Blogia

Bokuden

De personas y cubos

"... y entonces el alumno dijo a su maestro 'maestro, ya me has enseñado todo lo que me puedes enseñar, que ha sido mucho; ahora ya puedo decir que soy como tu un sabio y no hay nada en este mundo que ya no sepa, pues he alcanzado la iluminación. Partiré a enseñar a todos la verdad.'. Al oir esto, el maestro sonrió. 'De acuerdo- dijo- , ahora partirás y verás mundo, y enseñarás lo que consideres oportuno enseñar. Pero antes déjame que te pida un favor.'

Y el alumno aceptó. ¿Qué otra cosa podría hacer? Le debía mucho a su maestro, que lo había acogido como a un hijo desde pequeño. Ayudaría por compasión a ese pobre hombre anciano y luego se iria, sin apegos. 'Bien, hijo, sabía que no me defraudarías. Verás, en primer lugar necesito que me traigas un cubo'. Algo extrañado por la petición, el alumno obedeció. '¿Y ahora, maestro?'. 'Ahora me gustaría que llenaras ese cubo de piedras del tamaño de un puño mas o menos' Y así lo hizo. 'Estupendo. ¿Podrías meter más piedras en ese cubo?' 'No, maestro, está lleno'. Y el anciano cogió del suelo piedras más pequeñas y las fué metiendo en el cubo, aprovechando los huecos inevitables dejados por las piedras más grandes. Miró a su extrañado alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí, maestro, ciertamente ahora sí está lleno'. Y el maestro cogió del suelo arena y la dejo caer lentamente sobre el cubo, y la arena fué colandose entre los huecos minúsculos que aún quedaban. Cuando hubo acabado, preguntó de nuevo a su alumno '¿Está ahora lleno?'. 'Sí maestro, sin duda ahora sí está lleno. Nada más podría caber en él'. Y el anciano cogió un jarro de agua, y lentamente lo echo sobre el cubo, mirando fijamente a su alumno mientras el agua se colaba por cada uno de los resquicios que la arena había dejado, invisibles, sonriendo mientras lentamente abría la boca para pronunciar las palabras que más enseñarían jamás a su alumno.

'¿Y nosotros? ¿Estamos llenos?' "

*-*-*

Colgados de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases, testigos mudos de una larga tradición que desembocaba en cada uno de los practicantes que allí acudían. Uno no podía evitar sentir algo de orgullo, felicidad y admiración al recordar cada una de sus historias, al recordar cada uno de sus nombres. Al saber que aún sin ser conocidos por casi nadie, sin duda habían hecho más por su entorno que los supuestos grandes personajes que nos venden los medios. Y han pasado a la historia de boca en boca, de leyenda en leyenda, de practicante a practicante, de corazón a corazón. Así debía ser.

Frente a sus imágenes los practicantes meditaban en seiza los últimos minutos de la clase, justo antes de finalizar, justo después de haber hecho un tributo desinteresado en forma de sudor a la tradición que representaban, a los maestros que les observaban desde los retratos. Y luego, junto al profesor, hablaban sobre un tema o escuchaban una historia o leyenda. Cómo no, casi siempre las mejores historias eran las sacadas de la vida misma. Y cada uno de los practicantes contaban una historia, aunque no la tuvieran. Y cada uno de los practicantes tenía su historia, aunque no la contaran.

F. era uno de esos practicantes que no contaban su historia, aunque no era necesario. Cada uno de los demás practicantes la conocía. Iba a practicar siempre que podía y ponía toda su alma en cada práctica. Y eso, aunque admirable, no sería nada raro de no ser por un pequeño detalle. F. vivía en el filo de la navaja, entre la vida y la muerte. F. vivía desde hacía cosa de un año en ese doloroso combate a muerte que muchos llaman cáncer.

¿Para qué contar cómo murió? Mejor contar cómo vivió, recordarlo siempre tal como fue hasta el último momento. Recordarlo bebiendo y comiendo exageradamente en las excursiones. Recordarlo hablando con tranquilidad sobre los diagnósticos y tratamientos, sobre sus expectativas y posibilidades, como quien habla de ir a buscar castañas. Recordarlo practicando vaya usted a saber con que fuerzas tras la quimio y la radio. Practicando simplemente "porque me ayuda, hace que me sienta vivo". Recordarlo riéndose de su situación, diciendo que no hay mal que por bien no venga "así adelgazaré un poco"; haciendo que los demás entraran en tu juego, minimizando el problema, sacándole hierro "tu y yo no somos tan diferentes, F. Los dos sabemos que podemos morir en cualquier momento y eso hace que disfrutemos más de cada momento, sólo que tu lo tienes más presente".

Decía Don Juan Matus que un guerrero no se abandona nunca a nada, ni siquiera a su propia muerte. F. jamás lo hizo, luchó hasta el último momento sin desesperación, sin caer en el lamento fácil, sin hacer sufrir a los que le rodeaban más de lo necesario. Consiguió, más consciente de su brevedad que la mayoría de la gente, llenar de vida su vida, y las de sus allegados. Ante la imposibilidad de aplazar lo inevitable consiguió hacer de cada minuto El minuto. Y llegado el momento de partir, partió. Sin más.

Colgadas de las paredes del dojo, los retratos de los grandes maestros presidían cada una de las clases. Colgadas en un corcho en el vestíbulo, las fotos de alguna excursión a la montaña de los alumnos. Gracias, F., por recordarme qué es un maestro.

