Blogia
Bokuden

Pensamientos, opiniones y hechos

Te despiertas como hacía tiempo que no lo hacías, temprano, de golpe y totalmente descansado, como si alguien hubiera apretado en alguna parte de tu ser un resorte olvidado, cubierto de telañas y óxido. Sonríes al escuchar justo un minuto después la estridente polifonía del despertador del móvil

¿Por qué has pintao' tus ojeras
la flor de lirio real?
¿Por qué te has puesto de seda?...


..."Ay campanera, ¿por qué será?", completáis a la vez tu abuela en falsete, Joselito digitalizado y tú, que ya estás en pie estirándote mientras te vistes. Saludas a tu familia y desayunas con una estúpida sonrisa en la boca a pesar de que estás viendo un aburrido avance informativo en la tele. Te apetece dar una vuelta, así que te despides y sales a la calle mientras tu abuela continúa cantando

Aunque la gente no crea
Tú eres la mejor de las mujeres
porque te hizo Dios su pregonera...

y piensas que es una gran verdad para la mujer que está cantando, más que para la cantada, seguramente. Al menos para ti. Te encanta oírla cantar, y fue por eso por lo que pusiste esa melodía precisamente en el despertador, más que por su estridencia. Pero ya estás lejos y no oyes el resto. Te deleitas con un maravilloso día, más soleado de lo previsto por los meteorólogos de la tele y con una ciudad menos llena de gente que de costumbre. Saludas a este, sonríes a la otra, esquivas a aquel otro pesado y continúas avanzando por las calles al azar con la mente prácticamente en blanco hasta que sin saber cómo ni cuánto tiempo exactamente ha pasado te das cuenta de que las calles han desaparecido y han sido substituidas por árboles, matojos, piedra y tierra. Llegas a alguna parte apartada de la ciudad y de la gente que resulta de tu agrado y decides ponerte a entrenar un poco, ya que tu cuerpo te pide un poco de movimiento.

Cuando ya estás sudando a chorros y jadeando, te sientas bajo un almendro. No da mucha sombra, pero se agradece su agradable aroma. Acomodado y mirando al cielo, cierras los ojos e inspiras profundamente. No sabes cuál es la razón, pero hoy te sientes especialmente contento. Bueno, las cosas te han ido bien desde que empezó el año. Nada más empezar, una propuesta de viaje que al final se está concretando; nuevos proyectos de futuro en los que se está trabajando. Después, una chica maravillosa. Y ahora cuatro días libres... hacía mucho tiempo que no hacías un puente. Tienes muchas razones para ser feliz, pero hoy hay algo más. Un rato más tarde, crees entender lo que es: la sensación de que todo va a ir mejor aún. Sí, la idea te reconforta y te hace sonreír aún más por su ingenuidad. Ya que tienes que pensar en algo, suele decir tu padre, procura al menos que sea bueno.

Al cabo del rato te levantas para volver a casa. Y entonces se te ocurre. O a alguna parte de ti se le ocurre. Te apetece escribir algo. Aunque sólo sea para demostrarte a ti mismo que se puede escribir sin estar aburrido ni infeliz ni en perpetua búsqueda. Aunque sólo sea porque hace ya más de dos meses que no tienes tiempo ni ganas y ya toca.

No. Más bien porque te apetece, sin más. Se puede abandonar un arte marcial, pero el nunca te abandona a ti; supongo que con esto pasa lo mismo. Uno es lo que es, como aquel escorpión de la fábula. Así que, cómo no, coges boli y papel y lo haces.

"Este sito es genial, mira, se pueden ver las estrellas perfectamente" dijiste, y aunque sonreí y asentí, sólo estaba de acuerdo a medias contigo. Desde luego el sitio era genial, pero yo sólo veía una única estrella.

Quita y pon

Era tremendamente desdichado y por eso siempre estaba triste y gustaba lucir unos labios fruncidos, arrugados en exceso, retraidos y a la defensiva ante el mundo. Pero una mañana, aún medio dormido y frente al espejo del cuarto de baño, me miré a los ojos, y vi algo raro más abajo. Alargué la mano y agarré mi boca por la comisura con dos dedos. Lentamente la fuí despegando con una mezcla de curiosidad y miedo, seguida de una cierta sorpresa y satisfacción al conseguir despegarla del todo. Tenía mi boca en mis manos, pero claro, ahí no me servía de nada. Y entonces me di cuenta del poder que tenía en mis manos. Tenía muchas posibilidades dónde y cómo colocarla, algunas de ellas francamente divertidas. Pero después de descartar ponermela en la cremallera del pantalón y en el hombro izquierdo (lo que hubiera ido genial para insultar al resto de conductores), decidí ponerla en su sitio. Al acabar de lavarme la cara, me sentía mucho mejor. Sería dificil que el día despegara la sonrisa que ni el agua fría había podido despegar. Resulta genial levantarse cada mañana con la posibilidad de cambiar lo que está en tu mano cambiar, sólo alargándola.

Hablemos

Ah, eres tú. No te había oído entrar. Pasa, pasa. Siéntate y hablemos, hace mucho que no lo hacemos y lo echo de menos, créeme. Sin nadie con quien hablar, cuando todo el mundo se ha ido ya a la cama, muchas noches como esta suelo ponerme a pensar aún sin proponérmelo. Ya sabes que soy de naturaleza reflexiva; y también sabes lo que opino de la reflexión, mal necesario... aunque cada vez lo veo más como algo totalmente accesorio y productor de sufrimiento. Cuando hablo con alguien, sólo hablo con ese alguien. Cuando hago cualquier otra cosa, en la medida de lo posible, hago solamente esa cosa. Pero cuando canta el silencio de la madrugada y no tengo más compañía que el vaso del colacao, mi cabecita empieza a maquinar. En fin, es difícil luchar con uno mismo. Sí, no hace falta que lo preguntes. Si no te he oído llegar es porque estaba Abstraído en Grado Sumo con un par de cosillas. Todo está en la mente.

