sueño
Ayer tuve un sueño extraño. Soñé con una calle larga y gris que se extendía hasta tocar el horizonte, una calle que nunca antes había visto, con hileras de árboles a los lados, en las aceras. Escogí una dirección y comence a caminar, y al poco rato me dí cuenta de que no había salida, no habían calles perpendiculares a esa; era una calle contínua e infinita al menos en apariencia. Nadie la recorría, ni gente, ni coches, ni animales. Sólo árboles, árboles enormes, baobabs grises que contemplaban mi marcha con curiosidad. Y entonces, noté que el suelo se hundía bajo mis pies, como si estuviera pisando barro el asfalto se derrumbaba, y yo apenas tuve tiempo para pensar en aquellas raices que dejaba entrever al desaparecer, sólo corría sin mirar a dónde, hacía la única dirección que podía, hacia adelante, siempre hacía adelante sin mirar atrás.
Y de golpe, de esa forma que sólo sucede en los sueños, sin saber cómo, estaba en una plaza al final de aquella calle (¿cómo podía yo saber que aquello era el final?). Ardían coches amontonados en una gigantesca pira a la que un grupo de niños echaban gasolina, ruedas y todo lo que encontraban en aquel suelo lleno de suciedad, que parecía más propio de un vertedero que de una plaza donde seguramente jugaban aquellos niños. Al verme, los niños salieron corriendo y fué entonces cuando me dí cuenta de que eran tullidos, a cada uno le faltaba una extremidad. No me costó mucho seguirles a escondidas, quería saber qué significaba todo aquello. Los encontré de nuevo con mucha más gente en una especie de jardín donde crecía un grupo de árboles diferentes, del que reconocí un abeto, un ciprés, un pino, una higuera y un eucalipto, entre otros. La gente danzaba entre los árboles, bebía sin cesar
Pero los arboles ya no querian hablar con la gente.
Y de golpe, de esa forma que sólo sucede en los sueños, sin saber cómo, estaba en una plaza al final de aquella calle (¿cómo podía yo saber que aquello era el final?). Ardían coches amontonados en una gigantesca pira a la que un grupo de niños echaban gasolina, ruedas y todo lo que encontraban en aquel suelo lleno de suciedad, que parecía más propio de un vertedero que de una plaza donde seguramente jugaban aquellos niños. Al verme, los niños salieron corriendo y fué entonces cuando me dí cuenta de que eran tullidos, a cada uno le faltaba una extremidad. No me costó mucho seguirles a escondidas, quería saber qué significaba todo aquello. Los encontré de nuevo con mucha más gente en una especie de jardín donde crecía un grupo de árboles diferentes, del que reconocí un abeto, un ciprés, un pino, una higuera y un eucalipto, entre otros. La gente danzaba entre los árboles, bebía sin cesar
Pero los arboles ya no querian hablar con la gente.
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