Hace mucho tiempo, había un grupo de amigas que aprovechaban el poco tiempo que tenían fuera de sus labores en el campo y en su casa para reunirse y jugar. En aquellos tiempos no habían juguetes del tipo que hoy conocemos, y aunque así hubiera sido, su humilde condición campesina les habría impedido costearselos. Pero ni falta que les hacía. Un niño es un superviviente nato, incluso para los juegos. Nadie sabrá nunca el cómo ni el porqué, pero de aquel grupo de chicas surgió un nuevo lenguage.

Mi reino vivirá/ mientras estén verdes mis recuerdos

A veces el recuerdo surge de repente y te atrapa de tal forma que se transforma en historia. Puede surgir de la nada, de una frase, de una risa... en este caso ha surgido al leer un post de Saf . Y es que guardan curiosas similitudes. Por ello, le dedico mi historia, por devolverme estos recuerdos.

Yo tenía unos 13 años de los de entonces. Digo esto porque hoy en día con 13 años los niños ya no son tan niños, y sus aficiones muchas veces no son tan inocentes. Yo con 13 años era un niño (y aún ahora lo sigo siendo en cierta manera, a mis 25; por cierto, ya hablo como un abuelo, nota mental, que tontería). Y como niño que era, mi único objetivo en la vida era jugar y divertirme. Los días soleados hacía algún deporte callejero, y los de lluvía iba al centro cívico de mi barrio. Estaba/está cerca de mi casa, era/es acogedor y tenían/tienen muchísimos juegos de mesa. Y allí pasaba mis tardes.

Ya se sabe, en los centros cívicos suelen haber unos pocos niños y unos muchos niños octogenarios. Y allí los niños jugabamos al parchís, al cluedo, al quien-es-quién, al hero quest, a varios juegos de rol, etc. Y allí abundaban abuelos jugando a sus distracciones favoritas después de la petanca: al dominó, al mus, a otros juegos de cartas... como se puede comprobar, niños y ancianos no son tan diferentes en cuanto a costumbres, ni en los días soleados ni en los lluviosos. Y claro, se me olvidaba. Habían dos ancianos, sólo dos, que jugaban al ajedrez.

El ajedrez es un Arte. Se que suena pedante y aburrido, pero lo es; o al menos no puedo sentirlo de otra manera. Aprendí a mover las piezas a los nueve años y desde entonces juego siempre que puedo. Por eso me llamaron la atención aquellos dos viejitos arrugados y con aspecto tan intelectual que se pasaban horas allí sentados, cada mañana y parte de la tarde. Los veía marchar a eso de las seis, sin necesidad de que ninguno de los dos dijera que había llegado la hora, y sólo entonces hablaban largo y tendido mientras paseaban, dejando el tablero tal cual había quedado la partida para continuar al día siguiente. Nadie lo usaba, nadie lo tocaba. Eran las dos únicas personas del centro cívico que jugaban al ajedrez.

Y así pasó al menos un año, cada tarde que iba era igual. Pero llegó una tarde en que sólo uno de los dos estaba sentado en la mesa cuando yo llegué. Comprendí lo que había sucedido cuando lo vi llorando con disimulo, cubriéndose los ojos con las manos, con los codos apoyados sobre la mesa en actitud simuladamente pensativa. Mirando quizá el último movimiento de su rival/amigo. El resultado de una vida acabada, una partida inacabada. Y con nostalgia y resignación, justo a las seis en punto, movió pieza. Y se fué. Era su manera de decirle adiós.

Es difícil explicar la belleza de ese gesto. Sólo diré que me conmovió profundamente. Y no pude hacer otra cosa que acercarme al tablero y observarlo, quedarme impregnado de ese sentimiento de pérdida que acompaña a este nuestro mundo. Justo como el ajedrez. Y así, emocionado, relegué mi mente a los cálculos. Y mi mano y otra parte de mi mente, espíritu o como lo querais llamar hizo el resto. Les tocaba mover a las negras. Su enroque estaba visiblemente amenazado así que mi primer movimiento fué defenderme atacando y de paso ganar parte del centro. Torre e8, jaque.

Después reflexioné muchas veces sobre por qué hice lo que hice. Y la verdad es que no lo se. Quizá como homenaje, quizá como muestra de respeto y apoyo, quizá el show debía continuar. Quizá fue una tontería. No lo se. Pero el caso es que al día siguiente, volví a ir aún sin lluvia. Y el jaque había sido convenientemente cubierto con un caballo. No pude evitar sonreir.

Y así comenzo nuestra partida fantasma, casi por correspondencia. Cada día, dos movimientos, uno suyo y uno mio. Y fué una partida larga, muy larga. No había empezado en muy buena posición, pero además el puñetero viejo era jodidamente listo, y tenía la experiencia que a mi me faltaba ( y aún me falta). Así que llegué a un punto muy complicado en el que cualquier movimiento que hiciera me dejaba en una posición peor de la que estaba. Como la vida misma. Así que fuí a casa, encendí el ordenador e imprimí una nota, que dejé luego en el tablero.

Al día siguiente, falté a clase por la tarde y estuve en el centro cívico casi toda la mañana. Finalmente apareció. Fué directamente al tablero, lo miró. Leyó la nota. Aún recuerdo su carcajada. :) Luego escribió algo, toco algo del tablero y se fue.

Esperé al menos una hora, por si acaso estaba esperando escondido. Como siempre, fuí hacia el tablero cuando ningún conocido de ambos estuviera merodeando. Sobre el tablero, mi nota mecanografiada, a la que se le había añadido una frase con pluma. Leí mi parte.

"¿LO DEJAMOS EN TABLAS? HA SIDO UNA BUENA PARTIDA"

Miré el tablero. Sobre él, los dos reyes en el centro, tumbados. Más abajo de la nota, con su letra ponía:

"Claro que sí. Pronto jugaremos de nuevo juntos ahí arriba él y yo. Gracias por todo."

