De personas y cubos
"... y entonces el alumno dijo a su maestro 'maestro, ya me has enseñado todo lo que me puedes enseñar, que ha sido mucho; ahora ya puedo decir que soy como tu un sabio y no hay nada en este mundo que ya no sepa, pues he alcanzado la iluminación. Partiré a enseñar a todos la verdad.'. Al oir esto, el maestro sonrió. 'De acuerdo- dijo- , ahora partirás y verás mundo, y enseñarás lo que consideres oportuno enseñar. Pero antes déjame que te pida un favor.'
Y el alumno aceptó. ¿Qué otra cosa podría hacer? Le debía mucho a su maestro, que lo había acogido como a un hijo desde pequeño. Ayudaría por compasión a ese pobre hombre anciano y luego se iria, sin apegos. 'Bien, hijo, sabía que no me defraudarías. Verás, en primer lugar necesito que me traigas un cubo'. Algo extrañado por la petición, el alumno obedeció. '¿Y ahora, maestro?'. 'Ahora me gustaría que llenaras ese cubo de piedras del tamaño de un puño mas o menos' Y así lo hizo. 'Estupendo. ¿Podrías meter más piedras en ese cubo?' 'No, maestro, está lleno'. Y el anciano cogió del suelo piedras más pequeñas y las fué metiendo en el cubo, aprovechando los huecos inevitables dejados por las piedras más grandes. Miró a su extrañado alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí, maestro, ciertamente ahora sí está lleno'. Y el maestro cogió del suelo arena y la dejo caer lentamente sobre el cubo, y la arena fué colandose entre los huecos minúsculos que aún quedaban. Cuando hubo acabado, preguntó de nuevo a su alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí maestro, sin duda ahora sí está lleno. Nada más podría caber en él'. Y el anciano cogió un jarro de agua, y lentamente lo echo sobre el cubo, mirando fijamente a su alumno mientras el agua se colaba por cada uno de los resquicios que la arena había dejado, invisibles, sonriendo mientras lentamente abría la boca para pronunciar las palabras que más enseñarían jamás a su alumno.
'¿Y nosotros? ¿Estamos llenos?' "
*-*-*
Colgados de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases, testigos mudos de una larga tradición que desembocaba en cada uno de los practicantes que allí acudían. Uno no podía evitar sentir algo de orgullo, felicidad y admiración al recordar cada una de sus historias, al recordar cada uno de sus nombres. Al saber que aún sin ser conocidos por casi nadie, sin duda habían hecho más por su entorno que los supuestos grandes personajes que nos venden los medios. Y han pasado a la historia de boca en boca, de leyenda en leyenda, de practicante a practicante, de corazón a corazón. Así debía ser.
Frente a sus imágenes los practicantes meditaban en seiza los últimos minutos de la clase, justo antes de finalizar, justo después de haber hecho un tributo desinteresado en forma de sudor a la tradición que representaban, a los maestros que les observaban desde los retratos. Y luego, junto al profesor, hablaban sobre un tema o escuchaban una historia o leyenda. Cómo no, casi siempre las mejores historias eran las sacadas de la vida misma. Y cada uno de los practicantes contaban una historia, aunque no la tuvieran. Y cada uno de los practicantes tenía su historia, aunque no la contaran.
F. era uno de esos practicantes que no contaban su historia, aunque no era necesario. Cada uno de los demás practicantes la conocía. Iba a practicar siempre que podía y ponía toda su alma en cada práctica. Y eso, aunque admirable, no sería nada raro de no ser por un pequeño detalle. F. vivía en el filo de la navaja, entre la vida y la muerte. F. vivía desde hacía cosa de un año en ese doloroso combate a muerte que muchos llaman cáncer.
¿Para qué contar cómo murió? Mejor contar cómo vivió, recordarlo siempre tal como fue hasta el último momento. Recordarlo bebiendo y comiendo exageradamente en las excursiones. Recordarlo hablando con tranquilidad sobre los diagnósticos y tratamientos, sobre sus expectativas y posibilidades, como quien habla de ir a buscar castañas. Recordarlo practicando vaya usted a saber con que fuerzas tras la quimio y la radio. Practicando simplemente "porque me ayuda, hace que me sienta vivo". Recordarlo riéndose de su situación, diciendo que no hay mal que por bien no venga "así adelgazaré un poco"; haciendo que los demás entraran en tu juego, minimizando el problema, sacándole hierro "tu y yo no somos tan diferentes, F. Los dos sabemos que podemos morir en cualquier momento y eso hace que disfrutemos más de cada momento, sólo que tu lo tienes más presente".
Decía Don Juan Matus que un guerrero no se abandona nunca a nada, ni siquiera a su propia muerte. F. jamás lo hizo, luchó hasta el último momento sin desesperación, sin caer en el lamento fácil, sin hacer sufrir a los que le rodeaban más de lo necesario. Consiguió, más consciente de su brevedad que la mayoría de la gente, llenar de vida su vida, y las de sus allegados. Ante la imposibilidad de aplazar lo inevitable consiguió hacer de cada minuto El minuto. Y llegado el momento de partir, partió. Sin más.
Colgadas de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases. Colgadas en un corcho en el vestíbulo, las fotos de alguna excursión a la montaña de los alumnos. Gracias, F., por recordarme qué es un maestro.
