Blogia
Bokuden

Cuentos, leyendas y demas historias

2006

Subido en un taburete, el niño balanceaba en el aire sus pies mientras observaba atentamente como el anciano mojaba la pluma en el tintero y escribía de forma lenta pero inexorable, a un ritmo constante que le recordaba al movimiento del péndulo del reloj de pared que adornaba la sala. Llevaba mucho tiempo observándole, no sabría decir cuánto exactamente, pero sólo ahora se daba cuenta de lo poco que faltaba para que las hojas se agotaran. Siempre había visto a aquel viejo así, encorvado sobre el libro y escribiendo sin parar. Sin duda, su obra lo tenía absorbido. El niño paró los pies y el anciano desvió un instante su mirada del libro, sin parar de escribir. Sonrió. Sabía reconocer esa expresión entre atontada y asombrada de los niños, con la boca semi abierta, la cara que ponen cuando están a punto de hacer una pregunta o una ronda de ellas. Claro que la reconocía. Él mismo había sido niño no hace tanto. Ah, el tiempo es un farsante, pensó.

- Abelo ¿de qué trata ese libro que escribes?

- Es difícil de decir. Es como la vida misma. Un poco de amor, un poco de odio, algo de heroísmo, tragedia, comedia... Podría decirse que es una crónica. Y recuerda que yo no soy tu abuelo.

- Es enorme, abelo -dijo el niño, que tenía los ojos fijos en el grueso tomo y no parecía haber escuchado nada-. ¿Llevas mucho tiempo escribiéndolo? ¿Cómo es de grande?

- Toda mi vida, renacuajo. Y es tan grande como lo quieras hacer. Pero en términos medios, te podría decir que tiene unas 365 páginas. No son muchas, pero ¿a que parece más grande?

- Lo es. Me gusta mucho. ¿Crees que algún día podría escribir uno igual?

- Uno igual no -sonrío-. Escribirás uno único, el tuyo. Podrías probar si quieres. Ya casi he acabado.

Y segundos después de decir esto, al anciano puso punto y final justo en la última línea de la última página del libro; lo cerró con cuidado y con una caricia lo dejó sobre la mesa. Se levantó de la silla estirándose con las manos en los riñones y fue cojeando hasta el taburete, donde cojió al niño y lo transportó en volandas a la silla donde estaba sentado escribiendo.

- Bien, pequeño. ya puedes empezar a escribir si quieres.

- Pero ¿dónde? no hay más papel.

- Si que lo hay, siempre lo hay. Simplemente pasa página -le dijo mientras le ponía la pluma entre sus deditos.

La primera página estaba en blanco. El niño ojeó el resto de páginas, incluso la última que había visto escribir, pero todas estaban en blanco.

- Es una tinta especial, así como un libro especial -dijo el anciano- no se usa para perdurar, sino sólo para ser por unos instantes. ¿No es maravilloso tener todo un libro que rellenar de esa manera? Si te equivocas, no necesitas rectificar. Cada letra es la única importante en ese instante y tienes todo un libro en blanco para crear. ¿Te animas?

- ¡Claro que sí, abelo! Pero preferiría un boli para escribir. Uno de colores.

- Jaja! Por supuesto que sí. Todos empezamos así. Aquí tienes uno -y al girar la pluma, se convirtió en un boli irisado.

Y cuando ya sonaban las doce en el reloj de pared, el niño comenzó a escribir y dibujar, primero con trazo inseguro pero enseguida con ritmo y gracia, mientras el anciano lo miraba con rostro apacible y sereno, recordando tal vez sus primeros momentos, la grandeza del libro en blanco, las ilusiones, las promesas y los propósitos, seguidos de las aventuras, penas, alegrías y decepciones de sus historias en el libro. Sonriendo al pensar que pese a todo, todo merece la pena. Merece la pena seguir escribiendo sobre superficies borrosas para que nada nos pertenezca, salvo en el recuerdo. Sabiendo a ciencia cierta, ahora que los párpados se le comenzaban a cerrar con la doceava campanada, que merece la pena crear hasta que nos llegue la hora de dar el relevo para que el show continúe. Y ser por fin recuerdo, paz, sueño, nada.

Subió las escaleras y entró sin llamar. Siempre le llamaba la atención aquella habitación, oscura a pesar de tener las ventanas abiertas y las persianas subidas todo el día. Era como si la luz, tímida, quisiera quedarse fuera contemplando desde el balcón sin molestar al habitante que allí dormía, que pasaba los días contemplando a su vez el baile de los reflejos del sol fuera, pensando quién sabe qué. Todo se había convertido ya en "fuera" para aquel hombre postrado en la cama y en la penumbra, oscura mortaja de la que ya no era capaz de desprenderse.

Era triste verlo así, tan seco que ya apenas se hundía el colchón bajo su peso, arrebujado bajo las mantas y los edredones cuando hasta no hace tanto no había pasado un sólo día en que no fuera el primero en levantarse. Y a veces el último en acostarse. Pero así son las cosas, la hora nos llega a todos. Y aunque llevara tanto tiempo muriéndose que hasta él mismo pensara que seguiría muriendose eternamente, la hora había llegado. Bajo aquellas capas de oscuridad, lana y edredones moría más que nunca, y sin duda por última vez, su padre.

-¿Papá?

dijo, pero no le contesto. Lo primero que pensó fue que tal vez había llegado demasiado tarde, que de nada habían servido las prisas tras la llamada, los vuelos apresurados ni la conducción temeraria. El dejarlo todo no conmueve a esa bella pero fría dama que es la Muerte, que sabe que tenemos tiempo siempre de despedirnos antes de que llegue el último momento... aunque desconoce -o prefiere obviar- que nunca lo hacemos mientras no existe la certeza de que nunca más nos veremos, tal vez por dejadez, tal vez por esperanza, tal vez por falsa confianza. Tal vez porque duele. Pero había tanto que decir...

-¿Padre?

Acarició su ya escaso cabello con la mano y poco a poco asomaron unos ojos de un azul tan intenso como el que había conocido en sus mejores años, cuando iban juntos a pescar a la playa. Tardó un instante en reconocerle, pero cuando lo hizo sonrió como mejor pudo y lentamente movió los labios hasta despegar la pátina que los cubría. Lentamente salieron de su boca las palabras, con un tono bajo pero sin titubeos.

-Hijo, te he estado esperando. Tenía miedo de que no llegaras antes que la muerte. Está a punto de llegar, todos lo sabemos. Tal vez incluso esté detrás de la puerta esperando que acabes tu visita. Hay algo que quiero preguntarte... algo que me atormenta por las noches.

-¿De que se trata, papá?

-Mi tiempo se ha acabado, pero el tuyo acaba de comenzar, comienza a cada momento. Siempre he vivido alejado de tí, no he podido estar contigo tanto como desearía. Por eso no sé a ciencia cierta en qué clase de hombre te has convertido. Me atormentaba la idea de no haber podido darte lo mejor de mi mismo, de que por mi culpa... suena estúpido, lo sé. Eres ya un hombre casado y tienes una familia propia, pero me daba miedo de que por mi culpa, por mi egoismo, tu te convirtieras en lo mismo que yo.

-Pero que tonteria estas diciendo, tú...

-¡El tiempo se acaba! -grito, de tal forma que el hijo se quedo paralizado y el canto de los pájaros cesó- Yo sabía que no tenía tiempo de saberlo en está última escena de mi vida, pues has de saber que eso es lo que es. Pero anoche, tuve un sueño. Y ella me dió la respuesta. Ella me dijo como podía saber qué tipo de persona eres.

-¿Quién es...?

-Dime, hijo -le interrumpió- Y contesta sinceramente si es que quieres hacer feliz a tu padre, es tu única oportunidad. Dime ¿estás dispuesto a morir por tus ideales?