Frases ¿célebres? . Volumen II.

"¿Para que conformarse con ser el típico idiota? Hoy prefiero ser un idiota atípico."

Un servidor, momentos antes de perder la poca dignidad que le quedaba al subir al escenario de un karaoke y cantar consecutivamente/non-stop "Antes muerta que sencilla" y "El gato que está triste y azul".

Un hombre paseaba tranquilamente cuando un mono que estaba subido a un cocotero le lanzó un coco que acerto a dar de pleno en su cabeza. Mientras el mono reía y se burlaba de él, el hombre cogio el coco y lo partió en dos con una roca. Bebió su agua, comió su pulpa y con cada mitad se hizo una escudilla.

- ¡Gracias! - dijo el hombre.

Sorry

Una iniciativa curiosa made in USA:

http://www.sorryeverybody.com/

http://www.sorryeverybody.com/gallery/1/

Carpetazo

Deja un sabor agridulce ver feliz a esa persona a la que uno no supo/pudo hacer feliz. Es en parte alivio y en parte impotencia, en parte miel y en parte sal sobre las heridas. Ahora mismo pensaba riéndome que ni todo el zen, ni toda la filosofía del mundo sirven de nada cuando el corazón se pone tonto, Javi. Ya lo ves, la teoría es muy bonita pero... Aunque lo pensaba riéndome, es todo un avance.

Hace días ya que los recuerdos desfilan ante mis cada vez menos concentrados en esta realidad ojos. De tanto en tanto alargaba la mano como quien quiere coger una trucha sin calcular la refracción aunque sea instintivamente. ¿Ves idiota? Se te escapa porque la ves donde no está realmente, tus sentidos te engañan. Hasta los osos lo saben (¿hasta? ya quisieras saber la mitad que un oso, tonto). Además, la jodida trucha es más rápida que tu, por no hablar de lo que resbala. Y así, hablando conmigo mismo y dándome de tanto en tanto una cariñosa colleja, me di cuenta de dos cosas: que hablo demasiado y que la refracción del tiempo es demasiado grande. Ni un oso podría cazar una trucha del pasado.

Pero la Verdad, esa eterna mentirosa, me devuelve (como no) a mi sitio. Nos devuelve a nuestro sitio, L. La Verdad, esa puñetera esquirlilla de hielo, me hace ver lo tonto que soy, apegándome en mi recuerdo a la gente que he querido ( y quiero, de verdad, de otra manera) como si no pudiera seguir adelante. Y los dos sabemos que si hay algo que de veras sabemos en este mundo es seguir adelante. Lo nuestro es pasar.

Tal vez todo este "Hasunto" sepa empalagosamente agridulce. De hecho así lo veo, empalagosa y melodramáticamente agridulce. Pero de la misma forma que te deseo lo mejor, te digo que en el momento de escribir estas últimas lineas apenas noto gusto alguno. Salvo, quizá, un leve aunque agradable y goloso sabor a yemas. Por algo se empieza. ;)

De reojo

De reojo

Esos ojos tuyos, oscuros porque no podía ser de otra manera en este nuestro mundo; su luz quiso ser discreta escondida en la oscuridad, pero quien sabe/ quiere ver la distingue a millas, Estrellas del Norte gemelas. Alegres porque nadie puede sentirse de otra manera al verlos, y en su reflejo ven su propia alegría multiplicada, eco dichoso de la felicidad. Amables porque ¿Quién no los amaría tras conocerlos?; son canto de sirena hecho mirada sin escollos interpuestos, dulce variación mitológica. Profundos porque caigo en ellos cada vez que me los encuentro, y es tanta su hondura que no puedo/ quiero salir, suave maraña acariciándome en la caída, aterciopelados grilletes en el fondo del foso. Humildes, porque haces ver que no conoces (¿o tal vez no sabes de veras?) sus poderes infinitos y, sonrojada, bajas la mirada cada vez que te susurro la magia que poseen. Tal es su/ tu enormidad.

Soy... era veleta en tu mirada, me desplazaba haciendo círculos pero siempre señalando a mi Razón de Ser. Jugaba a ser bailarín del viento, hoja en el camino, yendo de aquí para allá sin preocuparme por un futuro que se me antojaba incierto y tenebroso, tal como ha sido, y a la vez lejano, casi ausente. Como no ha sido. Porque era sólo presente, puro presente, y los apegos se llevan mal con el ahora; siempre quieren un luego que no está en nuestras manos, una oportunidad en la inmensidad de las corrientes temporales. Una imposibilidad en este mundo de cambios, así son las cosas y así se las hemos contado, Amén.

Estoy cansado de dogmas, de tanta emoción contenida, de lanzar estocadas al viento (aunque el viento no devuelva los golpes), de dejar huellas en la arena que el mar borrará o el próximo caminante pisará tal vez casi sin darse cuenta. De no rendirme nunca, porque hay veces que cualquier movimiento que hagas te deja en una posición peor que la anterior, como en el ajedrez. De proclamar a todos los vientos que me quieran escuchar que sí, que quisiera que alguien me esperara en algún lugar, como el libro de Gabalda, aunque no serás tú ni tu mirada. Porque no soporto las mentiras de tus silencios mientras me mirabas, ni siquiera las soporto ahora, cuando ya no me miras.

Prefiero que sigas creyendo que no sé nada, que sólo soy un soñador perdido entre libros demasiado gruesos, anclado en un pasado ya censurado. Prefiero que creas eso mientras observo en silencio tus silencios, mirando a tus ojos de reojo. Porque no se los demás, pero tus ojos no, nunca lo hicieron. No mienten.