No, no creas. No son para nada cosas especiales las que ocupan mis pensamientos, soy más práctico de lo que creen muchos que me tienen por pedante pseudo-filósofo de pacotilla... que también lo soy, para que engañarnos. Sin ir más lejos, antes de que llegaras estaba pensando en una noticia que he escuchado por ahí y que me ha indignado profundamente. Verás, resulta que tres niñatos pijos de buena familia, uno de ellos menor, estaban aburridos y, por no alquilarse un juego de play-station, deciden pegar una paliza a una mujer indigente que dormía en un cajero. Sí, esa es la cara que puse, pero aún hay más. No contentos con semejante alarde de caballerosidad y valentía, se van y deciden volver más tarde para quemarla viva. El resultado: una indigente muerta más, unos imbéciles llorando en comisaría “arrepentidos”, familias destrozadas... y pronto algún menor libre, supongo. O no tan menor. Y luego, pues nada, el siguiente paso es, para mi mente, inevitable: le das vueltas, cambias las escalas y te acuerdas de aquel atraco en que mataron a los joyeros por las bravas, sin necesidad alguna, y encima luego sacaban la lengua a la gente que los abucheaba mientras los sufridos policías los escoltaban al coche patrulla. De aquel Farruquito que ya está bien casado y con carné de conducir (cojones tiene la cosa). De aquellos patriotas de metralla que siguen amenazando y matando cuando pueden por... no se sabe bien por qué, y juraría que ellos tampoco lo saben. De aquellos que hacen lo mismo por otras tantas ideas absurdas, como la religión. De todas aquellas guerras que ni siquiera salen en los telediarios. De aquellos países que viven de las guerras ajenas y promueven nuevas. Etcétera, etcétera. Etcétera.

Callas, ¿verdad? Sí, cuando se entra a evaluar cosas así uno no para, y da incluso miedo. Piensas “Joder, me educaron para vivir en un mundo mejor, para hacer un mundo mejor ¿Cómo hemos llegado a esto?”. Y te sientes sobrecogido, y en cuanto te repones tratas de hacer algo. Intentas llegar lejos en la vida para poder hacer algo desde arriba... o desde donde estés. Intentas ser mejor persona cada día. Lees, escuchas, buscas cualquier cosa que te aporte una visión nueva de la realidad, algo que te de esperanza. Te conviertes en voluntario o en ayudante anónimo y particular. Pero lo que ves cada día es insensatez y miseria, pobreza y desolación, muerte y sufrimiento, injusticia e impunidad. A veces hasta dan ganas de abandonar, de mandarlo todo a tomar viento. A veces incluso lo haces. Y es que somos tanta gente buscando equidad y justicia que al final hacemos exactamente lo que se espera de todos nosotros: nada de nada.

Sí, quizá. Tal vez te pueda parecer que con pensamientos así no llegaré muy lejos. Y tal vez tengas razón. Pero no me preocupa demasiado, enseguida se me pasa. Con tu visita, por ejemplo. O leyendo a Seung Sahn. O cuando alguien muy especial me recuerda que me aprecia y me quiere sin venir a cuento, que es cuando más a cuento viene, proporcionándome durante meses una buena excusa para seguir adelante, con una gran sonrisa.

La soledad es sólo una ilusión entre dos encuentros

Pero... ¿Y si los encuentros fueran meras ilusiones en un desierto de soledad?

Principio y fin de un eclipse

De vez en cuando nos miramos mientras trabajamos y nos sonreímos. No se qué es lo que piensas mientras lo haces, y creo que nunca lo sabré. Yo sencillamente sonrío porque me gusta tu sonrisa, sencilla, directa e inocente, que deja entrever la niña que fuiste y que aún sigues siendo, pese a que lo intenten negar tu cigarrillo perenne, tus ligues de una noche y tu pose de mujer emancipada. Tus labios se comban, tus dientes relucen y no eliminan nada de eso, sencillamente lo eclipsan. Tal vez sea lo más bonito de un eclipse, saber que todo sigue estando en su sitio mientras ocurre, pero el hecho de que ocurra todo a la vez –luz, sombra, omisión, presencia- es un pequeño milagro que no se puede ver todos los días. Sólo que yo sí puedo.

Es asombroso lo rápido que puede uno acostumbrarse a que lo sobrenatural forme parte de su vida cotidiana. Ocurre y el corazón te da un brinco, todo tu ser palpita de felicidad al borde de un coma endorfínico; el resto de la tarde te la pasas preguntándote qué ha pasado, pero sobretodo si volverá a pasar. Y vuelve a pasar, una y otra vez. Uno puede quedarse ciego si observa demasiado tiempo estos fenómenos, dicen. Y con razón. Tan estúpido como para olvidar que nada es eterno, preferí acostumbrarme a tu presencia distante, tan cerca que podíamos sonreírnos, tan lejos que no podía ni tan sólo tocarte, tal vez por miedo a que la ilusión desapareciera tal como vino. Tan tonto que prefería mirarte a escondidas mientras reponías de espaldas a mí, que hacía ver que arreglaba papeles. Tan ciego que prefería pensar que siempre podría verte.

De vez en cuando nos miramos mientras trabajamos y sonreímos, pero hoy no me miras mientras lo haces. No se qué piensas cuando contemplas todo lo que dejas atrás y se que nunca lo sabré. Hoy, tu último día en este trabajo, eres más mujer emancipada que nunca. Empiezas una nueva vida lejos de aquí y eres la reina por un día, la niña mimada de todos nosotros en estas últimas horas. Además de la ilusión creo adivinar miedo en tu mirada perdida. Te cuento un chiste para aligerar tensiones y lo celebras como siempre, con esa manera tan graciosa que tienes de decir “¡qué malo!” mientras convulsionas de risa. Repartida entre todos, no vuelves a prestarme atención hasta que descubres que conozco y canto la letra de la canción que suena en la radio -esta cobardía de mi amor por ella/ hace que la vea igual que a una estrella/ tan lejos, tan lejos, en la eternidad/ que no espero nunca poderla alcanzar- y te sorprende. Tengo buena memoria para las canciones, te digo. Sobretodo para las apropiadas, me callo. Y la tarde pasa en un suspiro, como siempre que no debe demasiado deprisa. Recogemos y todos te esperamos fuera mientras te dan el finiquito.

