Blogia

Bokuden

Mejora tu tren de vida

El tren es un lugar fascinante donde uno puede aprender y divertirse mucho si observa y escucha un poco. Hoy, sin ir más lejos, una prueba de ello camino a Barcelona.

Resulta que una pareja sentada a mi lado iba leyendo sendos libros mientras yo leía el archifamoso "Los pilares de la tierra" de Ken Follet (que no tenía ganas de leer por comercial, pero un regalo es un regalo; no está nada mal), un libro que podría haberse usado como arbotante de la catedral de la que trata, dado su tamaño. Al cabo de un rato, el chico cierra el libro que leía, del que no he podido ver el título. La chica le mira y le pregunta que qué le pasa. Él contesta que no le gusta el libro. Ella le pregunta, sorprendida y en cierto modo ofendida, sobre como puede saberlo habiendo leído tan poco rato, a lo que él contesta que es su manera de proceder. Siempre lee las primeras 25 páginas y a partir de ahí decide. Si no le ha enganchado o interesado, lo manda al olvido (esas no fueron las palabras usadas, desde luego). La chica parece molesta y así se lo hace saber con una conmovedora disertación sobre los clásicos, sobre cómo introducen lentamente la escena para luego, una vez todo está en orden, llenarnos de placeres ilimitados; expresa también su profunda convicción de que merece la pena aburrirse cien páginas (¡cuánto más 25!) para posteriormente gozar cuatrocientas. Intuyo de todo ello que el libro en cuestión había sido un regalo personal de ella, y que ella lo había disfrutado mucho anteriormente.

Llegados a este punto, damas y caballeros, el vagón ya se ha convertido en una tertulia sobre railes donde casi todo el mundo despierto opina con sus compañeros de asiento sobre el tema. Discretamente, por supuesto, pero todo es observar y escuchar. A todo esto, el chico ni se inmuta. La mira fijamente y le suelta algo que merece la pena reproducir sin censura ni ná:

-Mira, ¿cómo te lo explico? Por ejemplo, una mamada. Si me hacen una mamada y los primeros minutos me van rozando con los dientes y mordisqueando dolorosamente el frenillo para posteriormente darme muchísimo placer, no me compensa. Prefiero que me hagan una que empiece bien, prosiga bien y acabe bien. Así que llámame raro si quieres, ya se que hay gente que le gusta que le muerdan y le hagan daño, pero a mi no.

Albricias y jolgorios. Se le ve en los ojos, la chica no sabe si reirse o bien ostiarlo. Opta por lo primero mientras pregunta a un amigo de ambos que estaba en frente, que no había intervenido hasta ahora, sobre su opinión. Cuánto llevais saliendo, pregunta el amigo a esto. Dos años, dicen los dos a la vez.

- Entonces opino que más vale que se la chupes bien, o que aprendas rápido. Porque eso son 24, 24 meses. -dice el chico a carcajadas, y no tengo más remedio, junto con gran parte del vagón, que descojonarme.

Pecata minuta

Salió de la biblioteca cargado con dos nuevas adquisiciones temporales y silbando con alegría, ajeno al tiempo que ya no tenía importancia alguna. Puesto que apenas hay mejores soluciones que unas buenas vacaciones, y en este momento las estaba disfrutando como le gustaba: haciendo lo que le venía en gana, improvisando sin más, dejándose llevar por el fluir de los acontecimientos. Que no solían ser muchos, la verdad, pero ¿qué más daba? Empezaba a tener más pelo y todo. Gran tónico capilar, el tiempo libre y la ausencia de estrés; mézclese a partes iguales según arte, bla bla bla.

- Joputa! Casilepillaselpieaminiñoooooo!!!! ¿No miras por donde vas, cabronazooo?

Lamentable. Siempre tiene que haber algún gilipollas. Un "caballero" montado en su Audi 6 de muchos, muchos caballos continuó su marcha de la calzada a la acera sin frenar siquiera y, por supuesto, sin mirar a esos insignificantes transeuntes (pa' qué) mientras entraba a un aparcamiento de zona azul. En este caso, los afectados fueron un niño y su madre, que tuvo que tirar del brazo del niño para evitar que tuviera que usar un dossier en lugar de zapato. Ante los improperios de la madre, el caballerete A6 continuó su marcha y sólo cuando salió a poner monedas en el parquímetro se dignó a mirar a la afectada, quitarse las gafas de sol con elegancia y enseñarle lo bonito que era el dedo de más al medio de su mano izquierda. Un auténtico caballero, si señor.

La gente lo increpó, la madre blasfemó de tal forma que sonrojaría a un corsario borracho, nuestro amigo vacacional no dijo nada pero miró con cara de cables cruzados, molesto por el hecho de que alguien enturbiara su paz. Y el del A6 se fué sin más, como si la cosa no fuera con él. Los amables conciudadanos preguntaron que tal estaba a la mujer, discutieron un rato lo mal que está el mundo, la pérdida de valores, etc.

- Tranquila moza, a esta gente la vida les da lo que se les merece. Y más tarde o más temprano, castigo vendrá para el patán. -dijo un simpático abuelete.

"¿Por qué no ayudar un poquito al destino?" - se dijo para sí el chico de vacaciones.