Había tantísimo que decir, y sin embargo eso. Se preguntaba a qué venía esa pregunta, qué se supone que debía contestar para hacer feliz a su padre en el último momento... porque sabía que era el último momento. Había percibido con el rabillo del ojo la sombra entrando por la puerta, sentía su presencia cada vez más cerca. Sintió frío, y recordó a su mujer y su cabello del color del trigo, su hija y su graciosa sonrisa cuando hacía alguna travesura. No había tiempo.

-No, padre. Estoy dispuesto a vivir por ellos.

-Y es que hijo, la muerte pone a cada uno en su sitio- sonrió, y ninguna sombra pudo ocultar el brillo de sus dientes.







Cuento somnifero 1: Mal genio.

- Y bien, aquí me tienes. ¿Qué deseas?

- No quiero nada de lo que tu me puedas dar. He escuchado lo que dicen por ahi de ti, y pareces más un demonio que un genio. Los genios conceden deseos. Tu creas necesidades en la gente.

Sólo eran dos perfiles con el cielo rojizo de fondo en la cima de aquella montaña al anochecer, y uno de ellos ni siquiera daba sombra. Era arriesgado subir allí sólo, pero subir sabiendo lo que contaban del lugar los habitantes del pueblo más cercano era propio de un estúpido.

- Genio, demonio... clasificaciones. Digamos que soy alguien con un don. Tengo el don de saber lo que la gente necesita. Y se lo doy.

- Aun si esa necesidad convierte a la gente en desdichada, quieres decir.

- La gente es desdichada por naturaleza, nunca tienen bastante. Cuanto más desea alguien, más desdichado es. Yo sencillamente, les doy lo que en el fondo desean, así tienen una cosa menos que desear, de la que preocuparse. Visto desde ese punto de vista, no soy un demonio sino un santo. Te he preguntado ya sobre qué deseas. ¿O me vas a decir que has subido aquí sólo para filosofar conmigo? ¿Tal vez para admirar la puesta de sol?

Enseguida se dio cuenta de que su sonrisa era tan falsa como él, pero su estocada era certera. No había hecho todo ese camino sólo por curiosidad, ni para hablar con el ser extraño y maligno del que todo el pueblo le había hablado. Ni siquiera como héroe que acabaría con su existencia para vengar todo el daño causado. No.

- Tienes razón, mi motivo es egoista. No soy mejor de los otros que suben aquí. Veo que tenían razón cuando decían que conoces... o lees muy bien el pensamiento humano. He subido para ponerme a prueba, para perfeccionarme. Quiero que me ofrezcas algo que no pueda rechazar.

El ser sin sombra clavó sus ojos verdes en un punto más allá del hombre, casi traspasando con la mirada una zona indefinida entre el hombro izquierdo y el esternón mientras sonreía con una intensidad variable. Al cabo de unos minutos, soltó una carcajada que sólo podría describirse como gélida. Agito sus manos en un complicado movimiento y el aire y el polvo más cercano se condensaron hasta dar forma a un pequeño objeto que fue volando hacia el hombre y aterrizó en sus manos. Enseguida adivinó lo que era, pero tardó un poco más en darse cuenta de la malignidad que latía en su interior.

- ¿Una goma de borrar?

- Sí, pero como ya te has dado cuenta no una cualquiera. He mirado en ti. Sé tal vez más que tú sobre ti mismo. Sé cuál es la razón por la que emprendiste tu viaje. Y tu sabes que la redención es inutil, nadie puede cambiar lo que está hecho. Conocerte a ti mismo no te ayudará a liberarte de tu culpa. Pero sí esa goma mágica. Porque esa goma puede hacer algo que siempre has deseado. Puede borrar cualquier parte de tu vida. Como si nunca hubiera existido. ¿No es maravillosa? Mucha gente mataría por algo así.

Y era cierto. Cuántas veces había soñado eliminar todo lo que pasó, hacer desaparecer el dolor y las pesadillas. Y ahora la solución estaba ahí, tan facil, tan poderosa, tan tentadora... Sólo que el ser seguía sonriendo de aquella manera prepotente, condescendiente. Falsa. Podía tomar esa solución entre sus manos y utilizarla una y otra vez hasta que todo estuviera bien. Sólo que no estaría bien. Sólo que la solución no era la solución.

Aferró la goma entre sus dedos índice y pulgar y se dispuso a usarla. Guiñó el ojo izquierdo y con la mano derecha empezó a borrar agitando la goma arriba y abajo, a la izquierda y la derecha alternativamente. Empezó borrandole las manos. El ser aulló.

- Vaya, así que tenemos un héroe. No podías conformarte con llevarte tu premio, tenías que jugármela de la manera tradicional y usando mis propias armas. No ganas nada, sabes que soy un ser mágico. Apareceré de nuevo donde la gente me requiera y tu te habras quedado sin nada.

- En eso te equivocas ¿ves? Por norma no haría caso a alguien como tú, así que mi elección estaba bastante clara. Pero ademas... he pensado. Alguien dijo una vez que uno es uno y sus circunstancias. Borrar mis circunstancias tambien eliminaría una parte de lo que soy ahora mismo. Me eliminaría a mi.

Borró sus piernas poco a poco. El ser estaba extrañamente quieto, no hizo intento alguno por defenderse. Mientras borraba concienzudamente, aquello seguía sonriendo. Un escalofrió recorrió su columna y dejo de golpe de borrar. Y entonces comprendió. Dirigió la goma a la boca.

- Ahora entiendo. al fin y al cabo, tu no dejas de ser una más de mis circunstancias ya formas parte de mi vida, y si te borro, parte de mi desaparecerá. Si te borro, venir aquí no habrá servido de nada.

Y entonces hizo un rapido movimiento con la mano, dejó la goma en el suelo, y se alejo caminando por donde había venido, dejando tras de sí a lo que quedaba del ser, con la sonrisa borrada. Y nunca mejor dicho.

Odiseico

Así, como hoy, me sucedía a menudo. Me sentía Penélope, salvando distancias. Pero yo no sabía lo que esperaba. Cada día era igual al siguiente en la rutina del hogar. Tejía palabras durante el día que por la noche deshilachaba con tal de ganar un poco de tiempo, unos días más, dándole una oportunidad al destino o lo que quiera que hubiera de llegar. Y no llegaba. Por más que le cambiara de nombre y apellidos, de rostro y de voz, de señas, ideas y aromas, nada llegaba. Porque era yo quien debía ir en su busca, sin duda. Así que lo hice.

Hay quien diría que ahí empezó mi viaje, y no creo que estuviera equivocado a su entender. De la misma manera que hay quien decía de cierto escritor que jamás había viajado a los parajes exóticos que describía en sus novelas de aventuras y no puedo estar más en desacuerdo. Porque ¿no es acaso más bello pensar que no hubo principio que podamos recordar de nuestros respectivos viajes, ni final que podamos atisbar ni intuir siquiera más allá del horizonte? Éramos algo antes de ser lo que somos, y seremos algo después. Sin importar ni una cosa ni otra ¿qué más da? Hemos podido ser lava y roca, sal y corales, polvo de estrellas, Leónidas o alguno de sus trescientos, Teseo y Perseo, Aquiles y Héctor, Tom y Jerry, Jerjes, Atila, Hitler y sus seguidores; agua y sombra, caracol escalando un tallo, beso de enamorados y así innumerables; pero lo importante es que hemos sido algos viajeros, y seguiremos siendo y errando, nómadas del viento y los otros elementos, nómadas del vacío y del recuerdo de quienes nos sobrevivan. Así, sin la influencia limitante del tiempo, todo parece más sencillo, pero por suerte no lo es en absoluto. ¿O acaso esperamos un viaje sin aventuras? Por eso, más que iniciarlo, simplemente continué el camino desde el rojo cielo del este al ocaso, atravesando montañas brumosas , rupturas sentimentales, selvas plagadas de peligros y de plantas aromáticas, pérdidas de amistades de siempre y encuentros de otras para siempre, desiertos agónicos donde el agua vale más que la vida, pequeños triunfos profesionales y grandes derrotas espirituales, bellas praderas en las que el verde se mece al ritmo de la suave brisa de Junio... Y si algún día me sentía perdido, levantaba la vista al cielo y escogía al azar una estrella y la seguía. Y daba igual si escogía una del cinturón de Orión o de la cola del escorpión, en el fondo intuía que había acertado. Estoy seguro que muchos de vosotros sabéis exactamentelo que quiero decir. Y, aunque disfrutaba de veras el viaje, mi corazón anhelaba que acabara lo que creía un medio, no un fin en sí mismo. Me sentía Ulises, salvando distancias. Sólo que yo no sabía con certeza dónde quería llegar.