Brevedad

En lo efímero de nuestra existencia encuentro nuestras mayores virtudes. Y nuestros mayores defectos.

Cruce

Cruce

(Foto: On crossroad, de Robin Bobin)

Tres puertas de ébano ante ella, tres posibilidades de elección. Nada había cambiado por mucho que había reflexionado esos días alli sentada, especulando sobre aquella prueba que el destino había puesto en su camino, agotando su tiempo, sus provisiones y su esperanza. Pero la paciencia, no. La paciencia es el tiempo de los sabios, le había dicho su padre, y ella había comprendido. Toda su vida le parecía ahora una carretera rodeada de precipicios, sin posibilidad de huida hacia otra dirección, ya que a cada paso se derrumbaba lo andado y sólo quedaba el eterno hacia adelante que había encaminado sus pasos hasta este momento, el de la Elección.

Y allí había llegado, y sabía que todo lo recogido durante el camino era imprescindible y al mismo tiempo de nada servía, y se sentía con fuerzas y esperanza, pero al mismo tiempo estaba llena de miedo y pesimismo. Todos saben lo que les pasa a quien escoge la puerta equivocada. Así que tras todo aquel tiempo allí sentada (¿semanas? ¿meses? ¿toda una vida?) no había llegado a ninguna conclusión; una conclusión es el punto en que uno se cansa de pensar, y ella seguía pensando casi cada segundo del día sobre el enigma que tenía ante ella. Tres puertas, las tres iguales: enormes, pesadas, negras. Y nada más, ni una pista, ni una adivinanza, ni un guardián del más allá preguntándote sobre el enigma del acero. Nada. ¿Cómo escoger la puerta buena, si existe, si no se diferencia de las demás? ¿Cómo escoger el mal menor, si no existe la puerta buena, si no se ve su alcance? ¿Y por qué tres? Sobre eso había pensado también mucho. Tres es un bonito número: el cielo, la tierra y el hombre, el trio calavera, el bueno, el feo y el malo, falange, falangina y falangeta... la santísima trinidad. Pero no le daba ninguna pista. Le daba la sensación de que el número no era realmente importante, sólo la Elección.

Así que tras tanto reflexionar, ya cansada de las condiciones forzadas de su elección, eligió dejar de hacerlo. Cerró los ojos unos segundos, disfrutando de la sensación de libertad que acababa de conseguir aunque no sabía cuánto tiempo le duraría (¿qué importaba?). Sólo estaba ella, el viento en su cara, el olor del otoño; y los pensamientos flotaban en su mente y pasaban delante de sus ojos cerrados como en una pantalla de cine, sin permanecer más que segundos ante ella antes de cambiar a la siguiente imagen. Al cabo de un rato, ya no hubieron mas imágenes, y fue entonces cuando apareció la cuarta puerta, igual al resto pero a la vez tan diferente. La cruzó, de la misma manera que caería una manzana al suelo tras soltarla. Sin más.

Al abrir los ojos, ya no habían tres puertas. Habían billones de caminos con trillones de bifurcaciones y ramificaciones. Y al final de cada una, había una puerta, cada una diferente al resto. Tras un breve vistazo sonrió y echo a andar sin dar importancia a qué puerta se dirigía. Al fin y al cabo ¿qué más daba? Habían muchos caminos por recorrer, muchas puertas por cruzar. Y tenía la intención de vivirlo sin dudas y con una sonrisa.

Faltaba una

Faltaba una

Y allí estabas tú, eterna en la brevedad de tus dimensiones, casi un espejismo en contraste con el mar de maletas y nombres en cartulinas. Esperando tal vez un alma perdida como la tuya, tal vez un milagro que te sacara de este mortal aburrimiento, encarada alternativamente al aquí y al más allá mientras yo anotaba a donde iban dirigidas tus miradas de pájaro a punto de emprender el vuelo, eterno ornitólogo estratega. Me acerqué/ te acercaste; éramos sombras danzando en la penumbra, flechas lanzadas al mismo blanco con la misma mortal precisión. No podíamos sino acercarnos y amarnos. Aún a riesgo de fundirnos, aún a riesgo de rompernos.

Te amé/ me amaste. No bastaba con la visión de un sueño a medianoche, había que vivirlo. Había que soltar frenos, explorar nuevos horizontes, columpiarnos al viento cogidos de las manos e ir más allá de la teoría, un poco más abajo de la ropa. Directos al alma, al fondo a la derecha, al lado del corazón. Me quisiste/ te quise; éramos sólo dos niños un poco grandes experimentando con el eterno "¿y qué pasa si...?", dos corazones jugando al puzzle con sus piezas rotas que casi encajaban. Casi.

No bastaba con Besarte (cuando me Beses, que no sean tus labios/ Bésame Tú), no bastaba con ninguna voluntad humana, infrahumana o divina. No bastaba con donarte mi ser en cada suspiro, ni con tentar a la suerte apostando todo a un número. No bastaba con Hacerte el Amor cada segundo de nuestra existencia, paseando por la calle cogidos de la mano, en el cine comiendo palomitas, cuando partía hacia casa recordándote (hasta la memoria puede Hacer el Amor) e incluso estando los dos a solas, acurrucados en vete a saber qué pensión. Me daba cuenta que no bastaba entonces, al verte dormir Desnuda a mi lado mientras creías que yo dormía, acariciando tu cuello, tu larga melena. Atrayéndote a mi con fuerza, sabiendo y negando al mismo tiempo que lo efímero era nuestro sino, que la velocidad no dejaba de ser espacio partido por tiempo. Y nosotros teníamos a los dos en contra.