Sales como en las películas, con una caja llena de tus cosas, dejando vacío de ti el sitio. Bromas, sí, pero sobretodo lagrimillas. Es lo que tiene trabajar con tantas mujeres. Hago lo posible por tragarme las mías. Cuando llega mi turno cojo la caja, te la quito de las manos y la dejo en el suelo. Me preguntas que qué hago y te respondo que me molestaba para abrazarte. Y cuando lo hago se que el lunes te seguiré viendo colocando cosas en las estanterías mientras yo hago como que ordeno papeles. Se que, aunque lo estemos haciendo en puestos de trabajo diferentes, tu estarás sonriendo (sabiendo que te observo a escondidas, como siempre hacías) y yo también ( sabiendo que lo sabías). Marchas calle arriba bajo las farolas, seguramente pensando en tu nuevo ciclo, o tal vez en lo que dejas atrás. Marcho calle abajo a oscuras, pensando en lo mismo, en lo mucho que me joden las despedidas y en cierto cuento en el que el sol y la luna se enamoraban, un cuento en el que siempre había futuro para la esperanza. Porque sigue habiendo momentos en los que se pueden encontrar, y siempre los habrá. Al menos mientras sucedan eclipses.

De tú a tú

La vida es también un león, y sus colmillos son los segundos. Hoy, ya miércoles de madrugada, encuentro (por fin) un hueco entre mis ocupaciones, mis obligaciones, mis aficiones y mi astenia otoñal. Y aquí estoy de nuevo, tras una breve ausencia (sustituya breve por su concepción temporal deseada). Muchos se preguntarán ¿por qué vuelves? Algunos, incluso lo harán llorando y desesperados, lo se. Y a veces yo también me lo pregunto. Creo que ya he hablado de esto antes.

Tal vez sea mi manera de decir cosas que de otra manera se quedarían dentro y me provocarían una úlcera o algo peor, aunque supongo que nunca he hablado de mi hermética naturaleza. Una buena amiga me lo decía el otro día, precisamente. Nunca hablas de ti mismo. Escuchas, observas, analizas, ayudas (¿¡!?) a veces a tus amigos, pero nunca hablas de ti. Mira si eres de esa manera que ni tan solo eres capaz de hacerlo en algo tan impersonal y anónimo como un weblog. Querida L, tienes razón, por supuesto. Para algo eres psicóloga. Soy así habitualmente, un ser acorazado, pocas veces hablo de mi... Por contrapartida, debes saber que el hecho de que me abra a alguien significa mucho. Es, por así decirlo, mi manera de decirte que eres de los míos. Tú, que después de leer esto ya deberías saber en que lugar estás, si es que tenías alguna duda, también sabes que no es del todo cierta la segunda parte de la observación. Puede que pocas veces hable directamente de mi vida en este sitio. Pero indirectamente, cada cosa que escribo habla de mi y de mis circunstancias. Da igual que el personaje sea pepito, fulanito o menganito, que describa el tiempo o que escoja un texto de tal autor. Cada letra forma parte de mi mundo, de tal forma que mi mundo, mi vida y yo somos también estas letras unidas con más o menos tino. Pero claro, eso tú ya lo sabes por tener también un mundo propio (del que tampoco escribes mucho, ejem), y yo se que lo dices sólo para picarme. Un aplauso para L, estupenda escritora que curiosamente es mucho más Grande que alta.

Esto ya parece a estas alturas una editorial. O tal vez un programa de radio, al más puro estilo Chris Stevens de la K-OSO de aquella serie tan estupenda que daban a estas estupendas horas también, Doctor en Alaska. Estamos aquí tu y yo solos, sea la hora a la que leas esto. Voy equipado con unos magníficos pantalones cortos, una camiseta de South Park y unas zapatillas de esas con forma de tigre. Me duelen los pies de la ostia después de diez kilómetros corriendo esta mañana, un día entero de trabajo de pie y la clase de salsa, para remate. Y sin embargo, me muevo, al menos interiormente. Porque me lo piden los dedos, me lo pide la mente. Tengo ganas de mover el boli, el teclado o cualquier cosa que sirva para dejar impronta de lo que quiera que deba salir de mi. Porque la noche nos invita a la magia; el día nos invita a soñar. Porque a la gente como tú y yo nos gusta vivir todos los mundos en los mundos escritos, y de vez en cuando escribir nuevos. Porque tú y yo sabemos que no hay nada mas hermoso que hablar de tú a tú pensando que no conoces, pero sabes de esa persona. Aunque sea a través de un escrito. Así que pasen y vean.

Me gusta pensar que merece la pena. Por lo menos a mi me la merece.

Mejora tu tren de vida

El tren es un lugar fascinante donde uno puede aprender y divertirse mucho si observa y escucha un poco. Hoy, sin ir más lejos, una prueba de ello camino a Barcelona.