Llegó a mí por la mañana temprano. Me había acostado en una cala remota bajo los pinos y me había quedado dormido con el ruido del oleaje. Y sin embargo, me despertó la canción del viento y el mar, la caricia del sol surgiendo poco a poco del horizonte. El juego de sombras y luces de los pinos, la transparencia de aquellas aguas en calma. Nada sobraba en aquella playa, nada faltaba. Pero todo tenía cabida, al mismo tiempo. En aquella playa había lugar para mi vieja maquina de escribir, mi ordenador y mis libros y apuntes, para mis miedos y mis dudas, para mi mochila de viaje y mis viejas botas de cuero, para los mapas que nunca usé, un lugar para mi bata y otro para un tablero de ajedrez. Un punto de encuentro entre Ulises y Penélope. Me acosté en algún punto del Mediterráneo y me levante en Ítaca.

Y todo se fue, como en un sueño. Quien sabe, tal vez lo era. Continúo el viaje a veces sintiéndome Penélope y a veces Odiseo, buscando y esperando. Intuyendo que Ítaca esta más cerca de lo que pienso, que hay un hogar para cada uno de nosotros y está... bueno... seguro que a estas alturas más de uno sabe exactamente lo que quiero decir. Pero sin creérmelo aún del todo. Y sin embargo, hay momentos, pequeños insights... Hoy, mientras trabajaba, la lluvia chocaba contra el vidrio del escaparate y ese ruido... no era un ruido. Era la canción del mar.

Pecata minuta

Salió de la biblioteca cargado con dos nuevas adquisiciones temporales y silbando con alegría, ajeno al tiempo que ya no tenía importancia alguna. Puesto que apenas hay mejores soluciones que unas buenas vacaciones, y en este momento las estaba disfrutando como le gustaba: haciendo lo que le venía en gana, improvisando sin más, dejándose llevar por el fluir de los acontecimientos. Que no solían ser muchos, la verdad, pero ¿qué más daba? Empezaba a tener más pelo y todo. Gran tónico capilar, el tiempo libre y la ausencia de estrés; mézclese a partes iguales según arte, bla bla bla.

- Joputa! Casilepillaselpieaminiñoooooo!!!! ¿No miras por donde vas, cabronazooo?

Lamentable. Siempre tiene que haber algún gilipollas. Un "caballero" montado en su Audi 6 de muchos, muchos caballos continuó su marcha de la calzada a la acera sin frenar siquiera y, por supuesto, sin mirar a esos insignificantes transeuntes (pa' qué) mientras entraba a un aparcamiento de zona azul. En este caso, los afectados fueron un niño y su madre, que tuvo que tirar del brazo del niño para evitar que tuviera que usar un dossier en lugar de zapato. Ante los improperios de la madre, el caballerete A6 continuó su marcha y sólo cuando salió a poner monedas en el parquímetro se dignó a mirar a la afectada, quitarse las gafas de sol con elegancia y enseñarle lo bonito que era el dedo de más al medio de su mano izquierda. Un auténtico caballero, si señor.

La gente lo increpó, la madre blasfemó de tal forma que sonrojaría a un corsario borracho, nuestro amigo vacacional no dijo nada pero miró con cara de cables cruzados, molesto por el hecho de que alguien enturbiara su paz. Y el del A6 se fué sin más, como si la cosa no fuera con él. Los amables conciudadanos preguntaron que tal estaba a la mujer, discutieron un rato lo mal que está el mundo, la pérdida de valores, etc.

- Tranquila moza, a esta gente la vida les da lo que se les merece. Y más tarde o más temprano, castigo vendrá para el patán. -dijo un simpático abuelete.

"¿Por qué no ayudar un poquito al destino?" - se dijo para sí el chico de vacaciones.

En realidad no reflexionó demasiado. Se dirigió, una vez disuelto el tumulto, hacia el coche en cuestión. Con total naturalidad saco las llaves de casa. Con total naturalidad se acerco por el lado del acompañante. Con pasmosa naturalidad apoyó un par de llaves contra la chapa de la puerta. Y con cierta gracia en el paso, comenzó a dar la vuelta al coche, deteniéndose en la puerta del conductor un poco más. Chequeo de los alrededores; nadie parece haberlo visto. Perfecto. Un par de pasos hacia atras y contemplación de la obra de arte. Magnifique. Vuelta a casa.

"Lo de la Z en la puerta del conductor ha sido demasiado teatrero"- pensó mientras hojeaba uno de los libros un chico recién salido de la biblioteca con cada vez más pelo. "Pero joder, que bien me ha sentado".

Sant Jordi

Teníamos 17 años, pero lo recuerdo como si hubiera sido esta misma mañana. Yo estaba sentado en un banco esperándote donde siempre y te veía venir a lo lejos, con tus rizos angelicales delatándote entre la multitud. El tiempo se estiraba como chicle cuando te acercabas con aquellos andares seguros, aquel mecer de caderas inimitable que siempre me hacía sonreir. Una vez llegaste, aún me quedé contemplándote unos segundos ensimismado y sólo te dije hola cuando tu me lo dijiste al mismo tiempo que apoyabas tu mano izquierda en tu cadera. Me levanté, te bese y comenzamos a caminar.

- ¿Te has fijado cuánta gente vendiendo rosas y libros? ¿Qué pasará hoy?

- No te hagas el tonto, sabes perfectamente que día es hoy. Otra cosa es que no me hayas comprado una rosa.

- Jaja! toma anda.

- ¿Y esto que es?

Eran unas semillas de rosal. Ante tu cara extrañada te dije que gracias a ellas y un poco de cuidados y cariño, podrías tener miles de rosas ante tus ojos sin tener que cortar jamás ninguna. ¿Qué mejor regalo te podía dar? pensé orgulloso. Tras un momento de reflexión, sonreiste y me besaste complacida. Acto seguido, te pusiste a rebuscar en el bolso.

-Yo también tengo un regalo para tí, un regalo especial como el tuyo. Te regalaré algo mejor que un libro, te voy a regalar algo con lo que los dos podremos leer los mejores libros del mundo. Toma -me dijiste con una sonrisilla que se fue tornando picarona mientras depositabas en mi mano el regalo, y yo miraba entre divertido y asombrado que se trataba de un boli. Un boli Bic.

Mirad bien a ese gorrión. Ahí está, sobre la barandilla, mirando atentamente a todas partes y a ninguna parte en concreto. Cuando lo considera oportuno, se eleva volando y luego cae para volver a subir con más fuerza. Juega con el viento. Cuando tiene hambre, come. Cuando tiene sed, bebe. Canta cuando es feliz, retoza con sus compañeros hasta que cree oportuno descansar; y entonces descansa. Como no tiene ninguna casa en concreto, todo el mundo es su casa. Sigue su propia naturaleza durante toda su vida. Vive cada uno de los segundos que la componen. Y cuando llega su hora, muere. Nunca he visto a un animal lamentándose de su destino final.

Mientras ando hacia el trabajo, miro al gorrión subido al árbol y creo que puedo entenderlo, si es que se puede llamar así. Mientras mira lo que tiene a su alrededor, el gorrión me mira por un instante mientras camino hacia el trabajo, y no creo que pueda entenderme. Y tampoco creo que le importe.

Palabras

Lie Tse dijo, aproximadamente:

"Si una sola hebra de mi cabello pudiera salvar al mundo, jamás me la arrancaría."

Es una frase que encierra toda una filosofía de vida. Y sin embargo ¿Qué se podría opinar al leerla?