Te observaba, ¿sabes? Te observaba con una de mis sonrisas torcidas y te ibas difuminando poco a poco, como un paisaje tras una cascada. Y yo pensaba que era porque era feliz, y tenía razón. Porque sin duda era feliz, todo lo feliz que puede ser un hombre. Pero intuyo que otra parte de mí en ese gesto intuía algo más.

Quizá fué esa mi parte jugadora, la que intuía que a nuestro puzzle le faltaba una pieza. Y aunque la hubieramos encontrado, amiga mía...

pertenecería a otro puzzle.

sueño

Ayer tuve un sueño extraño. Soñé con una calle larga y gris que se extendía hasta tocar el horizonte, una calle que nunca antes había visto, con hileras de árboles a los lados, en las aceras. Escogí una dirección y comence a caminar, y al poco rato me dí cuenta de que no había salida, no habían calles perpendiculares a esa; era una calle contínua e infinita al menos en apariencia. Nadie la recorría, ni gente, ni coches, ni animales. Sólo árboles, árboles enormes, baobabs grises que contemplaban mi marcha con curiosidad. Y entonces, noté que el suelo se hundía bajo mis pies, como si estuviera pisando barro el asfalto se derrumbaba, y yo apenas tuve tiempo para pensar en aquellas raices que dejaba entrever al desaparecer, sólo corría sin mirar a dónde, hacía la única dirección que podía, hacia adelante, siempre hacía adelante sin mirar atrás.

Y de golpe, de esa forma que sólo sucede en los sueños, sin saber cómo, estaba en una plaza al final de aquella calle (¿cómo podía yo saber que aquello era el final?). Ardían coches amontonados en una gigantesca pira a la que un grupo de niños echaban gasolina, ruedas y todo lo que encontraban en aquel suelo lleno de suciedad, que parecía más propio de un vertedero que de una plaza donde seguramente jugaban aquellos niños. Al verme, los niños salieron corriendo y fué entonces cuando me dí cuenta de que eran tullidos, a cada uno le faltaba una extremidad. No me costó mucho seguirles a escondidas, quería saber qué significaba todo aquello. Los encontré de nuevo con mucha más gente en una especie de jardín donde crecía un grupo de árboles diferentes, del que reconocí un abeto, un ciprés, un pino, una higuera y un eucalipto, entre otros. La gente danzaba entre los árboles, bebía sin cesar
Pero los arboles ya no querian hablar con la gente.

Winners & Loosers

Decían de aquel hombre que era el más poderoso e influyente del mundo, pero sólo sabía bombardear paises y sembrar el miedo en la población del suyo propio. Algunos moderaban sus actitudes ante él. Otros le hacían la pelota descaradamente. Algunos incluso le temían. Su gente le votaba. Pero no podía ocultar su precario mundo interior al mirar indirectamente a la cámara, siempre tímido debajo del disfraz de seguridad, temeroso debajo de aquellas palabras sencillas que intentaban conferirle algún aura de supuesta y oculta inteligencia. Era un rey con alma de peón, una ficha más que movía la mano invisible.

Por más que lo miraba, no podía sino darme lástima. Y quien me conozca sabe que no me gusta esa palabra, ni ese sentimiento.

Thank you for playing

Thank you for playing

Soy un jugador. Ya desde pequeño me gustaban más los juegos de mesa que los deportes, los acertijos que meter un gol, la habilidad que la mera capacidad física. Caminaba hacia clase pisando sólo las baldosas oscuras de la acera apostando mi vida, ya que si pisaba fuera, algo malo podría ocurrir. Recuerdo con nostalgia aquellas noches de invierno jugando con(tra) mi padre al lado de la estufa al dominó, al poker, a la brisca, a las damas... Mi favorito eran los dados, el azar absoluto, o más bien aquella sensación de profecía que te conferían, de clarividencia; y aquel resonar en los oidos de las palabras "ojos de serpiente". Y el júbilo al acertar, tanto del que acertaba como del que perdía. El placer del juego por el juego, la emoción que ningún dinero apostado podría dar jamás.

Crecí así, jugando. Aprendí jugando. La vida es un juego para mi, un inmenso tablero de ajedrez donde fuerzas opuestas libran una interminable lucha, un tapete lleno de cartas repartidas al azar donde no hay ganadores ni perdedores permanentes, sólo el inexorale movimiento de la ruleta, la lógica implacable y necesaria del jaque mate. La gloria al alcance del mismo movimiento que te podría llevar a la casilla de inicio... o al infierno. Dijo Einstein que Dios no juega a los dados. Discrepo. Si existe, debe ser el mayor jugador del Universo, a nuestra imagen y semejanza. Si acaso podríamos discutir si juega a los dados o al ajedrez, pero jugar juega. ¿Qué sentido tendría para cualquier existencia la certeza de la victoria, de que todo salga según lo planeado? Sin duda el juego es un regalo de ese Dios, si existe, para acercarnos a él de alguna manera, para poder llegar a comprender lo que nos rodea. Para sentirnos Dioses de nuestros momentos. Niños, adultos, ancianos, hombres, mujeres, animales, todos juegan. A veces a sabiendas, casi siempre sin saberlo.

Jugar es, en cierta manera, subirse a una montaña rusa sin saber el destino, llenos de una mezcla de ilusión, miedo, curiosidad e incerteza. Como la vida misma. Mi vida es la busqueda de esa ilusión en cada momento.

Soy un jugador, mi vida es sueño.

Frases "célebres"

Frases "célebres"

"No es que yo caiga. Es el mundo, que se levanta de golpe el jodio."