En realidad no reflexionó demasiado. Se dirigió, una vez disuelto el tumulto, hacia el coche en cuestión. Con total naturalidad saco las llaves de casa. Con total naturalidad se acerco por el lado del acompañante. Con pasmosa naturalidad apoyó un par de llaves contra la chapa de la puerta. Y con cierta gracia en el paso, comenzó a dar la vuelta al coche, deteniéndose en la puerta del conductor un poco más. Chequeo de los alrededores; nadie parece haberlo visto. Perfecto. Un par de pasos hacia atras y contemplación de la obra de arte. Magnifique. Vuelta a casa.

"Lo de la Z en la puerta del conductor ha sido demasiado teatrero"- pensó mientras hojeaba uno de los libros un chico recién salido de la biblioteca con cada vez más pelo. "Pero joder, que bien me ha sentado".

Bautismo de fuego

Bautismo de fuego

Por fin, la quinta entrega.

"Por los campos calcinados, bautismos de fuego.

Entonces le dijo la profetisa al brujo: "Este consejo te doy: ponte botas de yerro, toma en la mano un bastón de yerro. Ve con tus botas de yerro hasta el fin del mundo y por el camino agita el bastón y riega todo con lágrimas. Ve a través de la agua y el fuego, no te detengas ni mires a tu alredor. Y cuando las almadreñas se te desgasten, cuando el bastón de yerro se deshaga, cuando el viento y el calor te sequen los ojos de tal forma que de ellos ni una lágrima acierte a escapar, entonces, en el fin del mundo, hallarás lo que buscas y lo que amas. Pudiera ser”.

Y el brujo cruzó la agua y el fuego, sin mirar a su alrededor. Pero no se puso botas de yerro ni tomó bastón. Sólo llevó su espada de brujo. No escuchó las palabras de la profetisa. Y bien que hizo, porque era una mala profetisa.

Flourens Delannoy, Cuentos y leyendas."

Más aquí."

Escribir. Ver la hoja en blanco en la hora más oscura de la noche y sentir un impulso irrefrenable de llenarla de sensaciones, de pulsos a la mañana, de ganas de plasmar en absoluto atenuadas por el exceso de alcohol sino más bien al contrario, acentuadas por una imparable obligación de decir (nada) sin decir( nada de nada de nada), para variar, pero eso sí, con muchas, muchísimas palabras. Llenar las dos de la mañana de pareceres angostos, de metáforas no conseguidas, de hipérboles demasiado hiperbólicas, casi parabólicas (para bolicas las mías, ya ves tú que gracia la inspiración del lambrusco) , como temiendo acabar de enlazar una palabra con otra, imponiendo un ritmo trepidante al escrito por miedo de la más mínima pausa en la que...

Continuar. Sentir que la pluma es aguja y el papel tejido y coser, coser por coser, introduciendo de tanto en tanto un defecto intencionado –como en las alfombras persas- y cincuenta no intencionados, pero sin mirar atrás, sin prisa pero sin pausa. Fluir en zig-zag por el espacio restante condensando en palabras todo (nada) lo que me sugiere el momento (cero, nothing). Aprovechar que la noche es lluviosa y acompaña, que estoy en un estado de duermevela entre la razón y el sueño, que puedo a l a r g a r de esta forma las ideas según convenga, aunque desgraciadamente no tenga ninguna. Claudicar y releer lo escrito. Ceder cada vez más espacio a la parada estéril al darme cuenta de que el punto y aparte ha sido demasiada pausa para tan poco ritmo, Agotar poco a poco la tinta a ciegas, a sabiendas de que cuando se me acabe, al igual que se acabo la cena con los amigotes y la bebida, aún quedará tu falta y tu recuerdo en el espacio en blanco y fuera de él. Y no habrá nada con que cubrirlo.

Mal menor

Primero dijeron que ojalá la elección de Madrid como sede olímpica no se produjera. Lo típico, se dijo, la típica rivalidad incomprensible y trivial entre algunos catalanes y algunos madrileños. El miércoles, cuando eligieron a Londres, las risitas de algunos de sus compañeros de trabajo eran inevitables. Qué tontería, se dijo, aunque personalmente le daba igual donde se produjera ese cada vez menos deportivo y más lucrativo acontecimiento, hay gente que le pone ilusión y además supondría ciertas mejoras y beneficios para otra parte del pais. En fin, la explicación era la misma.

Pero hoy, cuando escuchó lo afortunados que éramos, la suerte que teníamos de que no tocara Madrid como sede, que si no los atentados habrían sido allí y no en Londres y, claro, allí algunos tienen familia, no tuvo más remedio que soltar un sonoro y tremendísimo eructo que los calló de una forma muy eficiente. Y es que era eso o escupirles a la cara uno por uno mientras les soltaba lo que pensaba de la suerte y del mal ajeno en este tipo de acontecimientos; pero claro, de aquella manera iban a decir por ahí que si era malo, que si era agresivo, que si hijo de la gran puta y mal compañero... en fin, todo lo que se acostumbra decir de los farmacéuticos. Mientras que de esa forma, eligiendo el mal menor del mismo modo que sus compañeros, sólo le llamaron cerdo. Curiosamente, lo mismo que pensaría a partir de ahora respecto a ellos.