Palo y astilla.

- No hay manera de poner la puñetera película sin subtítulos. A ver si tú puedes.

Sonrío, porque sé que podré. Un DVD es de lo más sencillo. Sin decir palabra cojo el mando y pim, pam, listo. Siempre se me dieron bien las maquinas, tal vez mucho mejor que las personas. Y lo más curioso es que te lo debo a ti, explorador de tecnologías novedosas, siempre con un chisme rondando por tu cuarto. Te guiño el ojo con aire triunfal y casi puedo oír lo que piensas, el chirriar de tus neuronas. Piensas un poco triste que te estás haciendo viejo, que las cosas nuevas ya no te entran en la cabeza. Pero sonríes, sé que te sientes orgulloso cuando me ves hacer cualquier cosa, cualquier banalidad como esa del mando. No te das cuenta quizá que mi habilidad se limita a la comprensión y el manejo de aparatos, pero que soy yo quien mira entre perplejo y asombrado cómo los arreglas cuando ya no funcionan, cómo los mejoras casi sin proponértelo. Si fuera por mí, siniestro total a la primera avería. Si fuera por mí, esos cachivaches serían perfectamente conocidos, pero no mejorarían jamás.

- Recuerdo cuando eras más pequeño –dices. Siempre ese “más”, siempre seré pequeño en mayor o en menor medida para ti.- Desmontabas todo lo que pillabas. Abrías cada cajón vaciando todo lo que había dentro, y si había algo que se podía desarmar, encontrabas la manera. Una vez...

- ¿Me vas a explicar otra vez lo del televisor?

- ... cogiste la tele pequeña de mi cuarto y la desmontaste sin hacer ruido con mis herramientas. Siempre has sido muy silencioso. Cuando tu abuela y yo te encontramos rodeado de piezas y te preguntamos qué había pasado dijiste...

- ... pregunté que dónde estaban los muñequitos, si no estaban allí dentro. Papá, si explicas las cosas cien veces dejan de tener gracia.

- A mi me sigue pareciendo gracioso.

Y a mi. Pero no he podido liberarme del todo de ese mortal pavo que nos atenaza en la adolescencia, que nos distancia tanto de los nuestros. De ese miedo perenne a ser el que siempre fuimos porque nuestros padres deben-saber-que-nos-hemos-hecho-adultos, coño. Así que te interrumpo, finto, esquivo y contraataco demasiadas veces en nuestras conversaciones, muchas más de las que quisiera. Soy una espada, padre, una espada demasiado afilada aún. Tan afilada que se hace daño a sí misma, que desea ser canto rodado a la orilla del río, liso, sin aristas, contundente mas no hiriente al roce. ¿Sabes por qué esas piedras son así, padre? Se han alisado gracias al tiempo, al suave desgaste producido por la acción del agua y el choque con otras piedras. No somos tan diferentes de ellas. Necesitamos tiempo. Abres la boca un poco, como siempre que quieres decirme algo serio, y tus palabras empiezan a llegar como traídas por la marea. Te escucho.

- Al final tampoco me han llamado de ese trabajo.

Lo dices como de pasada, pero percibo la amargura y la vergüenza en tu voz. Y por primera vez en la vida te veo a ti, trabajador infatigable, cansado, hundido en tu hamaca favorita. Haciéndote preguntas en lugar de actuar, como siempre habías hecho. Resignado. Y se me encoge el alma, y me duele más que mil patadas en el hígado. Y habla el orgullo.

- Los empresarios son estúpidos. No tienen ni puta idea de nada, y menos de la realidad laboral. Tienes mucha experiencia, papá, y eres muy bueno en tu trabajo. Simplemente el sector está parado por ser finales de año. Tener los stocks al mínimo, hacer inventario... esas cosas. Pronto necesitarán gente a manta, y te llamarán de los primeros.

Y se que es cierto, al menos para tu trabajo. Me lo enseñaste tú, al fin y al cabo. Percibo una ligera sonrisa en tu rostro mientras vuelves a mirar la película y me alegro de haberte escuchado cuando me lo explicaste. Al parecer hoy necesitabas que alguien te lo recordara.

Cuando despierto, la película ha acabado y duermes como siempre, con la boca abierta. Dichosa manía tenemos de dormirnos en lo mejor de la peli. Te observo de pie, a tu lado y a oscuras, velándote. ¿Cómo decirte que para mi siempre serás un empleado imprescindible, que no necesitas trabajar, que ya estoy yo para eso? ¿Cómo decirte que no eres un fracasado, ni lo serías jamás si no encontraras trabajo? ¿Cómo te digo que te quiero? Te ves tan frágil así... esta noche te he visto como eres, humano. Y no se si eso quiere decir que te haces viejo o que yo me hago viejo, pero me alegra que dos seres tan diferentes como nosotros tengan un punto de encuentro. Leo tus cicatrices a oscuras mientras te arropo, y cada una me cuenta una historia en braile en la que me reconozco. En la que nos reconozco. Para escucharlas, para reconocernos...

Sólo nos hace falta tiempo.

Prohibido

- Tal vez no sea que los perros salchicha como tú tengan el tronco demasiado largo, sino las patitas cortas. ¿Será que no podían soportar el peso de vuestra grandeza? ¿Ehhhhh mamonceteeee?

filosofo susurrándole al perro mientras lo acaricio, y seguramente me entiende pero le importan un huevo mis tonterias, así que se limita a menear el rabo sin contestar. Eso sí, a las caricias no se niega. Cuando detecto la mirada entre extrañada y divertida de su dueño (¿su DUEÑO? quiero decir del hombre que lo acompaña, con una correa al cuello, eso sí) me levanto, le digo al perro que es un perro bonito y después le suelto lo mismo a su dueño -sobre su perro-, preguntándole además si puedo darle un caramelo -al perro, claro está- de los que siempre llevo en el bolsillo. El dueño asiente, y se lo doy pensando que una vez escuché que a los perros no les conviene comer mucho azucar, por un tema de visión o algo así. Bueno, son sin azucar creo; y el mamón se lo ha comido sin plantearselo en absoluto, lo ha disfrutado enormemente. Se despiden, uno de ellos meneando la cola. Les das un par de caricias, un caramelo y te conviertes en su Dios particular, qué cosas. Bueno, bien pensado el Dios de mucha gente les da menos aún. En fin.

Llevo ya media hora esperándote, y eso que he llegado tarde. Eres aún más impresentable que yo, parece mentira. Y lo peor es que es una de las cosas que me gustan de ti. Ese vivir con la hora pegada al culo, pero con calma, casi dando una lección en cada espera. Al menos siempre te presentas. Eso espero, vamos. Espero. Y el que espera desespera, y esperando se quedó tralarí tralaró. Normalmente esto no me pasa, ¿sabes? Soy tremendamente paciente, por naturaleza y por vivencias. Pero contigo me impaciento ¡oh maldita!, ya ves, hasta me pongo anacrónico, lírico, supercalifragilístico. Me pongo a pensar y a hablar conmigo mismo cuando generalmente el silencio me reconforta mucho más. Me llevas a un laberinto de ideas que no me llevan a nada, salvo a ti una y otra vez. Me pongo/me pones a mover los pies marcando los tiempos, a tocar perros que pasan por allí, a contar coches, y luego pájaros, y luego árboles, y... y... Y mira eso: la señora Alonso ha cambiado de look. No digas estupideces, memo, nunca has visto a esa mujer. A inventar historias para cada una de las personas que pasan por la calle. A mirar lo que hablan las paredes. "PROHIBIDO FIJAR CARTELES". Y eso lo pone en un cartel, no te lo pierdas. ¡Qué Arte que tiene usté, Manué!. Spain is different, etc.