Un servidor, la última vez que cayó (en toda la extensión de la palabra)

Tiempo de odio

Tiempo de odio

Hace poco cayó en mis manos la esperada (al menos por mi parte) continuación de la saga de Geralt de Rivia, iniciada por "El último deseo", "La espada del destino" y "La sangre de los elfos" y que continuará con otras tres novelas esperemos que en breve. Como era de esperar, dada mi proverbial ansia y agonía lectora me ha durado aproximadamente tres telediarios y un carajillo leermelo. Y ha sido una lástima, porque realmente me gusta el estilo de Andrzej Sapkowski a la hora de escribir, y es de los pocos libros en los que cuando miro las páginas que quedan lo hago lamentándome. O bien no miro siquiera. Pocos libros han conseguido transportarme de esa manera a un universo lejano y a la vez cercano al nuestro, menos aún han tenido ese poder de ensimismamiento, de aislarme de la realidad, de hacerme sentir parte de ese mundo.

Andrzej Sapkowski, a pesar de ser casi un desconocido en estas latitudes (que no en su Polonia natal), es en mi opinión un genial escritor. Ha sabido llevar al género de la literatura fantástica, generalmente meramente medievalista, tecnicista, etc...ista y en demasiadas ocasiones vacia, una gran cantidad de contenidos variados y de calidad. Se puede encontrar desde poesía a filosofía pasando por política, aventuras y amor, por poner unos cuantos ejemplos, y siempre aderezado por un sentido del humor que se agradece. Sus personajes, lejos de ser arquetípicos y tópicos tienen todos, hasta el secundario más secundario, una personalidad muy marcada y son tremendamente "humanos" en cuanto a lo cercano de sus motivaciones, sentimientos, reacciones... y defectos. Todo ello en un mundo no demasiado diferente al nuestro en esencia, para nada anacrónico.

Pero ¿para qué contaros yo las bondades de esta obra si podeis sorprenderos de la misma forma que hice yo en su momento? Es de destacar, por cierto, la fantástica traducción de José María Faraldo, sin la que no se podría disfrutar la obra de la misma manera. Y hasta aquí puedo leer. Desde aquí os recomiendo que os arriesgueis como yo hice una buena tarde con el primer libro (que empecé a leer en la tienda lleno de prejuicios sobre la portada y la fantasía heroica en general), que le deis un poco de vidilla y ya vereis como no os arrepentís. No es buena idea juzgar un libro por su portada, ni por sus primeras páginas. Espero que os guste al menos tanto como a mí. Por cierto, no, no cobro comisión. Simplemente creo que las cosas buenas deben conocerse.

Aquí podeís leer otras opiniones.
Aquí la web de la editorial, con muchos enlaces sobre la saga, el autor...

Escapismo

El viejo era ya toda una leyenda entre el personal de la prisión y los demás presidiarios. Ni el mismo sabía decir desde cuándo cumplía condena. "Ni siquiera recuerdo por qué estoy entre rejas" -solía decir- "pero estoy seguro de que por nada importante, ni por supuesto malo. No soy de esos, si usted me entiende.". Pero el caso es que el alcaide había oído hablar de él al alcaide precedente al que sustituyó por jubilación, que a su vez había oído los inicios de su leyenda del alcaide al que sustituyó en el cargo. Y tres generaciones de alcaides significaba mucho tiempo en aquel lugar en medio de la nada en el espacio y el tiempo. ¿Y por qué alguien que no ha hecho nada grave continúa encerrado después de tanto tiempo? A mi también se me escapaba la respuesta. Pero más tarde me contaron su historia.

Carlos había sido un importante ilusionista y escapista que trabajaba en un no menos importante circo. Caído en desgracia no se sabe bien por qué razones, abandonado por su familia, arruinado y alcohólico, encontró en cierto trabajo que le ofrecieron la solución de todos sus problemas económicos. El problema fue que el trabajo en cuestión era un robo, un robo de cierta obra de arte famosa para el que necesitaban alguna de sus habilidades "mágicas". Algunos cuentan que le pillaron con las manos en la masa por culpa de su alcoholismo, que hizo que le fallara el pulso en el momento menos oportuno. Otros cuentan que le traicionaron sus compinches. El caso es que acabo encarcelado.

Y entonces empezó la auténtica leyenda. Durante los primeros diez años, Carlos consiguió escapar doce veces de distintas cárceles, incluida la que lo acoge actualmente, considerada la más segura del estado. "Inexpugnable."- decía el alcaide cuando lo conocí- "Bueno, casi". Y su modo de proceder a este respecto causó a partes iguales desesperación, rabia, estupor, admiración, asombro y respeto entre todos. Y es que Carlos se fugaba siempre solo. Y volvía al cabo de un par de días, cuatro a los sumo, siempre por su propio pie, nunca detenido. Me contó uno de los presos que la primera vez el guardia no le creyó cuando le dijo que era un convicto fugado y que volvía a entregarse, que le dijo que se largara.

Y claro, con cada fuga su condena aumentaba. Y su desenfrenada carrera escapista no paró con estas primeras travesuras, más bien al contrario. Nadie sabía como lo hacía, pero siempre encontraba la forma por muchas medidas de seguridad que se aplicaran. Muchos presos importantes le ofrecían cantidades extraordinarias de dinero por que les permitiera fugarse con él, lo atosigaban con promesas y más promesas, pero nunca quiso ni necesitó la ayuda ni la compañía de nadie para fugarse. " El que quiera peces que se moje el culo. Además, si están aquí algo malo habrán hecho.".