Todos los hombres mueren. Pero...

EL MUERTO

Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.

Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos
será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
por el curvo volar de gorriones,
por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
que a mi madre llevara las flores;
yo querría poner primavera en sus manos.)

¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.

Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.


Siempre grande, José Hierro

"...pero joder, ¿cómo decirlo? Hay gente que pasa por la vida sin pena ni gloria, casi como si pensaran que es un castigo vivirla, y otros prefieren quitársela, desperdiciarla, autodestruirse poco a poco, autotorturarse, mutilar sus segundos... parecen masocas. Yo, personalmente, no acabo de entenderlo. Para mí la vida siempre ha sido un regalo maravilloso, un don proveniente de algo que no alcanzo a comprender. Es... es como este flan. Yo no se lo he pedido a tu abuela, me lo ha puesto ahí sin pedirme opinión ni permiso ni nada. A partir de ahí la elección es de cada uno. Yo pienso: no, no lo he pedido, ¡pero ostia! me encantan los flanes, así que ¿por qué no lo voy a disfrutar, ya que está aquí? Y me lo como. Sí, la vida es un flan. Ahí lo tienes, lo puedes endulzar, tirarlo a la basura, o cagar encima de él si quieres, eso no cambia nada; puedes usarlo para matar moscas, pero todo el mundo sabe, en esencia, para qué sirve un flan. Te lo puedes comer de golpe, atragantándote, o disfrutar de él pedacito a pedacito, como yo hago ahora. Te pueden servir flanes más o menos grandes, más o menos sabrosos, pero siempre has de recordar que han sido un regalo y que antes no tenías nada. Y si te lo sirven con pelos o suciedad por encima, siempre puedes desprender la parte más externa con una cuchara. Lo de dentro, esta igual de bueno."

El sutra del flan, pronunciado por mi padre en una comida de lo más filosófica. Dicho esto, se relamió, eructó y casi inmediatamente se quedo dormido viendo una del oeste mientras mi primo y yo nos descojonabamos, claro.

San Juan

Dícese de la noche en la que mis amigos/as suelen tirar petardos, fumar petardos y tirarse a algún/a petardo/a.

Papeles

- Joder, estan buenísimos los peones negros -dijo mi primo mientras saboreaba su pequeño trofeo.

Un peón de chocolate negro. El otro día vi un ajedrez con piezas de chocolate en la pastelería y no pude resistirme. A falta de una chica que quisiera jugar (o supiera jugar) un strip-ajedrez conmigo, pensé en mi primo, que es más bien malo jugando pero lo compensa con todo su salero y su gusto por el chocolate. Pero sin strip, claro. Parece que el chocolate le estaba motivando. Lo estaba haciendo especialmente bien, y eso que había puesto la tele, como siempre, para despistarme/se. Sería porque las piezas se comían literalmente.

- Pues deben estarlo, pero me gustan más los blancos. De todas formas cuando te gane me los comeré todos.

- Cuando hay chocolate en juego no pierdo. ¿Has visto eso que estan dando en la tele?

- ¿La manifestación por los papeles de Salamanca? Sí, el rollo de siempre. Cuando al tonto le da por algo, o se acaba el algo o se muere el tonto. Salomón los quemaría o algo así. Los papeles, digo. Así, ni unos tontos ni otros.

- La verdad, yo también lo veo una tontería. Te parecerá una gilipollez lo que voy a decir, Javi, pero estando en la era en la que estamos, yo haría fotocopias, o un CD, o un DVD interactivo, alguna cosa de esas y los repartiría. Y todos contentos. ¿Hoy no es tu día eh? Uhmmm... el álfil esta relleno de licor. Muy apropiado para la representación de la iglesia.

Y no me pareció ninguna tontería. Lo de las copias, digo. Sonreí.

- Me parece que llegarías a ser un político justo, es decir, un mal político, primo. ¿Sabes lo que es una celada? lo tienes en el tablero. Te ofrezco una pieza en sacrificio para desviar tu atención y a cambio te la meto hasta el fondo por otra parte. Lo mismo pasa en la vida. Vivimos en el mundo de las celadas. Jaque Mate.

Me miró, mitad asombro y mitad admiración por su primo mayor, mientras yo me comía a su rey pensando en lo pedante que podía llegar a ser y riéndome de mi mismo sabiendo que tenía muchas cosas que cambiar. Después de un rato de silenció, me preguntó.

- Qué cabrón. ¿A qué sabe la victoria, primo?

- Pues ve comiendo y lo sabrás. Sabe a chocolate blanco relleno de almendras. Sin duda, es un sabor mucho mejor que el de un puñado de papeles.

Me enamoré de él sólo verlo. Tal vez fueron sus ojazos azules o tal vez su actitud, su aire de rebeldía, siempre cerca pero lejos del resto. Así que cuando me ofrecieron elegir uno, no pude rechazarlo e inmediatamente lo escogí a él. Fue tímido al principio, se pasaba todo el día jugando al escondite con nosotros y sólo se dejaba ver para comer y beber agua. Así que tuve que hacer acopio de ingenio y conseguir que se acercara y tuviera más confianza, al menos en mi, de la manera que mejor se me da: jugando. Y con un colchón viejo, un plumero y algo de paciencia, conseguí arrancarle sus primeros jugueteos y su primer maullido, flojito como fueron siempre sus maullidos. Sonó casi, casi a "papá".