Resulta que una pareja sentada a mi lado iba leyendo sendos libros mientras yo leía el archifamoso "Los pilares de la tierra" de Ken Follet (que no tenía ganas de leer por comercial, pero un regalo es un regalo; no está nada mal), un libro que podría haberse usado como arbotante de la catedral de la que trata, dado su tamaño. Al cabo de un rato, el chico cierra el libro que leía, del que no he podido ver el título. La chica le mira y le pregunta que qué le pasa. Él contesta que no le gusta el libro. Ella le pregunta, sorprendida y en cierto modo ofendida, sobre como puede saberlo habiendo leído tan poco rato, a lo que él contesta que es su manera de proceder. Siempre lee las primeras 25 páginas y a partir de ahí decide. Si no le ha enganchado o interesado, lo manda al olvido (esas no fueron las palabras usadas, desde luego). La chica parece molesta y así se lo hace saber con una conmovedora disertación sobre los clásicos, sobre cómo introducen lentamente la escena para luego, una vez todo está en orden, llenarnos de placeres ilimitados; expresa también su profunda convicción de que merece la pena aburrirse cien páginas (¡cuánto más 25!) para posteriormente gozar cuatrocientas. Intuyo de todo ello que el libro en cuestión había sido un regalo personal de ella, y que ella lo había disfrutado mucho anteriormente.

Llegados a este punto, damas y caballeros, el vagón ya se ha convertido en una tertulia sobre railes donde casi todo el mundo despierto opina con sus compañeros de asiento sobre el tema. Discretamente, por supuesto, pero todo es observar y escuchar. A todo esto, el chico ni se inmuta. La mira fijamente y le suelta algo que merece la pena reproducir sin censura ni ná:

-Mira, ¿cómo te lo explico? Por ejemplo, una mamada. Si me hacen una mamada y los primeros minutos me van rozando con los dientes y mordisqueando dolorosamente el frenillo para posteriormente darme muchísimo placer, no me compensa. Prefiero que me hagan una que empiece bien, prosiga bien y acabe bien. Así que llámame raro si quieres, ya se que hay gente que le gusta que le muerdan y le hagan daño, pero a mi no.

Albricias y jolgorios. Se le ve en los ojos, la chica no sabe si reirse o bien ostiarlo. Opta por lo primero mientras pregunta a un amigo de ambos que estaba en frente, que no había intervenido hasta ahora, sobre su opinión. Cuánto llevais saliendo, pregunta el amigo a esto. Dos años, dicen los dos a la vez.

- Entonces opino que más vale que se la chupes bien, o que aprendas rápido. Porque eso son 24, 24 meses. -dice el chico a carcajadas, y no tengo más remedio, junto con gran parte del vagón, que descojonarme.

Escribir. Ver la hoja en blanco en la hora más oscura de la noche y sentir un impulso irrefrenable de llenarla de sensaciones, de pulsos a la mañana, de ganas de plasmar en absoluto atenuadas por el exceso de alcohol sino más bien al contrario, acentuadas por una imparable obligación de decir (nada) sin decir( nada de nada de nada), para variar, pero eso sí, con muchas, muchísimas palabras. Llenar las dos de la mañana de pareceres angostos, de metáforas no conseguidas, de hipérboles demasiado hiperbólicas, casi parabólicas (para bolicas las mías, ya ves tú que gracia la inspiración del lambrusco) , como temiendo acabar de enlazar una palabra con otra, imponiendo un ritmo trepidante al escrito por miedo de la más mínima pausa en la que...

Continuar. Sentir que la pluma es aguja y el papel tejido y coser, coser por coser, introduciendo de tanto en tanto un defecto intencionado –como en las alfombras persas- y cincuenta no intencionados, pero sin mirar atrás, sin prisa pero sin pausa. Fluir en zig-zag por el espacio restante condensando en palabras todo (nada) lo que me sugiere el momento (cero, nothing). Aprovechar que la noche es lluviosa y acompaña, que estoy en un estado de duermevela entre la razón y el sueño, que puedo a l a r g a r de esta forma las ideas según convenga, aunque desgraciadamente no tenga ninguna. Claudicar y releer lo escrito. Ceder cada vez más espacio a la parada estéril al darme cuenta de que el punto y aparte ha sido demasiada pausa para tan poco ritmo, Agotar poco a poco la tinta a ciegas, a sabiendas de que cuando se me acabe, al igual que se acabo la cena con los amigotes y la bebida, aún quedará tu falta y tu recuerdo en el espacio en blanco y fuera de él. Y no habrá nada con que cubrirlo.

Mal menor

Primero dijeron que ojalá la elección de Madrid como sede olímpica no se produjera. Lo típico, se dijo, la típica rivalidad incomprensible y trivial entre algunos catalanes y algunos madrileños. El miércoles, cuando eligieron a Londres, las risitas de algunos de sus compañeros de trabajo eran inevitables. Qué tontería, se dijo, aunque personalmente le daba igual donde se produjera ese cada vez menos deportivo y más lucrativo acontecimiento, hay gente que le pone ilusión y además supondría ciertas mejoras y beneficios para otra parte del pais. En fin, la explicación era la misma.

Pero hoy, cuando escuchó lo afortunados que éramos, la suerte que teníamos de que no tocara Madrid como sede, que si no los atentados habrían sido allí y no en Londres y, claro, allí algunos tienen familia, no tuvo más remedio que soltar un sonoro y tremendísimo eructo que los calló de una forma muy eficiente. Y es que era eso o escupirles a la cara uno por uno mientras les soltaba lo que pensaba de la suerte y del mal ajeno en este tipo de acontecimientos; pero claro, de aquella manera iban a decir por ahí que si era malo, que si era agresivo, que si hijo de la gran puta y mal compañero... en fin, todo lo que se acostumbra decir de los farmacéuticos. Mientras que de esa forma, eligiendo el mal menor del mismo modo que sus compañeros, sólo le llamaron cerdo. Curiosamente, lo mismo que pensaría a partir de ahora respecto a ellos.