Y con cada fuga la leyenda de aquel hombrecillo crecía. Era conocido y querido por todos, reclusos, guardas y por supuesto el alcaide, que por cierto en una rueda de prensa bromeó "Para este año esperamos reducir las fugas en un 10%"; naturalmente, el viejo era el único que lo conseguía.

Lo que poca gente sabía era en qué invertía su tiempo. Durante el tiempo en que lo conocí jamás me dijo nada de todo esto. Para mi siempre fue un presidiario que invertía sus permisos en hacer una buena obra, tal vez por gusto o tal vez por reducir su condena. Apareció un día de repente en el hospital en el que trabajaba, con aquel ridículo disfraz de payaso casi de otra época, gastando bromas a todos, haciendo trucos sin parar. Haciendo reír a los niños. Y se adaptó a la vida rutinaria de pediatría como si siempre hubiera estado allí. Tal era su magia, para dejar los sitios y también para llenarlos. Nadie supo jamás que se trataba de un prisionero fugado. Y supongo que todo el mundo se preguntaba de dónde había salido y quien era, pero era una persona muy hábil y nos hizo creer lo que expliqué antes sin jamás mentir ni negar que estaba cumpliendo condena. Tal vez por eso nunca levantó sospechas.

Por eso y por su magia. No me refiero a sus trucos, que también. Pero Carlos sabía llevar a aquellos niños, algunos de ellos terminales, a un lugar muy lejano de todo. Muy lejano de todos los problemas del mundo. Carlos era un auténtico escapista, lo puedo asegurar. Y a aquellos niños sí los llevaba consigo en su fuga a otros mundos más felices que este. Un gran tipo.

Por eso, cuando se ausentó por mucho tiempo no pude evitar echarlo de menos, investigar un poco y llegar a aquella cárcel a preguntar por él. Y cuando supe que había fallecido ese mismo mes tras estar casi un año sin fugarse, con 68 años de edad y de un ataque al corazón, el mío se hizo trizas. Fue entonces cuando le pedí al alcaide permiso para conversar con toda la gente que le había conocido en prisión. Quería conocer su historia, conservarla en mi recuerdo y en mis cuadernos como tributo a aquel flautista de Hamelín de los niños. El funcionario rió, dio un par de golpecitos afirmativos en la mesa y me dijo que podía empezar por quien quisiera, pero llevaría tiempo, pues todo el mundo lo conocía.

Y fue así, día tras día, historia tras historia, escribiendo cuaderno tras cuaderno con los apuntes de las conversaciones como llegue a conocer la parte de su vida que no conocía. Y fue así como mi corazón cambió la tristeza por el orgullo de haber tocado la estela de un ángel. Hoy, hojeando al azar aquellos cuadernos mi vista se fija (y se nubla) en este fragmento de la conversación con su compañero de celda:

"...y fué entonces, hablando de cosas un poco más serias, cuando le pregunté por sus chaladuras. Imagínese, veinte años compartiendo celda y nunca habíamos hablado del tema. Soy un poco tímido ¿sabe? Pues bien, le pregunté por qué hacía todo aquello, por qué no aprovechaba para escapar de una vez... en fin, quería saber sólo un por qué ¿me entiende? Sólo una razón. Y entonces se quedó callado, como mirando algo en la pared... y así estuvo más de un minuto. Y al final me respondió.

- Es una pregunta complicada... ¿Por qué respiras tú? porque puedes y porque lo necesitas para seguir viviendo. Todos queremos escaparnos de algo. Yo además sé de qué quiero escaparme y lo hago, y eso sí que es cierto que puede parecerle extraño a mucha gente. Pero te aseguro que de lo que escapo no es de estas paredes, no. El arte del verdadero escapismo es mucho más complicado que eso. Tengo razones tan buenas para estar tanto fuera como dentro. Esto también es mi hogar, ¿sabes? Así que no te sabría decir dónde empezaron mis fugas, tal vez me fugué sin querer de mi vida anterior para acabar en ésta que me ha dado tanto. Puedo entrar y salir a voluntad ¿se puede decir que no soy libre? No soy tan diferente al resto de la gente.

Y me guiñó un ojo el muy cabrón, jajaja"

A los dos días de esa conversación, Carlos se fugó con éxito de esta vida. Me pregunto si en el cielo tendrán buenas alarmas...

Desde mi ventana puedo ver...

Desde mi ventana puedo ver...

... con un poco de imaginación...

Amistad

Amistad

Maus, de Art Spiegelman, es el relato en forma de cómic de un superviviente de los campos de concentración nazis, el padre del autor. Recuerdo este diálogo:

-¡Artie! Ven y aguanta esto un momento mientras yo sierro. ¿Por qué lloras Artie? Sujeta mejor la madera.

-Me he caído y mis amigos se han ido patinando sin mí.

-¿Amigos? ¿Tus amigos? Enciérralos juntos en una habitación sin comida durante una semana ¡y entonces entenderás qué son los amigos!

*

Llegaron dos madres por separado con sus respectivos hijos a mi trabajo. Una de mis compañeras y yo les atendimos y se fueron casi al mismo tiempo. Pero tardaron algo más de tiempo en salir. Los niños no querían irse.

Habían estado solas casi cinco minutos sin dirigirse la palabra. A los niños les había bastado dos minutos y un papel en el suelo para jugar y hacerse amigos inseparables.

