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Bokuden

Para H

¿Sabes? el hecho de ser un gatito no me resta amor por los gorriones, y no para comérmelos. Cuando era aún un cachorro encontré como tú un gorrión malherido en mi azotea. Era pequeño y parecía tener un ala rota, eso al menos decía mi abuelo. Mi abuelo me quiso enseñar una importante lección al decirme que en ocasiones es conveniente evitar el sufrimiento de un animal herido, y se dispuso a matarlo. Pero aprendí otras a cambio.

Lo detuve en el último momento cuando comprendí instintivamente quizá, yo que aún no conocía la cara inexpresiva de la muerte, lo que iba a hacer y lo que significaba. "Vamos a cuidarlo, abuelo. ¿Se curará?". Y mi abuelo, gato viejo en cuestiones de la vida rural me dijo que sí, pero si lo teníamos encerrado durante todo ese tiempo por su bien, cuando lo liberáramos no querría marchar, o bien si marchaba no lo volverían a aceptar. "Los humanos lo llaman la impronta humana". Los cachorros no atienden a razones, y yo era una cachorro cabezón, así que supongo que le convenció mi mirada suplicante, el miedo de decepcionar a su nieto favorito.

No recuerdo cuánto tiempo pasó (tiempo con olor a pan con leche o agua, sí), el tiempo se difumina con la edad, pero el gorrión se curó. Y entonces, abrimos la puerta de su jaula provisional, de su enfermería improvisada. Y esperamos.

Tal vez tardó una semana en decidirse, con pequeñas salidas a la azotea y vueltas a la jaula. Sólo recuerdo como si estuviera allí ahora mismo como una mañana subí a la azotea y lo ví subido en la barandilla, mirando a la calle. Al notar que me acercaba, se giró y me miró. Fueron sólo cuatro segundos quizá, pero juraría que aquel gorrión me miró y sonrió. Y echó a volar ante mí, y en aquel momento (y aún ahora) me pareció más bello que el vuelo del fénix. Era su manera de decirme adiós.

"¡Ha volado abuelo, se ha ido con sus amigos!". Y mi abuelo, que en su juventud hacía las mejores trampas de su pueblo para cazar pájaros (para comer, eso sí; entonces se respetaba a la presa) sonrió meneando la cabeza y revolviéndome el pelo. Durante mucho tiempo, subí pan con agua a la azotea a diario. Al principio los gorriones no se fiaban, supongo. Pero me juego el cuello a que el primero que los guió atreviéndose fue aquel pequeño amigo gris. Y me gustaba ver todas aquellas patas a través de la uralita, intentando adivinar quién era él. Sabiendo que todo le iba bien. Qué tiempos aquellos, bendita inocencia.

Supongo que, como tu, yo también he buscado en otros pájaros, curando otras alas heridas, a ese gorrión. Supongo que mi gorrión era el mismo que el tuyo, y que con diferente final, pero con la misma mirada agradecida, sólo quiso mostrarnos distintas caras de la misma moneda.

4 comentarios

bokuden -

Yo sigo siendo un buen pájaro :p

DuNa -

Qué bonito... creo que todos hemos sido "pajareros" o nos hemos sentido pajarillos en algún momento...

Besitos!

H -

Gracias :) :*

bokuden -

En fin, voy a subir algo de pan con agua arriba antes de irme a trabajar. Por los buenos tiempos ;)