"...pero joder, ¿cómo decirlo? Hay gente que pasa por la vida sin pena ni gloria, casi como si pensaran que es un castigo vivirla, y otros prefieren quitársela, desperdiciarla, autodestruirse poco a poco, autotorturarse, mutilar sus segundos... parecen masocas. Yo, personalmente, no acabo de entenderlo. Para mí la vida siempre ha sido un regalo maravilloso, un don proveniente de algo que no alcanzo a comprender. Es... es como este flan. Yo no se lo he pedido a tu abuela, me lo ha puesto ahí sin pedirme opinión ni permiso ni nada. A partir de ahí la elección es de cada uno. Yo pienso: no, no lo he pedido, ¡pero ostia! me encantan los flanes, así que ¿por qué no lo voy a disfrutar, ya que está aquí? Y me lo como. Sí, la vida es un flan. Ahí lo tienes, lo puedes endulzar, tirarlo a la basura, o cagar encima de él si quieres, eso no cambia nada; puedes usarlo para matar moscas, pero todo el mundo sabe, en esencia, para qué sirve un flan. Te lo puedes comer de golpe, atragantándote, o disfrutar de él pedacito a pedacito, como yo hago ahora. Te pueden servir flanes más o menos grandes, más o menos sabrosos, pero siempre has de recordar que han sido un regalo y que antes no tenías nada. Y si te lo sirven con pelos o suciedad por encima, siempre puedes desprender la parte más externa con una cuchara. Lo de dentro, esta igual de bueno."

El sutra del flan, pronunciado por mi padre en una comida de lo más filosófica. Dicho esto, se relamió, eructó y casi inmediatamente se quedo dormido viendo una del oeste mientras mi primo y yo nos descojonabamos, claro.

Me enamoré de él sólo verlo. Tal vez fueron sus ojazos azules o tal vez su actitud, su aire de rebeldía, siempre cerca pero lejos del resto. Así que cuando me ofrecieron elegir uno, no pude rechazarlo e inmediatamente lo escogí a él. Fue tímido al principio, se pasaba todo el día jugando al escondite con nosotros y sólo se dejaba ver para comer y beber agua. Así que tuve que hacer acopio de ingenio y conseguir que se acercara y tuviera más confianza, al menos en mi, de la manera que mejor se me da: jugando. Y con un colchón viejo, un plumero y algo de paciencia, conseguí arrancarle sus primeros jugueteos y su primer maullido, flojito como fueron siempre sus maullidos. Sonó casi, casi a "papá".

-Te llamaré Rosi.

Porque siempre he sido un hortera para los nombres. Porque era más facil y rapido que "Excalibur". Y porque no era muy observador en aquel entonces y no me había dado cuenta de lo que le colgaba, que no eran adornos precisamente. Pero cuando nos quisimos dar cuenta, el gato sólo respondía por Rosi, así que inventé un plan B, como siempre que la cago. Casualmente, en un libro vi a un antiguo futbolista Italiano que se llamaba Paolo Rosi. Y ya tenía un gato con nombre y apellido.

El Sr. Rosi era un gato inteligentísimo, muy especial. Podría contar miles de historias sobre él y todo lo que aprendimos el uno del otro, lo que nos divertimos jugando, cómo detectaba a la gente triste y la hacía sonreir con sólo saltar a su regazo, mirarla fijamente a los ojos y balbucear algo entre maullido y ronroneo, hablando en gatuno; cómo manteníamos conversaciones de esa forma o sólo con miradas mientras yo estudiaba; cómo se quedaba mirando el vacio, hacia un punto lejano como si hubiera alguien ahí, y como rato después de esa parte procedía algún ruido extraño... Pero hoy me ha venido a la cabeza otra bien distinta.

Rosi y yo debíamos estar vinculados, no se me ocurre otra explicación al hecho de que yo me despertara a las tres de la mañana en lo más profundo de mi sueño aquella apacible noche veraniega. Había escuchado un ruido en mi ventana e instintivamente, en un estado de semi ensoñación, me levante y salí a la calle con la primera arma que encontre en las manos. Una escoba. Y aún recuerdo a mi gato plantando cara a dos galgos por toda la calle, corriendo, esquivando y saltando, arañando a destajo desde hacía quién sabe cuánto rato. Y después, la visión de tunel, el correr preso de no se qué sentimiento, patear a un animal para salvar a otro -es más, DESEAR matar a un animal, aunque sea para salvar a otro-, golpear al otro con la escoba y gritar como lo que era en ese instante, un depredador mientras aquellos perros cazadores (¿qué coño hacían dos galgos sueltos cazando a un gato?) huían del cazador que les había cazado aquella noche. No me sentía nada orgulloso de ello -dudo que alguien se sienta de veras orgulloso de sus acciones "cuando empieza el baile"-, especialmente por el primer perro, al que la patada que le había dado probablemente le habría causado graves daños. Pero para Rosi, que me miraba con ojillos aterrados desde el suelo, con sangre en el vientre y en la boca, esa noche seguramente me había convertido en su héroe. Qué tonto. Un gatito casero resistiendo vete a saber cuánto tiempo frente a dos animales el doble de rapidos que él en carrera y que pesaban el triple, acabando con sólo un diente roto y algunos rasguños en la panza. Él si que era mi héroe.

Algunos días después, Rosi estaba recuperado físicamente. Pero su actitud había cambiado. Se había convertido en un gato más salvaje, con más ganas de salir y poco tiempo para mimos. Eso me ha hecho pensar siempre que lo sabía, lo sabía todo de alguna manera. Vivía la vida al máximo al parecer, y se escapaba de casa a la menor ocasión. Y al cabo de dos semanas de aquella noche, en una de sus escapadas cuando mi abuela abría la puerta, un coche que iba en dirección contraria le golpeo de lleno en el costado mientras cruzaba corriendo la calle.

Cuando llegué a casa del gimnasio, mi abuela me explico lo sucedido. El conductor había parado para interesarse por el animal, pero el gato había entrado de nuevo corriendo a casa tan rapido como había salido, así que mi abuela le dijo que no pasaba nada. Entró para buscarlo y vio que se había escondido debajo de su cama, muerto de miedo, así que había optado por dejarlo en paz hasta que se calmara. Pero cuando miré debajo de la cama, no estaba allí. Fue facil seguir el rastro de sangre hasta su cajón de arena.