**

Una estudiante de biología que conozco me contó una vez una crueldad innecesaria que tuvo que hacer en unas prácticas de la carrera. Se trataba de ver el papel de los neurotransmisores en el estado anímico de los seres vivos, y para ello se inventó un sistema sencillo a la par que eficiente. A un grupo de ratones se les administraba antes de la prueba un antidepresivo, y al otro grupo nada en absoluto. Se iban metiendo uno a uno en un recipiente con agua, sin posibilidad alguna de fuga, de tal manera que los animales lo único que podían hacer era nadar... o morir. Se trataba precisamente de eso, de cronometrar el tiempo que nadarían sin caer en la desesperación. Contrariamente a lo que yo creía, parece ser que los animales no siempre luchan hasta el último aliento, y los ratones sin antidepresivo caían fácilmente en la desesperanza. Una vez dejaban de nadar, se apuntaba el tiempo y se les rescataba... tal vez para otros fines. Los que tenían administrado el antidepresivo duraban bastante más, lo suficiente como para aburrir a los estudiantes y sacarlos antes de rendirse.

Mi conocida me contó cómo (para acelerar el proceso), cuando no estaba presente la profesora, en su grupo metían a los ratones de dos en dos. Sólo lo hicieron una vez, cuando vieron que dos ratones sin antidepresivo juntos nadaban y nadaban sin parar como conejitos duracell, por razones que quizá sean difíciles de captar por este estúpido experimento.

***

"Amaos los unos a los otros como yo os he amado"

Jesucristo a sus amigos

"Los amigos nos conocen en los tiempos de la abundancia. Nosotros los conocemos en las dificultades."

Anthony Collis

Sin la amistad, el mundo es un desierto.

Sir Francis Bacon

La amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés.

Marco Tulio Cicerón

****

Hay gente que dice que no es posible la amistad entre hombres y mujeres. No estoy en absoluto de acuerdo. Mi abuela y yo somos grandes amigos.

*****

De pequeño, cuando me decían en casa que me había venido a buscar un amigo preguntaba ¿cuál de ellos? Todos eran amigos y aquello tenía visos de durar toda la vida. Naturalmente me equivocaba. A medida que han ido pasando fases de mi aún corta vida han desaparecido de la faz de la tierra muchos de los que consideraba mis mejores amigos/as. La inmensa mayoría a decir verdad. Algunos han ido distanciándose, poco a poco o de golpe, otros se han ido (utilizando por desgracia todas las acepciones de la expresión). Me avergüenza decir que yo mismo he colaborado en ocasiones con ese proceso infame de destrucción de una amistad, simplemente por despecho. "¿Para qué voy a llamar, si nunca me llama a mi?".

El resultado, una agenda cada vez menos poblada por números de teléfono y a la vez una mayor seguridad en lo que ha quedado. Los restos de una antigua civilización, sobre la que se han cimentado nuevas relaciones que sólo el tiempo sabe dónde irán a parar. Espero que más alto, más lejos, más fuerte. Al fin y al cabo yo creo en la amistad, y aunque ese credo no atraiga la felicidad al menos te libra del odio a lo perdido.

******

Todas estas ideas inconexas (y más) circulaban el viernes por mi mente, mientras invertía mi tiempo de relax en exprimirme el limón con mi habitual melancolía autocompasiva. Al día siguiente, la vida me tenía preparada una sorpresa.

Amistad (y 2)

Me levanté tarde, desayuné lo que primero pillé y me vestí, aunque no recuerdo el orden exacto de estas acciones. Y justo cuando acabé, ni un minuto antes ni después, sonó el timbre de la puerta como si hubiera cronometrado mis tiempos. Había algo de irreal en la escena, en el ambiente. Casi lo podía oler en el aire. Abrí la puerta y todo me pareció mas irreal todavía.

F y yo nacimos con escasos 14 días de diferencia (yo soy el mayor, y siempre lo seré) y con unos 30 metros de separación entre nuestras casas. Crecimos juntos y, aunque siempre hemos sido radicalmente diferentes, siempre nos hemos llevado bien. La vida nos arrastra, y nosotros no somos una excepción, así que poco a poco nos fuimos distanciando hasta que en un determinado momento perdí su pista totalmente. Más tarde supe de mano de su madre que se había casado y tenía un hijo, y que estaba viviendo en Granada. Les desee felicidad y prosperidad, claro. Fin del expediente. Salvo que ahora estaba en mi puerta.

Mi primera reacción en lugar de decir hola fué decirle que pasara, como siempre había hecho durante años. Pero me dijo que prefería tomar algo por ahí, así que eso hicimos. Tras las preguntas de rutina hacia mi (sabe que no soy muy hablador y que no suelo contar mis problemas, si los hubiera) llegamos al meollo de la cuestión. "¿Y tú? ¿Qué es de tu vida?". La vida no lo había tratado bien, y desde que se casó todo había ido de mal en peor. Es el mejor resumen que puedo hacer de algo privado. El resultado, había vuelto de nuevo aquí, a empezar de nuevo, en trámites de divorcio, con un hijo al que no podía ver y sin nadie, salvo sus padres, su psicóloga y sus antiguos amigos... los que quedaban. Me pareció una historia tan triste que le dije que sería ideal dar una vuelta. Ayudan a despejarse, y lo tengo por costumbre cada mañana.

Y paseamos por nuestro barrio, donde tantas aventuras habíamos compartido, y las historias de nuestros recuerdos salían una tras otra, y se enlazaban y complementaban. Nosotros, que habíamos sido diferentes y ahora eramos tremendamente diferentes. Dos venticincoañeros que parecían ancianos en aquellas calles tan distintas de cuando eramos enanos, recuperando pedazos de nuestra infancia, riendo de las ideas de bombero que teníamos. Descubriendo que nada había cambiado. Que la amistad no se diluye, sólo espera.

-¿Qué es para ti un amigo, F.? -pregunté, mirando al parque donde nos criamos.

-Puessss... no se. Supongo que un amigo es lo que queda cuando todo se va al carajo.