¡Joder, que susto! me giro y te encuentro ahí detrás, quieta, mirándome a menos de un metro, como salida de una de esas pelis japonesas de terror. ¿Cómo lo haces? normalmente detecto a las personas ¿sabes? Tengo como un octavo sentido arácnido-cucarachil que me avisa del peligro, y tu tienes mucho de eso. Compostura, compostura y dignidad. Los hombres ni se asustan ni lloran. Y nada, ni disculpas por el retraso, ni hola, ni dos besos, ni nada. Tu a tu rollo. Me sonries más aún (parece imposible que alguien pueda sonreir tan abiertamente, tan ampliamente hoy en día) y me dices sencillamente que me estabas observando. Vaya usted a saber desde cuándo. Y como un adolescente me sonrojo, pero puede pasar por frio, así que no me preocupa por ahora. ¿Que dónde vamos? Contigo donde sea, vamos tirando e improvisemos. Intuyo que te gusta esa improvisación ya natural en mi, así que improviso siempre que puedo. Aunque siendo así ya es menos improvisado.

Y aquí me tienes, yo, taciturno y callado por naturaleza, hablando a destajo de todo un poco, de todo lo que se me ocurre y de más. De lo divino y de lo humano, de las tragedias que sacuden nuestro mundo, del precio de la gasolina, de lo poco que me pagan en el trabajo, y te cuento un chiste malo, luego otro mas malo y finalmente otro peor aún, pero ries igualmente, toda calma y serenidad y el brillo de tus ojos al reir hace que me estremezca, así que te hablo del frío que hace, del cambio climático, de la tala de los bosques, del cumpleaños de mi primo y -eres tan hermosa que creo que voy a implosionar en cualquier momento- y estoooo... como decía, de lo muchísimo que me gustáría visitar Finlandia, Canadá, Nueva Zelanda y China, aunque omito que estaría mucho mejor si tu me acompañaras, y...

Me callas de la manera más maravillosa con la que se puede callar a alguien. Me besas a traición, de improviso y casi sin carrerilla y desaparece el diálogo interno y sólo quedan sensaciones. Y te beso, ya recuperado del ataque, mientras acaricio tu cara y el mundo en ese momento sabe dulce, sabe, como tus labios, a jugo de grosellas. Y no se porqué, ya que nunca he probado el jugo de grosellas, pero joder, tengo la absoluta certeza de que sabe a eso. Me acaricias el cuello mientras deslizas tu boca a mi oido y me susurras dulcemente

-Ni se te ocurra enamorarte de mi, grandullón.

Y mientras te retiras, deslizando tus manos en caida por mi pecho, te veo como el cartel de antes, casi un guiño a la comicidad de este mundo. Como si el amor fuera una opción. Me miras seria, pero tus ojos brillan, y es ese brillo el que me hace sonreirte casi tan ampliamente como tu sueles hacer. Y poco a poco, jugando, aguantando hasta el último momento, tu sonrisa también florece. Dos tontos autistas frente a frente.

-¡Corre, que perdemos el autobús!- te digo, y aunque ambos sabemos que no teníamos previsto coger ninguno, corremos desesperados para coger el 3. La cosa promete a estas alturas del partido, y correr contigo mientras reímos me sabe a gloria me sabe a jugo de grosellas.

Empezando bien el año

ACTO 1: En la farmacia.

COMPAÑERA: Hola. Dígame.

PACIENTE 1: Hola. Verás, es que tengo a mi hijo resfriado y quisiera que me dieras algo.

COMPAÑERA: ¿Cuántos años tiene?

PACIENTE 1: Tiene 12 años.

PACIENTE 2: (Entrometiéndose) Si quiere le puedo dar un consejo, que mi hijo es naturópata.
Verá, yo llevo 10 años sin pasar ni un sólo resfriado, la mar de contenta. ¿Y sabe por qué? Porque cada día me tomo tres limones y una naranja nada más levantarme. Y mano de santo, en serio. Pruébelo, pruébelo y ya verá que bien. Es la vitamina C, que es milagrosa. Eso si que sirve, y no esos medicamentos que dan que sólo alivian los síntomas.

PACIENTE 1: Pues gracias, señora, ya lo probaré. Pero dame también (dirigiéndose más en privado a mi compañera) algo para ayudarle un poco, ¿vale? Oye (casi susurrando), ¿es verdad lo que dice la señora?

COMPAÑERA: Sobre los antigripales, es cierto, ninguno cura el resfriado, sólo se procura atenuar los síntomas hasta que el própio organismo acabe con la infección. Sobre el resto, yo no soy naturópata, pero lo puede probar, no le va a hacer mal alguno y los cítricos tienen una serie de propiedades que bla bla bla. (Omitiendo cariñosa y galantemente que el organismo excreta el excedente de vitamina C rapidísimamente y que hay estudios que demuestran el poco valor preventivo y curativo de la vitamina C en estados gripales... bla bla bla).

(Acaba la dispensación. El Paciente 1 se va y es turno de la señora limón.)

COMPAÑERA: Hola, ¿Qué desea?

PACIENTE 2: Hola, dame una crema [nombre de famoso antifúngico] vaginal.

Acto 2: En la rebotica.

COMPAÑERA: (sonriendo) ¿Has visto esta señora qué curiosa? Parece en contra de la alopatía y va y me pide un antifúngico vaginal.

YO: Es muy respetable, tanto una cosa como la otra. No se, quizá ya haya probado sin éxito y con escozor echarse limón en el cXXX.

Hacía tiempo que no nos reíamos tanto.

Mi reino vivirá/ mientras estén verdes mis recuerdos

A veces el recuerdo surge de repente y te atrapa de tal forma que se transforma en historia. Puede surgir de la nada, de una frase, de una risa... en este caso ha surgido al leer un post de Saf . Y es que guardan curiosas similitudes. Por ello, le dedico mi historia, por devolverme estos recuerdos.

Yo tenía unos 13 años de los de entonces. Digo esto porque hoy en día con 13 años los niños ya no son tan niños, y sus aficiones muchas veces no son tan inocentes. Yo con 13 años era un niño (y aún ahora lo sigo siendo en cierta manera, a mis 25; por cierto, ya hablo como un abuelo, nota mental, que tontería). Y como niño que era, mi único objetivo en la vida era jugar y divertirme. Los días soleados hacía algún deporte callejero, y los de lluvía iba al centro cívico de mi barrio. Estaba/está cerca de mi casa, era/es acogedor y tenían/tienen muchísimos juegos de mesa. Y allí pasaba mis tardes.

Ya se sabe, en los centros cívicos suelen haber unos pocos niños y unos muchos niños octogenarios. Y allí los niños jugabamos al parchís, al cluedo, al quien-es-quién, al hero quest, a varios juegos de rol, etc. Y allí abundaban abuelos jugando a sus distracciones favoritas después de la petanca: al dominó, al mus, a otros juegos de cartas... como se puede comprobar, niños y ancianos no son tan diferentes en cuanto a costumbres, ni en los días soleados ni en los lluviosos. Y claro, se me olvidaba. Habían dos ancianos, sólo dos, que jugaban al ajedrez.

El ajedrez es un Arte. Se que suena pedante y aburrido, pero lo es; o al menos no puedo sentirlo de otra manera. Aprendí a mover las piezas a los nueve años y desde entonces juego siempre que puedo. Por eso me llamaron la atención aquellos dos viejitos arrugados y con aspecto tan intelectual que se pasaban horas allí sentados, cada mañana y parte de la tarde. Los veía marchar a eso de las seis, sin necesidad de que ninguno de los dos dijera que había llegado la hora, y sólo entonces hablaban largo y tendido mientras paseaban, dejando el tablero tal cual había quedado la partida para continuar al día siguiente. Nadie lo usaba, nadie lo tocaba. Eran las dos únicas personas del centro cívico que jugaban al ajedrez.

Y así pasó al menos un año, cada tarde que iba era igual. Pero llegó una tarde en que sólo uno de los dos estaba sentado en la mesa cuando yo llegué. Comprendí lo que había sucedido cuando lo vi llorando con disimulo, cubriéndose los ojos con las manos, con los codos apoyados sobre la mesa en actitud simuladamente pensativa. Mirando quizá el último movimiento de su rival/amigo. El resultado de una vida acabada, una partida inacabada. Y con nostalgia y resignación, justo a las seis en punto, movió pieza. Y se fué. Era su manera de decirle adiós.