-Te llamaré Rosi.

Porque siempre he sido un hortera para los nombres. Porque era más facil y rapido que "Excalibur". Y porque no era muy observador en aquel entonces y no me había dado cuenta de lo que le colgaba, que no eran adornos precisamente. Pero cuando nos quisimos dar cuenta, el gato sólo respondía por Rosi, así que inventé un plan B, como siempre que la cago. Casualmente, en un libro vi a un antiguo futbolista Italiano que se llamaba Paolo Rosi. Y ya tenía un gato con nombre y apellido.

El Sr. Rosi era un gato inteligentísimo, muy especial. Podría contar miles de historias sobre él y todo lo que aprendimos el uno del otro, lo que nos divertimos jugando, cómo detectaba a la gente triste y la hacía sonreir con sólo saltar a su regazo, mirarla fijamente a los ojos y balbucear algo entre maullido y ronroneo, hablando en gatuno; cómo manteníamos conversaciones de esa forma o sólo con miradas mientras yo estudiaba; cómo se quedaba mirando el vacio, hacia un punto lejano como si hubiera alguien ahí, y como rato después de esa parte procedía algún ruido extraño... Pero hoy me ha venido a la cabeza otra bien distinta.

Rosi y yo debíamos estar vinculados, no se me ocurre otra explicación al hecho de que yo me despertara a las tres de la mañana en lo más profundo de mi sueño aquella apacible noche veraniega. Había escuchado un ruido en mi ventana e instintivamente, en un estado de semi ensoñación, me levante y salí a la calle con la primera arma que encontre en las manos. Una escoba. Y aún recuerdo a mi gato plantando cara a dos galgos por toda la calle, corriendo, esquivando y saltando, arañando a destajo desde hacía quién sabe cuánto rato. Y después, la visión de tunel, el correr preso de no se qué sentimiento, patear a un animal para salvar a otro -es más, DESEAR matar a un animal, aunque sea para salvar a otro-, golpear al otro con la escoba y gritar como lo que era en ese instante, un depredador mientras aquellos perros cazadores (¿qué coño hacían dos galgos sueltos cazando a un gato?) huían del cazador que les había cazado aquella noche. No me sentía nada orgulloso de ello -dudo que alguien se sienta de veras orgulloso de sus acciones "cuando empieza el baile"-, especialmente por el primer perro, al que la patada que le había dado probablemente le habría causado graves daños. Pero para Rosi, que me miraba con ojillos aterrados desde el suelo, con sangre en el vientre y en la boca, esa noche seguramente me había convertido en su héroe. Qué tonto. Un gatito casero resistiendo vete a saber cuánto tiempo frente a dos animales el doble de rapidos que él en carrera y que pesaban el triple, acabando con sólo un diente roto y algunos rasguños en la panza. Él si que era mi héroe.

Algunos días después, Rosi estaba recuperado físicamente. Pero su actitud había cambiado. Se había convertido en un gato más salvaje, con más ganas de salir y poco tiempo para mimos. Eso me ha hecho pensar siempre que lo sabía, lo sabía todo de alguna manera. Vivía la vida al máximo al parecer, y se escapaba de casa a la menor ocasión. Y al cabo de dos semanas de aquella noche, en una de sus escapadas cuando mi abuela abría la puerta, un coche que iba en dirección contraria le golpeo de lleno en el costado mientras cruzaba corriendo la calle.

Cuando llegué a casa del gimnasio, mi abuela me explico lo sucedido. El conductor había parado para interesarse por el animal, pero el gato había entrado de nuevo corriendo a casa tan rapido como había salido, así que mi abuela le dijo que no pasaba nada. Entró para buscarlo y vio que se había escondido debajo de su cama, muerto de miedo, así que había optado por dejarlo en paz hasta que se calmara. Pero cuando miré debajo de la cama, no estaba allí. Fue facil seguir el rastro de sangre hasta su cajón de arena.

- Es difícil escapar del destino -dijo mi abuela.

- No, es difícil escapar de un coche en contra dirección y con exceso de velocidad -dijo más tarde mi padre.

Pero yo no dije nada y me limité a llorar suavemente, porque ese sentimiento, esa casi certeza de fatalidad presente en nuestra vida me ponía enfermo, y la impotencia de ver que nada de lo que uno haga lo puede cambiar me daba ganas de vomitar, y el no haber podido despedirme de Rosi me daba más ganas de vomitar aún. Pero no lo hice; imaginar -casi ver- a mi gato echando sangre por la boca, consciente de estar reventado por dentro, levantarse del suelo debajo de la cama de mi abuela lentamente, andar dando tumbos hasta la arena, excavar un poco y luego tumbarse, acomodarse en posición fetal, consciente de su final, casi por no molestar... me daba una extraña sensación de paz. Al verlo allí tumbado, con los ojos cerrados como si durmiera, entendí más que nunca que cada uno de sus actos había sido su manera de dar las gracias. Cada uno de sus actos, había sido su forma de decir adiós.

