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Bokuden

"Estaba descalza, llevaba un sencillo vestido de lino. Portaba también una guirnalda de margaritas trenzadas encima de los largos cabellos rubios que le caían libremente sobre los hombros y el pecho.
-Hola -dijo él.
Alzó hacia él unos fríos ojos celestes, no respondió.
Él advirtió que no estaba morena. Resultaba extraño que, ahora, al final del verano, cuando las mozas de las aldeas estaban normalmente quemadas por el sol, el rostro y los hombros de la muchacha tuvieran un ligero color dorado.
-¿Has traído flores?
Ella sonrió, bajó las pestañas. Él percibió frío. Le pasó sin decir palabra, se agachó a los pies del menhir, tocó con la mano la piedra.
-Yo no traigo flores -dijo, levantando la cabeza-. Pero éstas que están aquí son para mí.
Geralt la miró. Estaba agachada de tal modo que ocultaba a su vista el último nombre esculpido en la piedra del menhir. Sobre el fondo oscuro de la roca ella resaltaba luminosa, innatural y radiante de tan luminosa.
-¿Quién eres?-preguntó él muy despacio.
Ella sonrió, sopló un viento frío.
-¿No lo sabes?
Lo sé, pensó, mientras miraba al frío celeste de sus ojos. Sí, resulta que lo sé. Estaba sereno. No sabía estar de otro modo. Ya no.
-Siempre quise saber qué aspecto tenías, señora.
-No tienes que titularme así -dijo en voz baja-. Al fin y al cabo nos conocemos desde hace años.
-Nos conocemos -confirmó él-. Dicen que me sigues paso a paso.
-Te sigo. Pero tú nunca miraste detrás de ti. Hasta hoy. Hoy miraste atrás por primera vez.
Él guardó silencio. No tenía nada que decir. Estaba cansado.
-¿Cómo... Cómo va a ser? -preguntó por fin fríamente y sin emociones.
-Te tomaré de la mano -dijo, mirándole a los ojos-. Te tomaré de la mano y te llevaré a una pradera. Entre la niebla, el frío y la humedad.
-¿Y después? ¿Qué hay después de esa niebla?
-Nada -sonrió-. Después ya no hay nada más.
-Me seguías, paso a paso -dijo-. Pero atrapaste a otros, a aquellos que encontraba en mi camino. ¿Por qué? ¿Se trataba de que me quedara sólo, verdad? ¿De que por fin comenzara a tener miedo? Te reconozco la verdad. Yo siempre te tuve miedo, siempre. No miraba detrás de mí porque tenía miedo. Porque estaba aterrado de que te vería ir tras de mí. Siempre te tuve miedo, mi vida la he vivido aterrado... hasta hoy.
-¿Hasta hoy?
-Sí. Hasta hoy. Estamos de pie, cara a cara, y yo no siento aprensión alguna. Me has quitado todo. Me has quitado hasta el miedo.

(...)

-Terminemos con esto- dijo él con énfasis-. Tómame...tómame de la mano.
Se levantó, se acercó a él, sintió el frío que exhalaba, un frío penetrante y agudo.
-No hoy -dijo ella- Algún día. Pero no hoy.
-Me has quitado todo...
-No -le interrumpió-. Yo no quito nada. Yo sólo tomo de la mano. Para que nadie esté solo en ese momento. Sólo entre la niebla."

Andrzej Sapkowski. La espada del destino (extracto).

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