Es difícil explicar la belleza de ese gesto. Sólo diré que me conmovió profundamente. Y no pude hacer otra cosa que acercarme al tablero y observarlo, quedarme impregnado de ese sentimiento de pérdida que acompaña a este nuestro mundo. Justo como el ajedrez. Y así, emocionado, relegué mi mente a los cálculos. Y mi mano y otra parte de mi mente, espíritu o como lo querais llamar hizo el resto. Les tocaba mover a las negras. Su enroque estaba visiblemente amenazado así que mi primer movimiento fué defenderme atacando y de paso ganar parte del centro. Torre e8, jaque.

Después reflexioné muchas veces sobre por qué hice lo que hice. Y la verdad es que no lo se. Quizá como homenaje, quizá como muestra de respeto y apoyo, quizá el show debía continuar. Quizá fue una tontería. No lo se. Pero el caso es que al día siguiente, volví a ir aún sin lluvia. Y el jaque había sido convenientemente cubierto con un caballo. No pude evitar sonreir.

Y así comenzo nuestra partida fantasma, casi por correspondencia. Cada día, dos movimientos, uno suyo y uno mio. Y fué una partida larga, muy larga. No había empezado en muy buena posición, pero además el puñetero viejo era jodidamente listo, y tenía la experiencia que a mi me faltaba ( y aún me falta). Así que llegué a un punto muy complicado en el que cualquier movimiento que hiciera me dejaba en una posición peor de la que estaba. Como la vida misma. Así que fuí a casa, encendí el ordenador e imprimí una nota, que dejé luego en el tablero.

Al día siguiente, falté a clase por la tarde y estuve en el centro cívico casi toda la mañana. Finalmente apareció. Fué directamente al tablero, lo miró. Leyó la nota. Aún recuerdo su carcajada. :) Luego escribió algo, toco algo del tablero y se fue.

Esperé al menos una hora, por si acaso estaba esperando escondido. Como siempre, fuí hacia el tablero cuando ningún conocido de ambos estuviera merodeando. Sobre el tablero, mi nota mecanografiada, a la que se le había añadido una frase con pluma. Leí mi parte.

"¿LO DEJAMOS EN TABLAS? HA SIDO UNA BUENA PARTIDA"

Miré el tablero. Sobre él, los dos reyes en el centro, tumbados. Más abajo de la nota, con su letra ponía:

"Claro que sí. Pronto jugaremos de nuevo juntos ahí arriba él y yo. Gracias por todo."

Un hombre paseaba tranquilamente cuando un mono que estaba subido a un cocotero le lanzó un coco que acerto a dar de pleno en su cabeza. Mientras el mono reía y se burlaba de él, el hombre cogio el coco y lo partió en dos con una roca. Bebió su agua, comió su pulpa y con cada mitad se hizo una escudilla.

- ¡Gracias! - dijo el hombre.

De reojo

De reojo Esos ojos tuyos, oscuros porque no podía ser de otra manera en este nuestro mundo; su luz quiso ser discreta escondida en la oscuridad, pero quien sabe/ quiere ver la distingue a millas, Estrellas del Norte gemelas. Alegres porque nadie puede sentirse de otra manera al verlos, y en su reflejo ven su propia alegría multiplicada, eco dichoso de la felicidad. Amables porque ¿Quién no los amaría tras conocerlos?; son canto de sirena hecho mirada sin escollos interpuestos, dulce variación mitológica. Profundos porque caigo en ellos cada vez que me los encuentro, y es tanta su hondura que no puedo/ quiero salir, suave maraña acariciándome en la caída, aterciopelados grilletes en el fondo del foso. Humildes, porque haces ver que no conoces (¿o tal vez no sabes de veras?) sus poderes infinitos y, sonrojada, bajas la mirada cada vez que te susurro la magia que poseen. Tal es su/ tu enormidad.

Soy... era veleta en tu mirada, me desplazaba haciendo círculos pero siempre señalando a mi Razón de Ser. Jugaba a ser bailarín del viento, hoja en el camino, yendo de aquí para allá sin preocuparme por un futuro que se me antojaba incierto y tenebroso, tal como ha sido, y a la vez lejano, casi ausente. Como no ha sido. Porque era sólo presente, puro presente, y los apegos se llevan mal con el ahora; siempre quieren un luego que no está en nuestras manos, una oportunidad en la inmensidad de las corrientes temporales. Una imposibilidad en este mundo de cambios, así son las cosas y así se las hemos contado, Amén.

Estoy cansado de dogmas, de tanta emoción contenida, de lanzar estocadas al viento (aunque el viento no devuelva los golpes), de dejar huellas en la arena que el mar borrará o el próximo caminante pisará tal vez casi sin darse cuenta. De no rendirme nunca, porque hay veces que cualquier movimiento que hagas te deja en una posición peor que la anterior, como en el ajedrez. De proclamar a todos los vientos que me quieran escuchar que sí, que quisiera que alguien me esperara en algún lugar, como el libro de Gabalda, aunque no serás tú ni tu mirada. Porque no soporto las mentiras de tus silencios mientras me mirabas, ni siquiera las soporto ahora, cuando ya no me miras.

Prefiero que sigas creyendo que no sé nada, que sólo soy un soñador perdido entre libros demasiado gruesos, anclado en un pasado ya censurado. Prefiero que creas eso mientras observo en silencio tus silencios, mirando a tus ojos de reojo. Porque no se los demás, pero tus ojos no, nunca lo hicieron. No mienten.

Cruce

Cruce (Foto: On crossroad, de Robin Bobin)

Tres puertas de ébano ante ella, tres posibilidades de elección. Nada había cambiado por mucho que había reflexionado esos días alli sentada, especulando sobre aquella prueba que el destino había puesto en su camino, agotando su tiempo, sus provisiones y su esperanza. Pero la paciencia, no. La paciencia es el tiempo de los sabios, le había dicho su padre, y ella había comprendido. Toda su vida le parecía ahora una carretera rodeada de precipicios, sin posibilidad de huida hacia otra dirección, ya que a cada paso se derrumbaba lo andado y sólo quedaba el eterno hacia adelante que había encaminado sus pasos hasta este momento, el de la Elección.

Y allí había llegado, y sabía que todo lo recogido durante el camino era imprescindible y al mismo tiempo de nada servía, y se sentía con fuerzas y esperanza, pero al mismo tiempo estaba llena de miedo y pesimismo. Todos saben lo que les pasa a quien escoge la puerta equivocada. Así que tras todo aquel tiempo allí sentada (¿semanas? ¿meses? ¿toda una vida?) no había llegado a ninguna conclusión; una conclusión es el punto en que uno se cansa de pensar, y ella seguía pensando casi cada segundo del día sobre el enigma que tenía ante ella. Tres puertas, las tres iguales: enormes, pesadas, negras. Y nada más, ni una pista, ni una adivinanza, ni un guardián del más allá preguntándote sobre el enigma del acero. Nada. ¿Cómo escoger la puerta buena, si existe, si no se diferencia de las demás? ¿Cómo escoger el mal menor, si no existe la puerta buena, si no se ve su alcance? ¿Y por qué tres? Sobre eso había pensado también mucho. Tres es un bonito número: el cielo, la tierra y el hombre, el trio calavera, el bueno, el feo y el malo, falange, falangina y falangeta... la santísima trinidad. Pero no le daba ninguna pista. Le daba la sensación de que el número no era realmente importante, sólo la Elección.

Así que tras tanto reflexionar, ya cansada de las condiciones forzadas de su elección, eligió dejar de hacerlo. Cerró los ojos unos segundos, disfrutando de la sensación de libertad que acababa de conseguir aunque no sabía cuánto tiempo le duraría (¿qué importaba?). Sólo estaba ella, el viento en su cara, el olor del otoño; y los pensamientos flotaban en su mente y pasaban delante de sus ojos cerrados como en una pantalla de cine, sin permanecer más que segundos ante ella antes de cambiar a la siguiente imagen. Al cabo de un rato, ya no hubieron mas imágenes, y fue entonces cuando apareció la cuarta puerta, igual al resto pero a la vez tan diferente. La cruzó, de la misma manera que caería una manzana al suelo tras soltarla. Sin más.