Y el alumno aceptó. ¿Qué otra cosa podría hacer? Le debía mucho a su maestro, que lo había acogido como a un hijo desde pequeño. Ayudaría por compasión a ese pobre hombre anciano y luego se iria, sin apegos. 'Bien, hijo, sabía que no me defraudarías. Verás, en primer lugar necesito que me traigas un cubo'. Algo extrañado por la petición, el alumno obedeció. '¿Y ahora, maestro?'. 'Ahora me gustaría que llenaras ese cubo de piedras del tamaño de un puño mas o menos' Y así lo hizo. 'Estupendo. ¿Podrías meter más piedras en ese cubo?' 'No, maestro, está lleno'. Y el anciano cogió del suelo piedras más pequeñas y las fué metiendo en el cubo, aprovechando los huecos inevitables dejados por las piedras más grandes. Miró a su extrañado alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí, maestro, ciertamente ahora sí está lleno'. Y el maestro cogió del suelo arena y la dejo caer lentamente sobre el cubo, y la arena fué colandose entre los huecos minúsculos que aún quedaban. Cuando hubo acabado, preguntó de nuevo a su alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí maestro, sin duda ahora sí está lleno. Nada más podría caber en él'. Y el anciano cogió un jarro de agua, y lentamente lo echo sobre el cubo, mirando fijamente a su alumno mientras el agua se colaba por cada uno de los resquicios que la arena había dejado, invisibles, sonriendo mientras lentamente abría la boca para pronunciar las palabras que más enseñarían jamás a su alumno.
'¿Y nosotros? ¿Estamos llenos?' "
*-*-*
Colgados de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases, testigos mudos de una larga tradición que desembocaba en cada uno de los practicantes que allí acudían. Uno no podía evitar sentir algo de orgullo, felicidad y admiración al recordar cada una de sus historias, al recordar cada uno de sus nombres. Al saber que aún sin ser conocidos por casi nadie, sin duda habían hecho más por su entorno que los supuestos grandes personajes que nos venden los medios. Y han pasado a la historia de boca en boca, de leyenda en leyenda, de practicante a practicante, de corazón a corazón. Así debía ser.
Frente a sus imágenes los practicantes meditaban en seiza los últimos minutos de la clase, justo antes de finalizar, justo después de haber hecho un tributo desinteresado en forma de sudor a la tradición que representaban, a los maestros que les observaban desde los retratos. Y luego, junto al profesor, hablaban sobre un tema o escuchaban una historia o leyenda. Cómo no, casi siempre las mejores historias eran las sacadas de la vida misma. Y cada uno de los practicantes contaban una historia, aunque no la tuvieran. Y cada uno de los practicantes tenía su historia, aunque no la contaran.
F. era uno de esos practicantes que no contaban su historia, aunque no era necesario. Cada uno de los demás practicantes la conocía. Iba a practicar siempre que podía y ponía toda su alma en cada práctica. Y eso, aunque admirable, no sería nada raro de no ser por un pequeño detalle. F. vivía en el filo de la navaja, entre la vida y la muerte. F. vivía desde hacía cosa de un año en ese doloroso combate a muerte que muchos llaman cáncer.
¿Para qué contar cómo murió? Mejor contar cómo vivió, recordarlo siempre tal como fue hasta el último momento. Recordarlo bebiendo y comiendo exageradamente en las excursiones. Recordarlo hablando con tranquilidad sobre los diagnósticos y tratamientos, sobre sus expectativas y posibilidades, como quien habla de ir a buscar castañas. Recordarlo practicando vaya usted a saber con que fuerzas tras la quimio y la radio. Practicando simplemente "porque me ayuda, hace que me sienta vivo". Recordarlo riéndose de su situación, diciendo que no hay mal que por bien no venga "así adelgazaré un poco"; haciendo que los demás entraran en tu juego, minimizando el problema, sacándole hierro "tu y yo no somos tan diferentes, F. Los dos sabemos que podemos morir en cualquier momento y eso hace que disfrutemos más de cada momento, sólo que tu lo tienes más presente".
Decía Don Juan Matus que un guerrero no se abandona nunca a nada, ni siquiera a su propia muerte. F. jamás lo hizo, luchó hasta el último momento sin desesperación, sin caer en el lamento fácil, sin hacer sufrir a los que le rodeaban más de lo necesario. Consiguió, más consciente de su brevedad que la mayoría de la gente, llenar de vida su vida, y las de sus allegados. Ante la imposibilidad de aplazar lo inevitable consiguió hacer de cada minuto El minuto. Y llegado el momento de partir, partió. Sin más.
Colgadas de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases. Colgadas en un corcho en el vestíbulo, las fotos de alguna excursión a la montaña de los alumnos. Gracias, F., por recordarme qué es un maestro.
8 comentarios
bokuden -
Lian: Oh, gracias Lian. Y felicidades por tu blogoaniversario.
Lian:
Lian -
me encantan.
Besitos
Matraz -
Matraz -
Golfo -
2.yo creo no le hace falta pretender, lo es.
hasta la proxima
bokuden -
¿De donde las saco? El principio es una historia de la tradición zen, ligeramente modificada a mi gusto... lo cual puede resultar a veces bastante malo.
La segunda parte, por desgracia, de la vida misma. Pretendía ser un homenaje a un compañero.
Golfo otra vez -
Golfo -