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Dios en agosto está de vacaciones

Dios en agosto está de vacaciones No había lástima en los ojos de aquel perro atropellado -vientre hundido, lata de refresco- y apartado al arcén a patadas.

Antes de verlo, lo había olido -es el olor de la muerte-; al fin y al cabo los 40 grados de temperatura y el 85 % de humedad aseguraban una rápida (y hedionda) descomposición -agosto, frío en el rostro-. Al poco rato, había visto sangre en la calzada

-"tendido sobre un lienzo escarlata"-

formando un rastro marrón oscuro que nada tenía de poético, un rastro ineludible que me condujo a su cuerpo o lo que de él quedaba -muerte- , un amasijo dividido en dos regiones por las ruedas -¿del destino?-, combado en una posición inverosímil, salpicado de una mezcla de negro y rojo, de moscas, hormigas y sangre (¿hormigas?), con un insecto que no había visto en mi vida en ningún documental intentando entrar en la boca semicerrada -semiabierta, seamos optimistas-. En su cuello, un collar de la marca "Bobby". O tal vez era su nombre, qué más da. El caso es que me imaginé la escena: familia feliz que no sabe que regalar al niño en Navidad, familia feliz que le regala un perro, niño que se emociona y es feliz en esa maravillosa época, niño que descubre que el perro no va a pilas, sino que requiere un mantenimiento, niño que tiene cosas mejores que hacer y endosa las responsabilidades (que no el perro) a sus padres, padres que se estresan por momentos, familia que se va de vacaciones, familia que no tiene dinero para una perrera (pero sí para una moto de agua), familia que deja el perro en una carretera -el nunca lo haría- . Bobby no ha visto demasiado mundo -¿hacia donde va esta carretera?- así que -muere- no tiene demasiada suerte. La historia de cada verano.

Suspiré y miré al cielo. No para rezar, por supuesto, sino para ver si alguna nube me iba a alegrar el día. Eran las tres de la tarde de un jodido 15 de agosto y claro, las jodidas nubes se habían ido de jodidas vacaciones con el jodido viento jodido -si has de escoger morir/ hazlo en día soleado-. Joder. Y al bajar la vista fue cuando vi sus ojos. Habría jurado que antes los tenía tan semicerrados -ejem- como su mandíbula, pero allí estaban, totalmente abiertos, mirando a la calzada -mortaja de sangre seca- sin resentimiento ni perplejidad. Y se me antojo una escena bella, a pesar de todo.

Un nuevo suspiro, puesta en marcha. Y cuando ya tenía todo aquella escena horrible y bella a la vez a mis espaldas, un susurro:

-¿Donde acaba tu carretera?-

"En sangre, moscas y hormigas" pensé, pero no dije nada. ¿Merecía la pena? No había lástima en los ojos de aquel perro.

Ni por él, ni por las personas.

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