Al abrir los ojos, ya no habían tres puertas. Habían billones de caminos con trillones de bifurcaciones y ramificaciones. Y al final de cada una, había una puerta, cada una diferente al resto. Tras un breve vistazo sonrió y echo a andar sin dar importancia a qué puerta se dirigía. Al fin y al cabo ¿qué más daba? Habían muchos caminos por recorrer, muchas puertas por cruzar. Y tenía la intención de vivirlo sin dudas y con una sonrisa.

Faltaba una

Faltaba una Y allí estabas tú, eterna en la brevedad de tus dimensiones, casi un espejismo en contraste con el mar de maletas y nombres en cartulinas. Esperando tal vez un alma perdida como la tuya, tal vez un milagro que te sacara de este mortal aburrimiento, encarada alternativamente al aquí y al más allá mientras yo anotaba a donde iban dirigidas tus miradas de pájaro a punto de emprender el vuelo, eterno ornitólogo estratega. Me acerqué/ te acercaste; éramos sombras danzando en la penumbra, flechas lanzadas al mismo blanco con la misma mortal precisión. No podíamos sino acercarnos y amarnos. Aún a riesgo de fundirnos, aún a riesgo de rompernos.

Te amé/ me amaste. No bastaba con la visión de un sueño a medianoche, había que vivirlo. Había que soltar frenos, explorar nuevos horizontes, columpiarnos al viento cogidos de las manos e ir más allá de la teoría, un poco más abajo de la ropa. Directos al alma, al fondo a la derecha, al lado del corazón. Me quisiste/ te quise; éramos sólo dos niños un poco grandes experimentando con el eterno "¿y qué pasa si...?", dos corazones jugando al puzzle con sus piezas rotas que casi encajaban. Casi.

No bastaba con Besarte (cuando me Beses, que no sean tus labios/ Bésame Tú), no bastaba con ninguna voluntad humana, infrahumana o divina. No bastaba con donarte mi ser en cada suspiro, ni con tentar a la suerte apostando todo a un número. No bastaba con Hacerte el Amor cada segundo de nuestra existencia, paseando por la calle cogidos de la mano, en el cine comiendo palomitas, cuando partía hacia casa recordándote (hasta la memoria puede Hacer el Amor) e incluso estando los dos a solas, acurrucados en vete a saber qué pensión. Me daba cuenta que no bastaba entonces, al verte dormir Desnuda a mi lado mientras creías que yo dormía, acariciando tu cuello, tu larga melena. Atrayéndote a mi con fuerza, sabiendo y negando al mismo tiempo que lo efímero era nuestro sino, que la velocidad no dejaba de ser espacio partido por tiempo. Y nosotros teníamos a los dos en contra.

Te observaba, ¿sabes? Te observaba con una de mis sonrisas torcidas y te ibas difuminando poco a poco, como un paisaje tras una cascada. Y yo pensaba que era porque era feliz, y tenía razón. Porque sin duda era feliz, todo lo feliz que puede ser un hombre. Pero intuyo que otra parte de mí en ese gesto intuía algo más.

Quizá fué esa mi parte jugadora, la que intuía que a nuestro puzzle le faltaba una pieza. Y aunque la hubieramos encontrado, amiga mía...

pertenecería a otro puzzle.

Thank you for playing

Thank you for playing Soy un jugador. Ya desde pequeño me gustaban más los juegos de mesa que los deportes, los acertijos que meter un gol, la habilidad que la mera capacidad física. Caminaba hacia clase pisando sólo las baldosas oscuras de la acera apostando mi vida, ya que si pisaba fuera, algo malo podría ocurrir. Recuerdo con nostalgia aquellas noches de invierno jugando con(tra) mi padre al lado de la estufa al dominó, al poker, a la brisca, a las damas... Mi favorito eran los dados, el azar absoluto, o más bien aquella sensación de profecía que te conferían, de clarividencia; y aquel resonar en los oidos de las palabras "ojos de serpiente". Y el júbilo al acertar, tanto del que acertaba como del que perdía. El placer del juego por el juego, la emoción que ningún dinero apostado podría dar jamás.

Crecí así, jugando. Aprendí jugando. La vida es un juego para mi, un inmenso tablero de ajedrez donde fuerzas opuestas libran una interminable lucha, un tapete lleno de cartas repartidas al azar donde no hay ganadores ni perdedores permanentes, sólo el inexorale movimiento de la ruleta, la lógica implacable y necesaria del jaque mate. La gloria al alcance del mismo movimiento que te podría llevar a la casilla de inicio... o al infierno. Dijo Einstein que Dios no juega a los dados. Discrepo. Si existe, debe ser el mayor jugador del Universo, a nuestra imagen y semejanza. Si acaso podríamos discutir si juega a los dados o al ajedrez, pero jugar juega. ¿Qué sentido tendría para cualquier existencia la certeza de la victoria, de que todo salga según lo planeado? Sin duda el juego es un regalo de ese Dios, si existe, para acercarnos a él de alguna manera, para poder llegar a comprender lo que nos rodea. Para sentirnos Dioses de nuestros momentos. Niños, adultos, ancianos, hombres, mujeres, animales, todos juegan. A veces a sabiendas, casi siempre sin saberlo.

Jugar es, en cierta manera, subirse a una montaña rusa sin saber el destino, llenos de una mezcla de ilusión, miedo, curiosidad e incerteza. Como la vida misma. Mi vida es la busqueda de esa ilusión en cada momento.

Soy un jugador, mi vida es sueño.

Escapismo

El viejo era ya toda una leyenda entre el personal de la prisión y los demás presidiarios. Ni el mismo sabía decir desde cuándo cumplía condena. "Ni siquiera recuerdo por qué estoy entre rejas" -solía decir- "pero estoy seguro de que por nada importante, ni por supuesto malo. No soy de esos, si usted me entiende.". Pero el caso es que el alcaide había oído hablar de él al alcaide precedente al que sustituyó por jubilación, que a su vez había oído los inicios de su leyenda del alcaide al que sustituyó en el cargo. Y tres generaciones de alcaides significaba mucho tiempo en aquel lugar en medio de la nada en el espacio y el tiempo. ¿Y por qué alguien que no ha hecho nada grave continúa encerrado después de tanto tiempo? A mi también se me escapaba la respuesta. Pero más tarde me contaron su historia.

Carlos había sido un importante ilusionista y escapista que trabajaba en un no menos importante circo. Caído en desgracia no se sabe bien por qué razones, abandonado por su familia, arruinado y alcohólico, encontró en cierto trabajo que le ofrecieron la solución de todos sus problemas económicos. El problema fue que el trabajo en cuestión era un robo, un robo de cierta obra de arte famosa para el que necesitaban alguna de sus habilidades "mágicas". Algunos cuentan que le pillaron con las manos en la masa por culpa de su alcoholismo, que hizo que le fallara el pulso en el momento menos oportuno. Otros cuentan que le traicionaron sus compinches. El caso es que acabo encarcelado.

Y entonces empezó la auténtica leyenda. Durante los primeros diez años, Carlos consiguió escapar doce veces de distintas cárceles, incluida la que lo acoge actualmente, considerada la más segura del estado. "Inexpugnable."- decía el alcaide cuando lo conocí- "Bueno, casi". Y su modo de proceder a este respecto causó a partes iguales desesperación, rabia, estupor, admiración, asombro y respeto entre todos. Y es que Carlos se fugaba siempre solo. Y volvía al cabo de un par de días, cuatro a los sumo, siempre por su propio pie, nunca detenido. Me contó uno de los presos que la primera vez el guardia no le creyó cuando le dijo que era un convicto fugado y que volvía a entregarse, que le dijo que se largara.