- Es difícil escapar del destino -dijo mi abuela.

- No, es difícil escapar de un coche en contra dirección y con exceso de velocidad -dijo más tarde mi padre.

Pero yo no dije nada y me limité a llorar suavemente, porque ese sentimiento, esa casi certeza de fatalidad presente en nuestra vida me ponía enfermo, y la impotencia de ver que nada de lo que uno haga lo puede cambiar me daba ganas de vomitar, y el no haber podido despedirme de Rosi me daba más ganas de vomitar aún. Pero no lo hice; imaginar -casi ver- a mi gato echando sangre por la boca, consciente de estar reventado por dentro, levantarse del suelo debajo de la cama de mi abuela lentamente, andar dando tumbos hasta la arena, excavar un poco y luego tumbarse, acomodarse en posición fetal, consciente de su final, casi por no molestar... me daba una extraña sensación de paz. Al verlo allí tumbado, con los ojos cerrados como si durmiera, entendí más que nunca que cada uno de sus actos había sido su manera de dar las gracias. Cada uno de sus actos, había sido su forma de decir adiós.

¿Somos diferentes acaso al morir, los humanos? Y lo que es más importante ¿Somos diferentes al vivir?

Me enamoré de él sólo verlo. Tal vez fueron sus ojazos azules o tal vez su actitud, su aire de rebeldía, siempre cerca pero lejos del resto. Así que cuando me ofrecieron elegir uno, no pude rechazarlo e inmediatamente lo escogí a él. Fue tímido al principio, se pasaba todo el día jugando al escondite con nosotros y sólo se dejaba ver para comer y beber agua. Así que tuve que hacer acopio de ingenio y conseguir que se acercara y tuviera más confianza, al menos en mi, de la manera que mejor se me da: jugando. Y con un colchón viejo, un plumero y algo de paciencia, conseguí arrancarle sus primeros jugueteos y su primer maullido, flojito como fueron siempre sus maullidos. Sonó casi, casi a "papá".

-Te llamaré Rosi.

Porque siempre he sido un hortera para los nombres. Porque era más facil y rapido que "Excalibur". Y porque no era muy observador en aquel entonces y no me había dado cuenta de lo que le colgaba, que no eran adornos precisamente. Pero cuando nos quisimos dar cuenta, el gato sólo respondía por Rosi, así que inventé un plan B, como siempre que la cago. Casualmente, en un libro vi a un antiguo futbolista Italiano que se llamaba Paolo Rosi. Y ya tenía un gato con nombre y apellido.

El Sr. Rosi era un gato inteligentísimo, muy especial. Podría contar miles de historias sobre él y todo lo que aprendimos el uno del otro, lo que nos divertimos jugando, cómo detectaba a la gente triste y la hacía sonreir con sólo saltar a su regazo, mirarla fijamente a los ojos y balbucear algo entre maullido y ronroneo, hablando en gatuno; cómo manteníamos conversaciones de esa forma o sólo con miradas mientras yo estudiaba; cómo se quedaba mirando el vacio, hacia un punto lejano como si hubiera alguien ahí, y como rato después de esa parte procedía algún ruido extraño... Pero hoy me ha venido a la cabeza otra bien distinta.

Rosi y yo debíamos estar vinculados, no se me ocurre otra explicación al hecho de que yo me despertara a las tres de la mañana en lo más profundo de mi sueño aquella apacible noche veraniega. Había escuchado un ruido en mi ventana e instintivamente, en un estado de semi ensoñación, me levante y salí a la calle con la primera arma que encontre en las manos. Una escoba. Y aún recuerdo a mi gato plantando cara a dos galgos por toda la calle, corriendo, esquivando y saltando, arañando a destajo desde hacía quién sabe cuánto rato. Y después, la visión de tunel, el correr preso de no se qué sentimiento, patear a un animal para salvar a otro -es más, DESEAR matar a un animal, aunque sea para salvar a otro-, golpear al otro con la escoba y gritar como lo que era en ese instante, un depredador mientras aquellos perros cazadores (¿qué coño hacían dos galgos sueltos cazando a un gato?) huían del cazador que les había cazado aquella noche. No me sentía nada orgulloso de ello -dudo que alguien se sienta de veras orgulloso de sus acciones "cuando empieza el baile"-, especialmente por el primer perro, al que la patada que le había dado probablemente le habría causado graves daños. Pero para Rosi, que me miraba con ojillos aterrados desde el suelo, con sangre en el vientre y en la boca, esa noche seguramente me había convertido en su héroe. Qué tonto. Un gatito casero resistiendo vete a saber cuánto tiempo frente a dos animales el doble de rapidos que él en carrera y que pesaban el triple, acabando con sólo un diente roto y algunos rasguños en la panza. Él si que era mi héroe.

Algunos días después, Rosi estaba recuperado físicamente. Pero su actitud había cambiado. Se había convertido en un gato más salvaje, con más ganas de salir y poco tiempo para mimos. Eso me ha hecho pensar siempre que lo sabía, lo sabía todo de alguna manera. Vivía la vida al máximo al parecer, y se escapaba de casa a la menor ocasión. Y al cabo de dos semanas de aquella noche, en una de sus escapadas cuando mi abuela abría la puerta, un coche que iba en dirección contraria le golpeo de lleno en el costado mientras cruzaba corriendo la calle.

Cuando llegué a casa del gimnasio, mi abuela me explico lo sucedido. El conductor había parado para interesarse por el animal, pero el gato había entrado de nuevo corriendo a casa tan rapido como había salido, así que mi abuela le dijo que no pasaba nada. Entró para buscarlo y vio que se había escondido debajo de su cama, muerto de miedo, así que había optado por dejarlo en paz hasta que se calmara. Pero cuando miré debajo de la cama, no estaba allí. Fue facil seguir el rastro de sangre hasta su cajón de arena.

