siguiente. Nadie lo usaba, nadie lo tocaba. Eran las dos únicas personas del centro cívico que jugaban al ajedrez.

Y así pasó al menos un año, cada tarde que iba era igual. Pero llegó una tarde en que sólo uno de los dos estaba sentado en la mesa cuando yo llegué. Comprendí lo que había sucedido cuando lo vi llorando con disimulo, cubriéndose los ojos con las manos, con los codos apoyados sobre la mesa en actitud simuladamente pensativa. Mirando quizá el último movimiento de su rival/amigo. El resultado de una vida acabada, una partida inacabada. Y con nostalgia y resignación, justo a las seis en punto, movió pieza. Y se fué. Era su manera de decirle adiós.

Es difícil explicar la belleza de ese gesto. Sólo diré que me conmovió profundamente. Y no pude hacer otra cosa que acercarme al tablero y observarlo, quedarme impregnado de ese sentimiento de pérdida que acompaña a este nuestro mundo. Justo como el ajedrez. Y así, emocionado, relegué mi mente a los cálculos. Y mi mano y otra parte de mi mente, espíritu o como lo querais llamar hizo el resto. Les tocaba mover a las negras. Su enroque estaba visiblemente amenazado así que mi primer movimiento fué defenderme atacando y de paso ganar parte del centro. Torre e8, jaque.

Después reflexioné muchas veces sobre por qué hice lo que hice. Y la verdad es que no lo se. Quizá como homenaje, quizá como muestra de respeto y apoyo, quizá el show debía continuar. Quizá fue una tontería. No lo se. Pero el caso es que al día siguiente, volví a ir aún sin lluvia. Y el jaque había sido convenientemente cubierto con un caballo. No pude evitar sonreir.

Y así comenzo nuestra partida fantasma, casi por correspondencia. Cada día, dos movimientos, uno suyo y uno mio. Y fué una partida larga, muy larga. No había empezado en muy buena posición, pero además el puñetero viejo era jodidamente listo, y tenía la experiencia que a mi me faltaba ( y aún me falta). Así que llegué a un punto muy complicado en el que cualquier movimiento que hiciera me dejaba en una posición peor de la que estaba. Como la vida misma. Así que fuí a casa, encendí el ordenador e imprimí una nota, que dejé luego en el tablero.

Al día siguiente, falté a clase por la tarde y estuve en el centro cívico casi toda la mañana. Finalmente apareció. Fué directamente al tablero, lo miró. Leyó la nota. Aún recuerdo su carcajada. :) Luego escribió algo, toco algo del tablero y se fue.

Esperé al menos una hora, por si acaso estaba esperando escondido. Como siempre, fuí hacia el tablero cuando ningún conocido de ambos estuviera merodeando. Sobre el tablero, mi nota mecanografiada, a la que se le había añadido una frase con pluma. Leí mi parte.

"¿LO DEJAMOS EN TABLAS? HA SIDO UNA BUENA PARTIDA"

Miré el tablero. Sobre él, los dos reyes en el centro, tumbados. Más abajo de la nota, con su letra ponía:

"Claro que sí. Pronto jugaremos de nuevo juntos ahí arriba él y yo. Gracias por todo."

10 comentarios

Lian -

Bokuden Muakkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

bokuden -

Lian: No creo que ninguna lágrima que salga de tus ojos sea estúpida ;)

Avellana: Viniendo de quién viene, es todo un honor, monsieur Avellana. Usted si que es un extraordinario narrador. :)

Lau: Bienvenida
pues, en toda la extensión de la palabra. Vuelve cuando quieras, y que no sea por obligación ;)
PD: (Ahora me siento obligado a tener nietos :p).

Otis B. Driftwood: Bienvenido también. Gracias a vosotros por leerla. Pero el mérito no es mío, sino de cómo transcurrieron los acontecimientos. Y de Saf, por recordarmelos.

Otis B. Driftwood -

Después de leer esto, sólo se me ocurre decir: Uf.

Increíblemente bella la historia. Gracias por contarla.

Lau -

No recuerdo haber estado nunca antes aquí, y se me ocurre que no podría haber caído en un momento mejor que como para compartir una historia, un momento, o un recuerdo (como lo quieras llamar) tan delicioso como éste.
Qué tremendo gusto que me ha dado, eh. No puedo más que darte las gracias por esto.

(Ya tienes una historia para contarle a tus nietos, ji... :))

(Lo malo, ays, es que ahora, pues... ¡me siento obligada a volver...! :P)

Avellana -

Extraordinaria historia, Bokuden. ¡Qué buena!

Lian -

Joer impresionante, se me puso la carne de gallina, y una estúpida lágrima intentaba salir de uno de mis ojos.
Preciosa historia, me encanta encontrarme con textos tan bonitos y que me llenen tanto.

Gracias por hacerlo.

Besitos

bokuden -

Ah, Saf. Me alegra que le haya gustado a mi Musa :D Gracias por el recuerdo.

PD: Si quieres te vendo comodynes. Forma parte de mi trabajo :)

¿Normales? ¿con avena? ...

bokuden -

Golfo: Tienes toda la razón, es una actitud vital. El Ajedrez es un juego noble al alcance de todos que resulta toda una enseñanza alegórica sobre la vida. Es a los juegos de mesa lo que las Artes Marciales son a los deportes... haciendo una proporción extravagante y sacada de la manga. Pronto escribiré una leyenda sobre sus orígenes que me fascinó.
Sobre lo de la oportunidad... ultimamente creo que absolutamente todo lo que hacemos en nuestra vida es aprovechable de esta manera. Pero si, supongo que esta historia es lo que el Don Juan de Castaneda llamaría un suceso memorable.

Saf -

¡¡No hay derecho!! (por tu culpa se me ha corrido todo el rimmel y me pican los ojosssss.)

Qué historia tan bonita y tan bien contada.
No ha podido gustarme más.
Cómo escribes de bien.

Saf

¡y encima se me han acabado las comodynes desmaquillantes, jo!

Golfo -

me siento como cuando acabo de ver un buen corto, pero con la satisfacción de que esta historia ha sucedido de verdad.
Lo me mover ficha es una actitud vital... si no mueves no ocurre nada. Moviste, y tienes esto que nos has contado.
Ya queriamos algunos tener una oportunidad asi y cojones para hacercarse al tablero a actuar.