Y claro, con cada fuga su condena aumentaba. Y su desenfrenada carrera escapista no paró con estas primeras travesuras, más bien al contrario. Nadie sabía como lo hacía, pero siempre encontraba la forma por muchas medidas de seguridad que se aplicaran. Muchos presos importantes le ofrecían cantidades extraordinarias de dinero por que les permitiera fugarse con él, lo atosigaban con promesas y más promesas, pero nunca quiso ni necesitó la ayuda ni la compañía de nadie para fugarse. " El que quiera peces que se moje el culo. Además, si están aquí algo malo habrán hecho.".

Y con cada fuga la leyenda de aquel hombrecillo crecía. Era conocido y querido por todos, reclusos, guardas y por supuesto el alcaide, que por cierto en una rueda de prensa bromeó "Para este año esperamos reducir las fugas en un 10%"; naturalmente, el viejo era el único que lo conseguía.

Lo que poca gente sabía era en qué invertía su tiempo. Durante el tiempo en que lo conocí jamás me dijo nada de todo esto. Para mi siempre fue un presidiario que invertía sus permisos en hacer una buena obra, tal vez por gusto o tal vez por reducir su condena. Apareció un día de repente en el hospital en el que trabajaba, con aquel ridículo disfraz de payaso casi de otra época, gastando bromas a todos, haciendo trucos sin parar. Haciendo reír a los niños. Y se adaptó a la vida rutinaria de pediatría como si siempre hubiera estado allí. Tal era su magia, para dejar los sitios y también para llenarlos. Nadie supo jamás que se trataba de un prisionero fugado. Y supongo que todo el mundo se preguntaba de dónde había salido y quien era, pero era una persona muy hábil y nos hizo creer lo que expliqué antes sin jamás mentir ni negar que estaba cumpliendo condena. Tal vez por eso nunca levantó sospechas.

Por eso y por su magia. No me refiero a sus trucos, que también. Pero Carlos sabía llevar a aquellos niños, algunos de ellos terminales, a un lugar muy lejano de todo. Muy lejano de todos los problemas del mundo. Carlos era un auténtico escapista, lo puedo asegurar. Y a aquellos niños sí los llevaba consigo en su fuga a otros mundos más felices que este. Un gran tipo.

Por eso, cuando se ausentó por mucho tiempo no pude evitar echarlo de menos, investigar un poco y llegar a aquella cárcel a preguntar por él. Y cuando supe que había fallecido ese mismo mes tras estar casi un año sin fugarse, con 68 años de edad y de un ataque al corazón, el mío se hizo trizas. Fue entonces cuando le pedí al alcaide permiso para conversar con toda la gente que le había conocido en prisión. Quería conocer su historia, conservarla en mi recuerdo y en mis cuadernos como tributo a aquel flautista de Hamelín de los niños. El funcionario rió, dio un par de golpecitos afirmativos en la mesa y me dijo que podía empezar por quien quisiera, pero llevaría tiempo, pues todo el mundo lo conocía.

Y fue así, día tras día, historia tras historia, escribiendo cuaderno tras cuaderno con los apuntes de las conversaciones como llegue a conocer la parte de su vida que no conocía. Y fue así como mi corazón cambió la tristeza por el orgullo de haber tocado la estela de un ángel. Hoy, hojeando al azar aquellos cuadernos mi vista se fija (y se nubla) en este fragmento de la conversación con su compañero de celda:

"...y fué entonces, hablando de cosas un poco más serias, cuando le pregunté por sus chaladuras. Imagínese, veinte años compartiendo celda y nunca habíamos hablado del tema. Soy un poco tímido ¿sabe? Pues bien, le pregunté por qué hacía todo aquello, por qué no aprovechaba para escapar de una vez... en fin, quería saber sólo un por qué ¿me entiende? Sólo una razón. Y entonces se quedó callado, como mirando algo en la pared... y así estuvo más de un minuto. Y al final me respondió.

- Es una pregunta complicada... ¿Por qué respiras tú? porque puedes y porque lo necesitas para seguir viviendo. Todos queremos escaparnos de algo. Yo además sé de qué quiero escaparme y lo hago, y eso sí que es cierto que puede parecerle extraño a mucha gente. Pero te aseguro que de lo que escapo no es de estas paredes, no. El arte del verdadero escapismo es mucho más complicado que eso. Tengo razones tan buenas para estar tanto fuera como dentro. Esto también es mi hogar, ¿sabes? Así que no te sabría decir dónde empezaron mis fugas, tal vez me fugué sin querer de mi vida anterior para acabar en ésta que me ha dado tanto. Puedo entrar y salir a voluntad ¿se puede decir que no soy libre? No soy tan diferente al resto de la gente.

Y me guiñó un ojo el muy cabrón, jajaja"

A los dos días de esa conversación, Carlos se fugó con éxito de esta vida. Me pregunto si en el cielo tendrán buenas alarmas...

Para H

¿Sabes? el hecho de ser un gatito no me resta amor por los gorriones, y no para comérmelos. Cuando era aún un cachorro encontré como tú un gorrión malherido en mi azotea. Era pequeño y parecía tener un ala rota, eso al menos decía mi abuelo. Mi abuelo me quiso enseñar una importante lección al decirme que en ocasiones es conveniente evitar el sufrimiento de un animal herido, y se dispuso a matarlo. Pero aprendí otras a cambio.

Lo detuve en el último momento cuando comprendí instintivamente quizá, yo que aún no conocía la cara inexpresiva de la muerte, lo que iba a hacer y lo que significaba. "Vamos a cuidarlo, abuelo. ¿Se curará?". Y mi abuelo, gato viejo en cuestiones de la vida rural me dijo que sí, pero si lo teníamos encerrado durante todo ese tiempo por su bien, cuando lo liberáramos no querría marchar, o bien si marchaba no lo volverían a aceptar. "Los humanos lo llaman la impronta humana". Los cachorros no atienden a razones, y yo era una cachorro cabezón, así que supongo que le convenció mi mirada suplicante, el miedo de decepcionar a su nieto favorito.

No recuerdo cuánto tiempo pasó (tiempo con olor a pan con leche o agua, sí), el tiempo se difumina con la edad, pero el gorrión se curó. Y entonces, abrimos la puerta de su jaula provisional, de su enfermería improvisada. Y esperamos.

Tal vez tardó una semana en decidirse, con pequeñas salidas a la azotea y vueltas a la jaula. Sólo recuerdo como si estuviera allí ahora mismo como una mañana subí a la azotea y lo ví subido en la barandilla, mirando a la calle. Al notar que me acercaba, se giró y me miró. Fueron sólo cuatro segundos quizá, pero juraría que aquel gorrión me miró y sonrió. Y echó a volar ante mí, y en aquel momento (y aún ahora) me pareció más bello que el vuelo del fénix. Era su manera de decirme adiós.

"¡Ha volado abuelo, se ha ido con sus amigos!". Y mi abuelo, que en su juventud hacía las mejores trampas de su pueblo para cazar pájaros (para comer, eso sí; entonces se respetaba a la presa) sonrió meneando la cabeza y revolviéndome el pelo. Durante mucho tiempo, subí pan con agua a la azotea a diario. Al principio los gorriones no se fiaban, supongo. Pero me juego el cuello a que el primero que los guió atreviéndose fue aquel pequeño amigo gris. Y me gustaba ver todas aquellas patas a través de la uralita, intentando adivinar quién era él. Sabiendo que todo le iba bien. Qué tiempos aquellos, bendita inocencia.

Supongo que, como tu, yo también he buscado en otros pájaros, curando otras alas heridas, a ese gorrión. Supongo que mi gorrión era el mismo que el tuyo, y que con diferente final, pero con la misma mirada agradecida, sólo quiso mostrarnos distintas caras de la misma moneda.

Vuelta a la rutina

Si no fuera por vosotros, jamás habría vuelto a este trabajo -dijo con aire grave a sus compañeros.

Todos sonrieron, pero inexplicablemente nadie le creyó.