¿Somos diferentes acaso al morir, los humanos? Y lo que es más importante ¿Somos diferentes al vivir?

Me enamoré de él sólo verlo. Tal vez fueron sus ojazos azules o tal vez su actitud, su aire de rebeldía, siempre cerca pero lejos del resto. Así que cuando me ofrecieron elegir uno, no pude rechazarlo e inmediatamente lo escogí a él. Fue tímido al principio, se pasaba todo el día jugando al escondite con nosotros y sólo se dejaba ver para comer y beber agua. Así que tuve que hacer acopio de ingenio y conseguir que se acercara y tuviera más confianza, al menos en mi, de la manera que mejor se me da: jugando. Y con un colchón viejo, un plumero y algo de paciencia, conseguí arrancarle sus primeros jugueteos y su primer maullido, flojito como fueron siempre sus maullidos. Sonó casi, casi a "papá".

-Te llamaré Rosi.

Porque siempre he sido un hortera para los nombres. Porque era más facil y rapido que "Excalibur". Y porque no era muy observador en aquel entonces y no me había dado cuenta de lo que le colgaba, que no eran adornos precisamente. Pero cuando nos quisimos dar cuenta, el gato sólo respondía por Rosi, así que inventé un plan B, como siempre que la cago. Casualmente, en un libro vi a un antiguo futbolista Italiano que se llamaba Paolo Rosi. Y ya tenía un gato con nombre y apellido.

El Sr. Rosi era un gato inteligentísimo, muy especial. Podría contar miles de historias sobre él y todo lo que aprendimos el uno del otro, lo que nos divertimos jugando, cómo detectaba a la gente triste y la hacía sonreir con sólo saltar a su regazo, mirarla fijamente a los ojos y balbucear algo entre maullido y ronroneo, hablando en gatuno; cómo manteníamos conversaciones de esa forma o sólo con miradas mientras yo estudiaba; cómo se quedaba mirando el vacio, hacia un punto lejano como si hubiera alguien ahí, y como rato después de esa parte procedía algún ruido extraño... Pero hoy me ha venido a la cabeza otra bien distinta.

Rosi y yo debíamos estar vinculados, no se me ocurre otra explicación al hecho de que yo me despertara a las tres de la mañana en lo más profundo de mi sueño aquella apacible noche veraniega. Había escuchado un ruido en mi ventana e instintivamente, en un estado de semi ensoñación, me levante y salí a la calle con la primera arma que encontre en las manos. Una escoba. Y aún recuerdo a mi gato plantando cara a dos galgos por toda la calle, corriendo, esquivando y saltando, arañando a destajo desde hacía quién sabe cuánto rato. Y después, la visión de tunel, el correr preso de no se qué sentimiento, patear a un animal para salvar a otro -es más, DESEAR matar a un animal, aunque sea para salvar a otro-, golpear al otro con la escoba y gritar como lo que era en ese instante, un depredador mientras aquellos perros cazadores (¿qué coño hacían dos galgos sueltos cazando a un gato?) huían del cazador que les había cazado aquella noche. No me sentía nada orgulloso de ello -dudo que alguien se sienta de veras orgulloso de sus acciones "cuando empieza el baile"-, especialmente por el primer perro, al que la patada que le había dado probablemente le habría causado graves daños. Pero para Rosi, que me miraba con ojillos aterrados desde el suelo, con sangre en el vientre y en la boca, esa noche seguramente me había convertido en su héroe. Qué tonto. Un gatito casero resistiendo vete a saber cuánto tiempo frente a dos animales el doble de rapidos que él en carrera y que pesaban el triple, acabando con sólo un diente roto y algunos rasguños en la panza. Él si que era mi héroe.

Algunos días después, Rosi estaba recuperado físicamente. Pero su actitud había cambiado. Se había convertido en un gato más salvaje, con más ganas de salir y poco tiempo para mimos. Eso me ha hecho pensar siempre que lo sabía, lo sabía todo de alguna manera. Vivía la vida al máximo al parecer, y se escapaba de casa a la menor ocasión. Y al cabo de dos semanas de aquella noche, en una de sus escapadas cuando mi abuela abría la puerta, un coche que iba en dirección contraria le golpeo de lleno en el costado mientras cruzaba corriendo la calle.

Cuando llegué a casa del gimnasio, mi abuela me explico lo sucedido. El conductor había parado para interesarse por el animal, pero el gato había entrado de nuevo corriendo a casa tan rapido como había salido, así que mi abuela le dijo que no pasaba nada. Entró para buscarlo y vio que se había escondido debajo de su cama, muerto de miedo, así que había optado por dejarlo en paz hasta que se calmara. Pero cuando miré debajo de la cama, no estaba allí. Fue facil seguir el rastro de sangre hasta su cajón de arena.

- Es difícil escapar del destino -dijo mi abuela.

- No, es difícil escapar de un coche en contra dirección y con exceso de velocidad -dijo mas tarde mi padre.

