La memoria del viento
Llegué un cuarto de hora antes de la hora de entrada al trabajo, así que en lugar de regalar horas a la empresa, decidí regalarmelas a mi mismo, infinitamente más agradecido. Fuí al parque de al lado y me senté en un banco bajo un plátano de sombra sin más ceremonia. Me quité el reloj y lo metí en la mochila, harto del yugo del minutero. Cerré los ojos y empecé a escuchar la música del viento, discontínua, fluctuante; componía una sinfonia y bailaba con las hojas secas, con hojas de periódico y con más hojas de calendario caducado. Naturalmente, me acordé de ti. No había otra opción.
- Viento del este, si alguna vez atraviesas la distancia que nos separa, susúrrale al oído -susúrrale, así como a mi me susurras hoy viejas historias- que en un día caluroso, antes de entrar a trabajar, me acordé de ella justo en el momento en que había olvidado el mundo.
Y la alarma del reloj sonó, y me arrebató mi momento. Pero tú... tú aún estabas.
- Viento del este, si alguna vez atraviesas la distancia que nos separa, susúrrale al oído -susúrrale, así como a mi me susurras hoy viejas historias- que en un día caluroso, antes de entrar a trabajar, me acordé de ella justo en el momento en que había olvidado el mundo.
Y la alarma del reloj sonó, y me arrebató mi momento. Pero tú... tú aún estabas.
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Saruka -