- Es difícil escapar del destino -dijo mi abuela.

- No, es difícil escapar de un coche en contra dirección y con exceso de velocidad -dijo más tarde mi padre.

Pero yo no dije nada y me limité a llorar suavemente, porque ese sentimiento, esa casi certeza de fatalidad presente en nuestra vida me ponía enfermo, y la impotencia de ver que nada de lo que uno haga lo puede cambiar me daba ganas de vomitar, y el no haber podido despedirme de Rosi me daba más ganas de vomitar aún. Pero no lo hice; imaginar -casi ver- a mi gato echando sangre por la boca, consciente de estar reventado por dentro, levantarse del suelo debajo de la cama de mi abuela lentamente, andar dando tumbos hasta la arena, excavar un poco y luego tumbarse, acomodarse en posición fetal, consciente de su final, casi por no molestar... me daba una extraña sensación de paz. Al verlo allí tumbado, con los ojos cerrados como si durmiera, entendí más que nunca que cada uno de sus actos había sido su manera de dar las gracias. Cada uno de sus actos, había sido su forma de decir adiós.

¿Somos diferentes acaso al morir, los humanos? Y lo que es más importante ¿Somos diferentes al vivir?

De buena mañana

¿Puede haber algo más maravilloso que ser el primer pensamiento de alguien al despertarse por la mañana, antes de bostezar y estirarse, antes incluso de tomar consciencia de ser, de estar despierto? Hoy, en lo primero que he pensado, como ya habras comprendido, es en ti.

Y no creo que sea un hecho que necesite de más palabras, ni de más adornos. Hoy, de buena mañana, me has adornado la vida.

Estadística

Dicen algunas estadísticas que en el mundo hay tres mujeres por cada hombre. Hay otras que aseguran que el número llega incluso a siete por hombre, pero eso es irrelevante. El caso es ¿Dónde están las mías? Cada vez que me interesa una chica, tarde o temprano sale en la conversación alguna referencia a su pareja. "Vivo con mi novio" "Pues mi marido también es aficionado..." Y así hasta el aburrimiento. Hay que decir que algunas dicen esto después de haber pasado la noche contigo, eso sí, sin la menor intención de dejar en la estacada al cornudo en cuestión, que seguro que ya empieza a tener cara de casilla-seguro del parchís.

Es algo que no acabo de entender, porque si la estadística no se equivoca eso significa que hay muchas que viven engañadas por novios o maridos que tienen su propio harén secreto de voluptuosas vestales mientras que algunos pringadillos como yo nos comemos los mocos. Quién sabe, incluso puede que salga en alguna estadística como pequeño porcentaje, como ejemplo de capullez. ¿Me esperará alguien en algún lugar? La primavera, las hormonas, etc.

Pienso todo esto después de mi última tribulación, la dependienta del videoclub al que voy habitualmente, una gran amante de los videojuegos como yo de agradable conversación, pero con un pequeño detalle que nos condena al fracaso sentimental. "Estoooo... Eli, que te iba a decir. ¿Te gustaría ir al cine esta tarde?" "Uhmmm... Javi, veo por donde vas, pero no se si lo sabes... a mi me gustan las chicas" "(cara de poker) Ah. Bueno, ya tenemos algo en común. Y a las lesbianas no os gusta el cine (la mejor de mis sonrisas)"

Y sí, tengo cita esta tarde aún sin esperanza alguna de NADA MÁS. Y mientras paseo después de salir del videoclub miro el cielo increiblemente azul y purificador de esta mañana de Abril y descubro que me la pela, el nada más, las tres mujeres por hombre y la madre que parió a la estadística, herramienta en la que nunca he creido del todo. Eso sí, tras recuperarme del arrebato soez y aún extasiado por la belleza que me rodea, me pregunto si habrá algun estudio que indique el porcentaje de lesbianas que descubren que en realidad les gustan los hombres.

"(...) En el orden natural de las cosas, la vida y la muerte no son algo que podamos controlar. Es una bendición estar vivo y morir en el momento justo. Vivir cuando no es apropiado vivir y morir cuando no es el momento de morir es un castigo. De igual modo, no ser capaz de vivir cuando se debe vivir y no ser capaz de morir cuando se debe morir es un sufrimiento. Pero el que debamos vivir y morir en el momento justo no es algo que podamos controlar. Por el contrario, es algo que sucede en el contexto -y como consecuencia- de muchos otros acontecimientos.

Los antiguos decían que la forma en que suceden las cosas son ilimitadas e incognoscibles. Siguiendo las leyes de la transformación del cielo y de la tierra, los ciclos del cambio, libres e incesantes, llegan por sí mismos. El cielo, la tierra y todas las cosas no pueden ir contra el orden natural. La sabiduría de los sabios no puede modificarlo y los demonios no pueden escaparse de él. Todas las cosas vienen y van sin necesidad de un creador o un movilizador que las haga suceder. Silenciosamente se reconoce su presencia, armoniosamente se acepta su existencia y pacíficamente se admite su partida. "

Lie-Tse

No hay nada como salir de trabajar tras un largo fin de semana y en lugar de irse a casa hacer unos kilómetros extra para llegar a alguno de esos grandes parques que abundan en pequeñas ciudades como la mía, tan concurridos de día y tan serenamente silenciosos de noche, repletos de una soledad animada por el canto de los grillos y el dulce beso de buenas noches que la brisa da a las hojas. En ellos los árboles te recuerdan lo estúpido que eres por no haberte movido apenas del sitio a pesar de tener pies, por haberte quedado encerrado durante demasiadas horas al día prostituyendo tu tiempo, eclipsando la luz tras hormigón y cristales. Claro está, te lo recuerdan con el cariño de unos padres que sólo quieren tu bien y saben lo corto que es tu tiempo. Con la compasión de seres iluminados. En este parque, el aire parece más amable y las estrellas brillan con más fuerza.