Pero yo no dije nada y me limité a llorar un rato, porque ese sentimiento, esa casi certeza de fatalidad presente en nuestra vida me ponía enfermo, y la impotencia de ver que nada de lo que uno haga lo puede cambiar me daba ganas de vomitar, y el no haber podido despedirme de Rosi me daba más ganas de vomitar aún. Pero no lo hice; imaginar -casi ver- a mi gato echando sangre por la boca, consciente de estar reventado por dentro, levantarse del suelo debajo de la cama de mi abuela lentamente, andar dando tumbos hasta la arena, excavar un poco y luego tumbarse, acomodarse en posición fetal, consciente de su final, casi por no molestar... me daba una extraña sensación de paz. Al verlo allí tumbado, con los ojos cerrados como si durmiera, entendí más que nunca que cada uno de sus actos había sido su manera de dar las gracias. Cada uno de sus actos, había sido su forma de decir adiós.

¿Somos diferentes acaso al morir, los humanos? Y lo que es más importante ¿Somos diferentes al vivir?

De buena mañana

¿Puede haber algo más maravilloso que ser el primer pensamiento de alguien al despertarse por la mañana, antes de bostezar y estirarse, antes incluso de tomar consciencia de ser, de estar despierto? Hoy, en lo primero que he pensado, como ya habras comprendido, es en ti.

Y no creo que sea un hecho que necesite de más palabras, ni de más adornos. Hoy, de buena mañana, me has adornado la vida.

Que no queremos ser tanto.
Queremos vivir en nuestra tierra
agrietada de manantiales cristalinos,
andar un poco más lejos que las fronteras
por la sublime añoranza del regreso.

Que no queremos ser tanto.
Queremos ser un poco de sol y un poco de noche,
queremos ser viento y calma,
tormenta, lluvia y olor de tierra mojada

Manolillo Chinato (En "Como los trileros", de Marea)

Aburrida de su antiguo amante, lo dejó. ¿Para qué seguir unidos si ya no sentía lo mismo, si cada día no era ya un chisporroteante cúmulo de sensaciones poderosas que la subían abajo y la bajaban arriba una, y otra, y otra vez? No, ella no era así. Era una chica única y especial, Siempre Diferente Al Resto De La Gente. Si el amor se convierte en costumbre, la costumbre para ella se convertía en prisión y letargo, aburrimiento emparedado y fines de semana clónicos, aunque divertidos. Pero de tan especial que era, siempre quería más, quería ilusión. Aún había mucho que vivir y era joven, qué le vamos a hacer. Tenía todo el mundo por delante y ni eso parecía mucho. Para nada. Firme sobre la línea de puntos, aquí tiene su finiquito. "Pero tu siempre serás mi mejor amigo". Claro.

Dos semanas después, se sentía sola. La vida era más rutinaria aún sin nadie con quien compartirla, definitivamente. Al principio había sido divertido hacer lo que le venía en gana, pero ahora... Ahora le faltaba algo, un no se qué. Pero no se trataba de él, de eso estaba casi segura. Se trataba del sentimiento, tal vez, de la ilusión que tampoco tenía con él. De la novedad. A rey muerto, rey puesto, pensó un buen día. Y así fue como nació Gabriel, su primer amante imaginario.

Lo que más le atrajo de Gabriel, desde el primer momento, fue su nombre. Gabriel, que bien sonaba. Sonaba digno, sonaba majestuoso, y hasta pegaba con el suyo. Fantaseaba todas las noches, con su nombre lleno de sensualidad y sobre cómo lo iba a pronunciar "Gabriel, cariño, pásame la mantequilla" "Gabriel, tesoro, ráscame mas arriba". Gabriel, Gabriel, a todas horas, y nunca Gaby. Por que Gabriel iba a ser un hombre Entero, como dios manda. Con un par.

Tras un par de semanas mirándolo a escondidas, por fin se decidió a dar el primer paso. Puso un anuncio en una revista en el que ofrecía para vender un mueble antiguo. Sabía que él iba a responder, ya que era una persona culta, sensible y apreciaría ese tipo de cosas. Dicho y hecho, tras un par de compradores pesados, allí estaba él, con su inconfundible acento indefinido. ¡Zas! Un par de inflexiones adecuadas, un par de giros de conversación y ya tenía cita con él. Y eso que su mueble más antiguo era del Ikea. El resto, aunque pudiera haber resultado facil, teniendo en cuenta que la historia se la estaba montando ella misma, no lo fue.

Primero ella se hizo la difícil, tardo ¡2 días! en acostarse con él. Claro, su fantasia se acabo imponiendo y le quito la ropa sin permiso. Tenía miedo de que se la volvieran a dar con queso, y prefirió que fuera una historia sin amor, eso simplificaría mucho las cosas. Cada nuevo día confirmaba que entre ellos sólo existía pasion, y ya les iba bien. Era ideal.. era una mujer autosuficiente, con un amante sin amor, que más podia querer? Quedaban de semana en semana, de esta manera podía fantasear y deleitarse mas con sus encuentros imaginados. Los días eran un oceano de felicidad, las noches un mar de alegría, y es que no había cualidad sustancial o insustancial que Gabriel no poseyera, era el non plus ultra de la marimorena. Muchos habrían echado en falta el amor en aquella relación, pero ella no. No había amor, aún no, pero ahi estaba latente, esperando a florecer poco a poco como en esas series japonesas donde lo mejor siempre llega al final en forma de beso casto y puro. Y justo cuando mejor estaban...

