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Bokuden

Cruce

Cruce (Foto: On crossroad, de Robin Bobin)

Tres puertas de ébano ante ella, tres posibilidades de elección. Nada había cambiado por mucho que había reflexionado esos días alli sentada, especulando sobre aquella prueba que el destino había puesto en su camino, agotando su tiempo, sus provisiones y su esperanza. Pero la paciencia, no. La paciencia es el tiempo de los sabios, le había dicho su padre, y ella había comprendido. Toda su vida le parecía ahora una carretera rodeada de precipicios, sin posibilidad de huida hacia otra dirección, ya que a cada paso se derrumbaba lo andado y sólo quedaba el eterno hacia adelante que había encaminado sus pasos hasta este momento, el de la Elección.

Y allí había llegado, y sabía que todo lo recogido durante el camino era imprescindible y al mismo tiempo de nada servía, y se sentía con fuerzas y esperanza, pero al mismo tiempo estaba llena de miedo y pesimismo. Todos saben lo que les pasa a quien escoge la puerta equivocada. Así que tras todo aquel tiempo allí sentada (¿semanas? ¿meses? ¿toda una vida?) no había llegado a ninguna conclusión; una conclusión es el punto en que uno se cansa de pensar, y ella seguía pensando casi cada segundo del día sobre el enigma que tenía ante ella. Tres puertas, las tres iguales: enormes, pesadas, negras. Y nada más, ni una pista, ni una adivinanza, ni un guardián del más allá preguntándote sobre el enigma del acero. Nada. ¿Cómo escoger la puerta buena, si existe, si no se diferencia de las demás? ¿Cómo escoger el mal menor, si no existe la puerta buena, si no se ve su alcance? ¿Y por qué tres? Sobre eso había pensado también mucho. Tres es un bonito número: el cielo, la tierra y el hombre, el trio calavera, el bueno, el feo y el malo, falange, falangina y falangeta... la santísima trinidad. Pero no le daba ninguna pista. Le daba la sensación de que el número no era realmente importante, sólo la Elección.

Así que tras tanto reflexionar, ya cansada de las condiciones forzadas de su elección, eligió dejar de hacerlo. Cerró los ojos unos segundos, disfrutando de la sensación de libertad que acababa de conseguir aunque no sabía cuánto tiempo le duraría (¿qué importaba?). Sólo estaba ella, el viento en su cara, el olor del otoño; y los pensamientos flotaban en su mente y pasaban delante de sus ojos cerrados como en una pantalla de cine, sin permanecer más que segundos ante ella antes de cambiar a la siguiente imagen. Al cabo de un rato, ya no hubieron mas imágenes, y fue entonces cuando apareció la cuarta puerta, igual al resto pero a la vez tan diferente. La cruzó, de la misma manera que caería una manzana al suelo tras soltarla. Sin más.

Al abrir los ojos, ya no habían tres puertas. Habían billones de caminos con trillones de bifurcaciones y ramificaciones. Y al final de cada una, había una puerta, cada una diferente al resto. Tras un breve vistazo sonrió y echo a andar sin dar importancia a qué puerta se dirigía. Al fin y al cabo ¿qué más daba? Habían muchos caminos por recorrer, muchas puertas por cruzar. Y tenía la intención de vivirlo sin dudas y con una sonrisa.

3 comentarios

Saf -

Eso se llama hacer un "triple giro entero con lupping frontal y 3/4 de pirueta con caída en spash" ....¡manera más lista de retorcer los argumentos! Ja, ja, ja....

Siempre, SIEMPRE hay que elegir. Y hay que tener valor para hacerlo.

Saf ;-))

(Muy estimulante, como siempre...)

bokuden -

Una lección, y una elección. O infinitas :) Besitos

Marta -

Adorable final. De todo se puede sacar una "lección", y así vivir, sin importar arriesgar.

Besos!