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Bokuden

Prohibido

- Tal vez no sea que los perros salchicha como tú tengan el tronco demasiado largo, sino las patitas cortas. ¿Será que no podían soportar el peso de vuestra grandeza? ¿Ehhhhh mamonceteeee?

filosofo susurrándole al perro mientras lo acaricio, y seguramente me entiende pero le importan un huevo mis tonterias, así que se limita a menear el rabo sin contestar. Eso sí, a las caricias no se niega. Cuando detecto la mirada entre extrañada y divertida de su dueño (¿su DUEÑO? quiero decir del hombre que lo acompaña, con una correa al cuello, eso sí) me levanto, le digo al perro que es un perro bonito y después le suelto lo mismo a su dueño -sobre su perro-, preguntándole además si puedo darle un caramelo -al perro, claro está- de los que siempre llevo en el bolsillo. El dueño asiente, y se lo doy pensando que una vez escuché que a los perros no les conviene comer mucho azucar, por un tema de visión o algo así. Bueno, son sin azucar creo; y el mamón se lo ha comido sin plantearselo en absoluto, lo ha disfrutado enormemente. Se despiden, uno de ellos meneando la cola. Les das un par de caricias, un caramelo y te conviertes en su Dios particular, qué cosas. Bueno, bien pensado el Dios de mucha gente les da menos aún. En fin.

Llevo ya media hora esperándote, y eso que he llegado tarde. Eres aún más impresentable que yo, parece mentira. Y lo peor es que es una de las cosas que me gustan de ti. Ese vivir con la hora pegada al culo, pero con calma, casi dando una lección en cada espera. Al menos siempre te presentas. Eso espero, vamos. Espero. Y el que espera desespera, y esperando se quedó tralarí tralaró. Normalmente esto no me pasa, ¿sabes? Soy tremendamente paciente, por naturaleza y por vivencias. Pero contigo me impaciento ¡oh maldita!, ya ves, hasta me pongo anacrónico, lírico, supercalifragilístico. Me pongo a pensar y a hablar conmigo mismo cuando generalmente el silencio me reconforta mucho más. Me llevas a un laberinto de ideas que no me llevan a nada, salvo a ti una y otra vez. Me pongo/me pones a mover los pies marcando los tiempos, a tocar perros que pasan por allí, a contar coches, y luego pájaros, y luego árboles, y... y... Y mira eso: la señora Alonso ha cambiado de look. No digas estupideces, memo, nunca has visto a esa mujer. A inventar historias para cada una de las personas que pasan por la calle. A mirar lo que hablan las paredes. "PROHIBIDO FIJAR CARTELES". Y eso lo pone en un cartel, no te lo pierdas. ¡Qué Arte que tiene usté, Manué!. Spain is different, etc.

¡Joder, que susto! me giro y te encuentro ahí detrás, quieta, mirándome a menos de un metro, como salida de una de esas pelis japonesas de terror. ¿Cómo lo haces? normalmente detecto a las personas ¿sabes? Tengo como un octavo sentido arácnido-cucarachil que me avisa del peligro, y tu tienes mucho de eso. Compostura, compostura y dignidad. Los hombres ni se asustan ni lloran. Y nada, ni disculpas por el retraso, ni hola, ni dos besos, ni nada. Tu a tu rollo. Me sonries más aún (parece imposible que alguien pueda sonreir tan abiertamente, tan ampliamente hoy en día) y me dices sencillamente que me estabas observando. Vaya usted a saber desde cuándo. Y como un adolescente me sonrojo, pero puede pasar por frio, así que no me preocupa por ahora. ¿Que dónde vamos? Contigo donde sea, vamos tirando e improvisemos. Intuyo que te gusta esa improvisación ya natural en mi, así que improviso siempre que puedo. Aunque siendo así ya es menos improvisado.

Y aquí me tienes, yo, taciturno y callado por naturaleza, hablando a destajo de todo un poco, de todo lo que se me ocurre y de más. De lo divino y de lo humano, de las tragedias que sacuden nuestro mundo, del precio de la gasolina, de lo poco que me pagan en el trabajo, y te cuento un chiste malo, luego otro mas malo y finalmente otro peor aún, pero ries igualmente, toda calma y serenidad y el brillo de tus ojos al reir hace que me estremezca, así que te hablo del frío que hace, del cambio climático, de la tala de los bosques, del cumpleaños de mi primo y -eres tan hermosa que creo que voy a implosionar en cualquier momento- y estoooo... como decía, de lo muchísimo que me gustáría visitar Finlandia, Canadá, Nueva Zelanda y China, aunque omito que estaría mucho mejor si tu me acompañaras, y...

Me callas de la manera más maravillosa con la que se puede callar a alguien. Me besas a traición, de improviso y casi sin carrerilla y desaparece el diálogo interno y sólo quedan sensaciones. Y te beso, ya recuperado del ataque, mientras acaricio tu cara y el mundo en ese momento sabe dulce, sabe, como tus labios, a jugo de grosellas. Y no se porqué, ya que nunca he probado el jugo de grosellas, pero joder, tengo la absoluta certeza de que sabe a eso. Me acaricias el cuello mientras deslizas tu boca a mi oido y me susurras dulcemente

-Ni se te ocurra enamorarte de mi, grandullón.

Y mientras te retiras, deslizando tus manos en caida por mi pecho, te veo como el cartel de antes, casi un guiño a la comicidad de este mundo. Como si el amor fuera una opción. Me miras seria, pero tus ojos brillan, y es ese brillo el que me hace sonreirte casi tan ampliamente como tu sueles hacer. Y poco a poco, jugando, aguantando hasta el último momento, tu sonrisa también florece. Dos tontos autistas frente a frente.

-¡Corre, que perdemos el autobús!- te digo, y aunque ambos sabemos que no teníamos previsto coger ninguno, corremos desesperados para coger el 3. La cosa promete a estas alturas del partido, y correr contigo mientras reímos me sabe a gloria me sabe a jugo de grosellas.

2 comentarios

bokuden -

A mi tampoco me irían mal un par de tragos, no...

DuNa -

Un texto genial! ainsss... el amor, el amor improvisado. Los mejores besos llegan en mitad de una frase, a traición. Y todo lo malo se va y el mundo se olvida. Necesito un trago de ese juego de grosellas, pero de otros labios, ainss... qué bonito!!

Besitos!