- Pues sí, Javi, el tío llevaba días sin llamarme y cuando por fin le llamo yo va el cabrón y me dice que necesitaba una relación menos etérea, algo que le proporcionara fuerzas para seguir adelante, una razón por la que existir. ¡Existir! como si él supiera lo que es eso. Así que va y me finiquita con ese rollo de siempre, de que seré tu mejor amigo y todo lo demás.

- Bueno, todo lo bueno se acaba. Por otra parte, creo que hacías buena pareja con tu ex, me refiero al real. ¿Has pensado...?

- ¿Volver con él? ni de coña. Además, el otro día me dijo que estaba saliendo con una chica, una con un nombre estúpido... ¿Cómo me dijo que se llamaba?

-Deja que lo adivine.

Se llamaba Gabriela, claro. Y no Gaby.

Sant Jordi

Teníamos 17 años, pero lo recuerdo como si hubiera sido esta misma mañana. Yo estaba sentado en un banco esperándote donde siempre y te veía venir a lo lejos, con tus rizos angelicales delatándote entre la multitud. El tiempo se estiraba como chicle cuando te acercabas con aquellos andares seguros, aquel mecer de caderas inimitable que siempre me hacía sonreir. Una vez llegaste, aún me quedé contemplándote unos segundos ensimismado y sólo te dije hola cuando tu me lo dijiste al mismo tiempo que apoyabas tu mano izquierda en tu cadera. Me levanté, te bese y comenzamos a caminar.

- ¿Te has fijado cuánta gente vendiendo rosas y libros? ¿Qué pasará hoy?

- No te hagas el tonto, sabes perfectamente que día es hoy. Otra cosa es que no me hayas comprado una rosa.

- Jaja! toma anda.

- ¿Y esto que es?

Eran unas semillas de rosal. Ante tu cara extrañada te dije que gracias a ellas y un poco de cuidados y cariño, podrías tener miles de rosas ante tus ojos sin tener que cortar jamás ninguna. ¿Qué mejor regalo te podía dar? pensé orgulloso. Tras un momento de reflexión, sonreiste y me besaste complacida. Acto seguido, te pusiste a rebuscar en el bolso.

-Yo también tengo un regalo para tí, un regalo especial como el tuyo. Te regalaré algo mejor que un libro, te voy a regalar algo con lo que los dos podremos leer los mejores libros del mundo. Toma -me dijiste con una sonrisilla que se fue tornando picarona mientras depositabas en mi mano el regalo, y yo miraba entre divertido y asombrado que se trataba de un boli. Un boli Bic.

¿Doble sentido o sinsentido?

La mayoría de las mujeres en mi vida se han comportado como mantis: después de lo bueno, su única preocupación era comerme la cabeza.

Estadística

Dicen algunas estadísticas que en el mundo hay tres mujeres por cada hombre. Hay otras que aseguran que el número llega incluso a siete por hombre, pero eso es irrelevante. El caso es ¿Dónde están las mías? Cada vez que me interesa una chica, tarde o temprano sale en la conversación alguna referencia a su pareja. "Vivo con mi novio" "Pues mi marido también es aficionado..." Y así hasta el aburrimiento. Hay que decir que algunas dicen esto después de haber pasado la noche contigo, eso sí, sin la menor intención de dejar en la estacada al cornudo en cuestión, que seguro que ya empieza a tener cara de casilla-seguro del parchís.

Es algo que no acabo de entender, porque si la estadística no se equivoca eso significa que hay muchas que viven engañadas por novios o maridos que tienen su propio harén secreto de voluptuosas vestales mientras que algunos pringadillos como yo nos comemos los mocos. Quién sabe, incluso puede que salga en alguna estadística como pequeño porcentaje, como ejemplo de capullez. ¿Me esperará alguien en algún lugar? La primavera, las hormonas, etc.

Pienso todo esto después de mi última tribulación, la dependienta del videoclub al que voy habitualmente, una gran amante de los videojuegos como yo de agradable conversación, pero con un pequeño detalle que nos condena al fracaso sentimental. "Estoooo... Eli, que te iba a decir. ¿Te gustaría ir al cine esta tarde?" "Uhmmm... Javi, veo por donde vas, pero no se si lo sabes... a mi me gustan las chicas" "(cara de poker) Ah. Bueno, ya tenemos algo en común. Y a las lesbianas no os gusta el cine (la mejor de mis sonrisas)"

Y sí, tengo cita esta tarde aún sin esperanza alguna de NADA MÁS. Y mientras paseo después de salir del videoclub miro el cielo increiblemente azul y purificador de esta mañana de Abril y descubro que me la pela, el nada más, las tres mujeres por hombre y la madre que parió a la estadística, herramienta en la que nunca he creido del todo. Eso sí, tras recuperarme del arrebato soez y aún extasiado por la belleza que me rodea, me pregunto si habrá algun estudio que indique el porcentaje de lesbianas que descubren que en realidad les gustan los hombres.

"(...) En el orden natural de las cosas, la vida y la muerte no son algo que podamos controlar. Es una bendición estar vivo y morir en el momento justo. Vivir cuando no es apropiado vivir y morir cuando no es el momento de morir es un castigo. De igual modo, no ser capaz de vivir cuando se debe vivir y no ser capaz de morir cuando se debe morir es un sufrimiento. Pero el que debamos vivir y morir en el momento justo no es algo que podamos controlar. Por el contrario, es algo que sucede en el contexto -y como consecuencia- de muchos otros acontecimientos.