Aquí, más allá de la cerca, ningún convenio podría poner precio a tu tiempo. A medida que el aire cargado de humedad y olor a tierra mojada penetra hacia tus alveolos todo lo demás cae como algo muy denso hacia tus pies, y al cabo de unos segundos notas que realmente ahora eres más liviano y casi, casi puedes volar. Y sin proponértelo ni pensarlo, te entran unas ganas locas de correr de verdad ¡nada de footing! Correr de verdad, con todas tus fuerzas, como cuando eras pequeño y nunca te cansabas; sentir primero la ligera brisa, luego el viento contra tu cara ofreciéndo más y más resistencia a medida que ganas velocidad, los obstáculos bajo tus pies que ya funcionan en piloto automático. Tropezar con vete a saber qué y rodar y rodar como dice la canción, lejos de la posible asistencia de nadie en caso de lesión, rodar por la hierba mojada mientras te partes el culo de risa con el poco aliento que te queda, consciente (al menos alguna ahora olvidada ahora parte de ti) de lo ridículo de la situación. Rodar sobre la hierba mojada con tus pantalones nuevos y parar casi con elegancia cuando se agota la inercia, aún convulsionando ya no sabes si de risa o a causa de una lesión interna, pero tampoco te importa. Y quedarte así respirando con el abdomen como de pequeño, tal como acabas, sobre la hierba mirando estrellas que tal vez ya ni siquiera existan ahora que por fin alcanzas a verlas, llorando de risa aunque algún observador externo podría pensar que lloras por lo que acabas de pensar de ellas mientras tu boca pronuncia casi involuntariamente algunas palabras

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte

que crees recordar de un tal Da Vinci, y que no sabes del todo si vienen al caso pero eso da igual, porque la parte que las ha pronunciado sí lo sabe. Y por un segundo tienes la certeza de que si un momento como este puede compensar todo un día anodino, también puede hacerlo con una vida. Sólo es cuestión de atreverse. Silencio sonriente. Y tras unos segundos (¿o han sido minutos?) del Vacío más sublime, te levantas sacudiéndote y pensando de nuevo, pensando en qué dirá la abuela cuando le presente a mis pantalones.

-¿Te parecerá bonito, no?

Y casi puedes sentir el cachete en el culo mientras cierras los ojos y te muerdes la lengua, sonriendo.

Hay días que se repiten en la memoria una y otra vez, por hacer un mes desde, por hacer medio año desde, por ser el primer aniversario de... Y ocurre que en demasiadas ocasiones es por sucesos trágicos que nos vienen a la mente al mirar el calendario, llegados de muy lejos como el eco resonante de un opus triste, apagados por la distancia del tiempo y aún así todavía dolorosos, capaces de romper con su vibración las corazas más resistentes.

Hace algunos días lo pensaba mientras mi reloj me recordaba cierta fecha. Pensaba en lo increíble que resulta que la mente e incluso el cuerpo tengan esa memoria tan detallada, capaz de reproducir aun a menor escala todo lo sentido en aquel día determinado e incluso en el mismo orden. Incertidumbre. Angustia. Dolor. Impotencia. Rabia. Odio. Aflicción... Y después nada, como si todo hubiera sido un sueño. Como si nada hubiera existido antes.

Dan ganas de ser nihilista temporal, defender encarecidamente que se trata sólo de lo que tenemos aquí y ahora entre las manos, señores. Que el mar del tiempo borra nuestras huellas mientras que podemos correr delante suyo, que nos ahogamos cuando ya no podemos. Que si miras atrás sólo veras lo que tienes atrás ahora mismo, en ese momento que no te puedo señalar por que ya ha pasado mientras lees esto. Que no hay nada que impida empezar una nueva vida a cada momento, como si acabaras de nacer. Pero la memoria está ahí, dándonos un cierto sentido del orden, archivando fragmentos temporales con más o menos tino. Recordándonos por alguna misteriosa razón lo que pasó en x unidades de tiempo.

Dan ganas de ser nihilista temporal, pero no puedo y no quiero. Se debe recordar, que para algo tenemos la capacidad. Quién sabe para qué. Tal vez sea, en fechas como la que hace poco ha pasado, para no olvidar que en cada uno de los actos que realizamos está impresa nuestra naturaleza humana, capaz de los mayores crímenes, destrozos y brutalidades y a la vez capaz de dar ayuda sin pensar cuando se necesita, de arriesgar la propia vida por la de los demás, de ser uno de esos héroes que nunca salen en las películas. Y luego la naturaleza de cada uno elige qué merece más la pena recordar.

Y dejas tus pensamientos aparcados mientras desvías la mirada atontada del reloj. Has recordado, has reflexionado, y ahora toca mirar adelante, activando el modo nihilista temporal. Sientes los ecos de otra melodía mucho más dulce, una sensación que casi hueles, que casi puedes rozar con los dedos.

Esperanza.

Mi primo es una persona especial. Y todos lo somos, lo se, pero el lo es de una forma distinta. Tiene un don. Mi primo sabe hacer Las Preguntas. No unas preguntas, ni siquiera las preguntas. No, no. Las Preguntas. El otro dia me soltó una, así sin más, mientras yo ayudaba a Hyakimaru a recuperar una de las 48 partes de su cuerpo que le robaron los demonios. Es decir, mientras jugaba a la consola.

- ¿A quién ves cuando cierras los ojos?

Cuando te sacuden de esa manera, sólo puedes dejar lo que estas haciendo, sin pausar el juego ni nada, y tratar de buscar una respuesta. O dialogar toda la tarde con un enano cinco años menor que tú que, a pesar de conocerlo desde que nació, nunca deja de sorprenderte.