Los antiguos decían que la forma en que suceden las cosas son ilimitadas e incognoscibles. Siguiendo las leyes de la transformación del cielo y de la tierra, los ciclos del cambio, libres e incesantes, llegan por sí mismos. El cielo, la tierra y todas las cosas no pueden ir contra el orden natural. La sabiduría de los sabios no puede modificarlo y los demonios no pueden escaparse de él. Todas las cosas vienen y van sin necesidad de un creador o un movilizador que las haga suceder. Silenciosamente se reconoce su presencia, armoniosamente se acepta su existencia y pacíficamente se admite su partida. "

Lie-Tse

Égalité

Hastiado de la actualidad informativa monotemática en la televisión hago zapping mientras intento leer, casi como un acto reflejo. Muerte papal por aquí, muerte real por allá, boda cuasi real más allá. Uf. Mi índice continua con su labor febril mientras mis ojos se desvían cada vez más al libro. Y justo cuando ya se posan en el primer renglón la escena me hace levantar la mirada. Son unos payasos actuando, haciendo un número de lo más clásico, aunque no por ello menos gracioso. La cámara se centra en un anciano que se está descojonando. Ríe a carcajadas, convulsiona, se limpia las lágrimas. Uno no puede evitar reir cuando alguien disfruta de esa manera, llamémosle legado de la comunicación no verbal y solidaridad en la manada. Así que me río yo también, ensimismado en lo sincero de la risa del señor, tan parecida a la de un niño. Al poco reparo que en mi ensimismamiento no me había dado cuenta de que eran imágenes de archivo y ya las había visto antes, ni que el señor en cuestión era Juan Pablo II hace algun tiempo. Más conmovido por ese momento que por todo su papado, pienso que es maravilloso que haya algo que nos une e iguala a todos además de la muerte: la risa.

No hay nada como salir de trabajar tras un largo fin de semana y en lugar de irse a casa hacer unos kilómetros extra para llegar a alguno de esos grandes parques que abundan en pequeñas ciudades como la mía, tan concurridos de día y tan serenamente silenciosos de noche, repletos de una soledad animada por el canto de los grillos y el dulce beso de buenas noches que la brisa da a las hojas. En ellos los árboles te recuerdan lo estúpido que eres por no haberte movido apenas del sitio a pesar de tener pies, por haberte quedado encerrado durante demasiadas horas al día prostituyendo tu tiempo, eclipsando la luz tras hormigón y cristales. Claro está, te lo recuerdan con el cariño de unos padres que sólo quieren tu bien y saben lo corto que es tu tiempo. Con la compasión de seres iluminados. En este parque, el aire parece más amable y las estrellas brillan con más fuerza.

Aquí, más allá de la cerca, ningún convenio podría poner precio a tu tiempo. A medida que el aire cargado de humedad y olor a tierra mojada penetra hacia tus alveolos todo lo demás cae como algo muy denso hacia tus pies, y al cabo de unos segundos notas que realmente ahora eres más liviano y casi, casi puedes volar. Y sin proponértelo ni pensarlo, te entran unas ganas locas de correr de verdad ¡nada de footing! Correr de verdad, con todas tus fuerzas, como cuando eras pequeño y nunca te cansabas; sentir primero la ligera brisa, luego el viento contra tu cara ofreciéndo más y más resistencia a medida que ganas velocidad, los obstáculos bajo tus pies que ya funcionan en piloto automático. Tropezar con vete a saber qué y rodar y rodar como dice la canción, lejos de la posible asistencia de nadie en caso de lesión, rodar por la hierba mojada mientras te partes el culo de risa con el poco aliento que te queda, consciente (al menos alguna ahora olvidada ahora parte de ti) de lo ridículo de la situación. Rodar sobre la hierba mojada con tus pantalones nuevos y parar casi con elegancia cuando se agota la inercia, aún convulsionando ya no sabes si de risa o a causa de una lesión interna, pero tampoco te importa. Y quedarte así respirando con el abdomen como de pequeño, tal como acabas, sobre la hierba mirando estrellas que tal vez ya ni siquiera existan ahora que por fin alcanzas a verlas, llorando de risa aunque algún observador externo podría pensar que lloras por lo que acabas de pensar de ellas mientras tu boca pronuncia casi involuntariamente algunas palabras

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte

que crees recordar de un tal Da Vinci, y que no sabes del todo si vienen al caso pero eso da igual, porque la parte que las ha pronunciado sí lo sabe. Y por un segundo tienes la certeza de que si un momento como este puede compensar todo un día anodino, también puede hacerlo con una vida. Sólo es cuestión de atreverse. Silencio sonriente. Y tras unos segundos (¿o han sido minutos?) del Vacío más sublime, te levantas sacudiéndote y pensando de nuevo, pensando en qué dirá la abuela cuando le presente a mis pantalones.

-¿Te parecerá bonito, no?

Y casi puedes sentir el cachete en el culo mientras cierras los ojos y te muerdes la lengua, sonriendo.